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Michel Franco (Ciudad de México, 1979) forma parte de la nueva generación de cineastas mexicanos. Muertos los cineastas de la época clásica, desde René Cardona a Emilio “Indio” Fernández, pasando por Roberto Gavaldón o los hispano-mexicanos Luis Buñuel y Luis Alcoriza, con los miembros de la anterior generación (Felipe Cazals, Alfonso Arau, Jaime Humberto Hermosillo, Paul Leduc...) ya difuntos o fuera de combate por su avanzada edad, promoción de la que solo Arturo Ripstein continúa en activo, la nueva "quinta" de directores aztecas incluye a los tres grandes triunfadores en Hollywood, Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, todos ellos oscarizados, pero también a una pléyade de cineastas de interés, como Amat Escalante, Carlos Reygadas, María Chenillo o Samuel Kishi. Michel Franco se puede incluir, con razón, entre estos.

Franco tiene ya una filmografía de lo más peculiar, con temas lacerantes: la tentación por la iniquidad cuando lo más querido duele, en el corto Entre dos (2003), las larvadas pulsiones sexuales entre hermanos en el drama Daniel & Ana (2009), el abominable acoso escolar que se suma a una íntima tragedia en Después de Lucía (2012), la (im)posible expiación de quien lo ha perdido todo y sin embargo se vuelca absolutamente a los que sufren en Chronic (2015), la perfidia egoísta de una madre desnaturalizada y cómo puede hundir a su familia por su propio interés en Las hijas de Abril (2017).

La acción se desarrolla en el D.F., se supone que en la actualidad, aunque bien podría considerarse un futuro próximo. En una jornada con graves disturbios de orden público, Marián y Alan, cachorros de la clase alta mexicana, se van a casar; los desposorios van a tener lugar en el casoplón familiar de la chica, donde están a la espera de que llegue la jueza para oficiar la ceremonia. Entre los invitados está la “crème de la crème” de la sociedad azteca: políticos de primera línea, empresarios plutócratas, militares de alto rango, gente muy chic, muy rica y con mucho poder. Un antiguo empleado de la familia acude para pedir a la madre de Marián ayuda para poder operar de corazón a su mujer, dado que los hospitales están llenos de manifestantes heridos en los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad del Estado. Aunque la mujer le da algún dinero, no es suficiente; cuando Marián se entera, se empeña personalmente en que su antiguo empleado, al que tiene gran afecto, pueda operar a su esposa, para lo que viaja hasta su casa acompañado de un joven empleado, Cristian. Pero entretanto un grupo paramilitar revolucionario, fuertemente armado, irrumpe en la boda a sangre y fuego...

La controversia con esta película ha sido notable en su país, México, a vueltas sobre el posible racismo y clasismo que pudiera desprenderse de su mensaje. Ciertamente, no terminamos de entender cuál es el problema, por cuanto la conclusión final es la de que el poder (perdón, el Poder...) aprovecha cualquier ocasión como esta, el caos, el pillaje, el intento de asalto al estado, etcétera, para imponer un “nuevo orden”, como indica el título. La Historia reciente está plagada de ejemplos, desde el golpe de estado de 1976 de Argentina al propiciado en Egipto en este siglo por el general Al Sisi, momentos históricos en los que el Ejército, con el pretexto de reponer el orden, lo que hace es subvertir los principios de la democracia e imponer un régimen totalitario. Tampoco se termina de entender por qué tanta polémica con el carácter brutal y puramente mercenario de los paramilitares revolucionarios, cuando existen ejemplos también recientes como las llamadas Fuerzas Armadas de Colombia, también conocidas con el acrónimo FARC, que devino de fuerza revolucionaria en pura organización criminal en coyunda con el narcotráfico, o Sendero Luminoso en Perú, que pasó de amparar a los indígenas a directamente masacrarlos cuando no les parecían suficientemente afectos a su causa de iluminados, que nos recuerdan cómo organizaciones supuestamente nacidas para luchar por los derechos de los que menos tienen terminan corrompiéndose y convirtiéndose ellas mismas a su vez en represoras y torturadoras de los que deberían ser sus defendidos.

