Pelicula:

El caso de Agustín Díaz Yanes es curioso (por llamarlo de alguna manera…): se inició como guionista en productos no precisamente exquisitos: Barrios altos, A solas contigo, Demasiado corazón, a pesar de lo cual consiguió fama de buen libretista; a mediados de los años noventa debuta en la dirección con Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995), entonado aunque irregular drama social, que se llevó todos los premios habidos y por haber, entre ellos 8 Goyas; tardó seis años en dirigir la siguiente película, Sin noticias de Dios (2001), empanada mental que no llegó a ninguna parte. Cinco años tardó en llegar la tercera película como director, la costosísima Alatriste (2006), un desastre como proyecto (entre otros disparates, desperdiciaba, concentrándolas en una sola película, las entonces cinco novelas de la saga de El capitán Alatriste; tenía un enorme presupuesto de 24 millones de euros, imposible de recuperar en salas, como así fue), que además distaba mucho de ser un buen film. Fiel al refrán “si no quieres caldo, dos tazas”, su cuarta película, Solo quiero caminar (2008), realizada solo dos años después, es otro batacazo en taquilla (19 millones de presupuesto, no llegó a los 2 millones de recaudación), retomando algunos personajes de Nadie hablará de nosotras…, pero sin su encanto de película pequeña, imperfecta pero auténtica.

Ahora ataca otra vez, nueve años después de su anterior fiasco, con este que promete ser otro nuevo castañazo en taquilla (con 8 millones de presupuesto, el primer fin de semana en España se ha saldado con medio millón de recaudación…) y, lo que es peor, y más nos atañe, en una nueva película claramente fallida.

Tiene dicho Díaz Yanes, sobre la película que tuvo como referencia a la hora de rodar su nueva obra, entre las muchas que han tocado el tema de la conquista de América y, en particular, la de los aventureros que buscaron el oro imposible de las leyendas de Indias, que su film de cabecera fue Aguirre, la cólera de Dios (1972), la producción alemana que dirigió el mejor Werner Herzog, con un enloquecido Klaus Kinski en el papel principal. Ciertamente, no digo que no fuera esa su referencia, si Díaz Yanes lo dice, pero lo que también es cierto es que no parece haberle servido de nada. Porque cualquier parecido con aquel Lope de Aguirre es pura coincidencia. Donde en Herzog había pasión, insania, alucinación, en Díaz Yanes hay acartonamiento, impostación, banalización. Vamos, que Lope de Aguirre ni por el forro, como decimos en España.

La acción transcurre en las Indias (la tierra que con el tiempo sería conocida como América), a mediados del siglo XVI, cuando gobernaba el imperio español el Emperador Carlos V. Una expedición de soldados busca en la selva el emplazamiento de una supuesta ciudad de oro; es una expedición variopinta, al mando de un viejo oficial casado con joven mujer, explosiva combinación que, como era previsible, desestabiliza el grupo. Pronto empiezan las rencillas cuando se enteran de que otra expedición, enviada por el virrey, les pisa los talones, para acabar con ellos y que el gobernante se lleve la parte del león del dorado botín …

Tiene Oro varios problemas: un guion nefasto, escrito a cuatro manos entre Díaz Yanes y Arturo Pérez Reverte, sobre una historia corta original de este último, llena de estereotipos, testosterona mal digerida y ramplonería narrativa; una espantosa planificación del rodaje, con escenas de acción filmadas a trompicones, pésimamente resueltas con una marrullería que sonroja, como de primero de dirección en cualquier escuela de cine; una interpretación de función de fin de curso (y no precisamente eximia), con actores y actrices que han conocido muchos mejores momentos, aquí dirigidos sin ton ni son; un sentido de la aventura inexistente, donde nunca hay tensión; una estúpida banalización de la muerte, como si hubiera que matar a uno de la expedición cada equis minutos, y los muertos van cayendo como si nada, como si se cortaran las uñas: hay más emoción en las veces que el personaje de Marchena canta la bella canción De los álamos vengo, madre (original de Juan Vásquez, músico de la época) que en todas las muertes violentas de los expedicionarios, que van cayendo como moscas de muy diversas maneras, pero importándonos todas ellas lo que viene siendo una higa.

Mejor no hablamos de los intérpretes; o sí, porque es una pena que gente competente como José Coronado (que puede estar inconmensurable cuando lo dirigen bien; si no, es para echarse a llorar: es el caso), Bárbara Lennie (de papel imposible, con lo buena que es) o incluso el siempre segurísimo Juan Diego (penoso en su personaje de castellano aindiado), entre otros, resulten tan artificiales, tan poco creíbles. Para ser honestos, el único actor que vemos a la altura del empeño es el jerezano José Manuel Poga, el único en el que reconocemos, en este caso, la bravura del soldado, pero también la rabia desbarrada que recuerda a aquel loco inolvidable de Kinski con el casco de Lope de Aguirre. La fotografía de Paco Femenía es buena, como suele ocurrir con este sólido profesional, pero poco más hay en un film que es un evidente error de producción y realización.

Una pena, porque el cine español está necesitado también de films de aventuras, de acción, cine de género en definitiva, que sostenga sobre sus hombros el entramado de una industria que, evidentemente, debe apoyarse en productos comerciales para poder mantener también otros que lo sean menos, aunque artísticamente sean más interesantes. Aquí, con Oro, se puede decir sin faltar a la verdad que ni hay comercialidad ni hay arte. Entonces, ¿qué nos queda?



Oro - by , Nov 14, 2017
1 / 5 stars
El forro de Lope de Aguirre