Tampoco nos parece que la clase alta se vaya de rositas, ni mucho menos, en esta radiografía alucinada de la sociedad mexicana actual, con sus chanchullos y marrullerías de altos vuelos para perpetuarse en el poder y en la insaciable captación de dinero, legal o ilegal, ni tampoco ese mirar hacia otro lado cuando alguien que les ha atendido ejemplarmente llama a su puerta suplicando ayuda por causa justificadísima, y estando más que sobradamente dentro de sus posibilidades económicas acceder a ello. Para más inri, los dos personajes más positivos, los que auténticamente podríamos llamar “santos inocentes” de esta convulsa historia, son el joven empleado de la casa, Cristian, y su madre, también miembro del servicio, los únicos (junto a la novia Marián, empeñada en ayudar a todo trance a su exempleado, con un altísimo coste para ella) que se comportarán correctamente, los únicos que ejercerán de auténticos seres humanos, generosos, altruistas, mediando desinteresadamente cuando se les requiere para ello, y recibiendo a cambio un execrable fin. Por cierto, ambos son de etnia indígena, así que los únicos personajes buenos del film resultan que son indios: ¿dónde está, entonces, el supuesto racismo?

Hay elementos de interés de corte simbólico, como ese color verde que ya aparece en la primera e impactante imagen del film, una mujer joven, totalmente desnuda, filmada de frente y con un chorreón en el cuerpo del tinte verde desteñido de su pelo, color que en igual tono volverá a aparecer posteriormente en las algaradas callejeras para manchar algunos de los costeados coches de los opulentos ricos, y que también, como un ominoso presagio, aparecerá en el chorro del grifo del baño de la señora de la casa, que empieza a entender que algo terrible se cierne sobre todos.

Formalmente la película tiene una impecable factura, con una excelente fotografía que juega inteligentemente con los vistosos colores de los atuendos de los invitados a la boda y, por el contrario, presenta los oscuros escondites de los codiciosos guerrilleros con tonos umbríos y desolados. Franco filma con verismo las escenas de las revueltas, rodadas con gran pericia, desde las tumultuarias luchas entre manifestantes y policías hasta el brutal asalto al recinto de la boda, demostrando que tiene apreciables dotes para la planificación cinematográfica. Un acertado montaje ayuda también en este film en el que, es cierto, el concepto de elipsis directamente no existe: en concordancia con el cine de nuestro tiempo, no se nos ahorra una sevicia, ni un tiro en la nuca, ni una tortura, ni una violación; es el signo de los tiempos en el audiovisual: en esta nuestra época me temo que Bresson, el epítome de la elipsis, tendría que irse a los albañiles...

Con una narración fluida, reproduciendo con acierto el hipócrita entorno de estas bodas de ringorrango, pero también el ambiente de locura de los secuestrados, de cualesquiera secuestrados, quienes quieran que sean sus raptores, la película termina siendo una parábola sobre el poder, y cómo la lucha de clases puede ser utilizada brutalmente en beneficio de la clase dominante para ejercer la represión sin tasa e implantar un régimen de terror acorde con sus espurios intereses.

Desazona la falta de compasión, de empatía, de simple, puro humanismo, de la inmensa mayoría de los personajes: de los ricos, como queda dicho, con la excepción de la novia, único ser humano que puede llamarse así, única persona que se apiada del mal de alguien ajeno a su familia pero próximo a sus vivencias de infancia; pero también de los pobres, salvo Cristian y su madre, paradigmas de la honradez y la ética; el resto serán ladrones, asesinos, violadores, torturadores, o todo ello a la vez, sin sombra de escrúpulo, mucho menos de remordimiento...; pero también del ejército, que reprime a sangre y fuego, sin ley ni justicia, para imponer su brutal, execrable "nuevo orden".

Estamos entonces antes una “distopía en proceso”, un a modo de aviso para navegantes sobre la sociedad democrática y la permanente tentación totalitaria que la acecha, utilizando los desordenes acarreados por supuestas revoluciones como pretexto para establecer un régimen dictatorial.
 
(19-2-2021)


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88'

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Nuevo orden - by , Sep 22, 2022
3 / 5 stars
El desorden como pretexto para el totalitarismo