Películas sobre casas embrujadas se han venido haciendo casi desde los comienzos del cinematógrafo. Se podrían citar algunos títulos clásicos de los años 40 y 50, pero entre ellos uno de los más famosos de fechas más recientes fue Poltergeist (1982), de Tobe Hooper, del que se hicieron dos secuelas, una en 1986, dirigida por Brian Gibson, y otra en 1988, realizada por Gary Sherman, y del que ahora se hace este remake.
La familia Bowen se ve envuelta en sucesos paranormales dentro de su nueva casa a la que acaba de trasladarse. Eric, el padre, está en paro debido a la crisis, y Amy, la madre, es escritora y trabaja en casa cuidando los niños. Tienen tres hijos, Kendra, una joven enganchada al móvil, Griffin, un adolescente miedoso, y Madison, la más pequeña, quien al bajar esa noche al salón descubre una fuerte presencia en el hogar, un extraño fenómeno que le atrae y absorbe desde la pantalla del televisor comenzando así una lucha contra algo que resulta inexplicable. La desaparición de la niña dará pie a una investigación para conocer la naturaleza que habita en la vivienda que atormenta a esta familia.
Esta vez no hace falta recurrir a la oscuridad para dar miedo ya que aquí ocurren esos fenómenos que aterrorizan a los habitantes de la casa a plena luz, como golpes de efecto, objetos que se mueven solos, electrodomésticos que funcionan sin que nadie los ponga en marcha o luces que se apagan y encienden de forma intermitente sin tocarlas, consiguiendo el objetivo propuesto sin alargar la trama innecesariamente y sin abusar de los efectos especiales, aunque éstos se usan.
Se trata de una nueva versión del clásico de 1982 que dirigió Tobe Hooper, donde Steven Spielberg, que aportaba la idea y colaboraba en el guion, exponía sus miedos a los payasos y a los árboles, que aquí también tienen su intervención, producida por Sam Raimi y dirigida por Gil Kenan.
Una realización funcional, bien filmada, con algunos cambios con respecto a la original, ya que en ésta se da entrada a elementos modernos como tabletas o teléfonos móviles de última generación o un dron teledirigido que recorre la casa, que en aquellos momentos no existían, mientras que en la primera tenía un mayor protagonismo el televisor, que aquí se lo quitan los nuevos medios electrónicos.
Entre los personajes el niño, interpretado por Kyle Catlett, tiene más papel aquí que en la anterior, y junto con Kennedi Clements, que interpreta a Madison, hacen un notable trabajo. Otro tanto ocurre con Sam Rockwell y Rosemarie DeWitt en el papel de los padres.
Para los que no vieran la original les resultará nueva, aunque en esto de los efectos especiales de los films de terror poco hay ya de novedoso, y los que conocieran la primera se entretendrán en distinguir los cambios con respecto a aquella. Esta nueva versión va a los momentos esenciales, reduciendo los 120 minutos de la primitiva a 93, con una interesante fotografía del español Javier Aguirresarobe. En definitiva un discreto remake, pero nos seguimos quedando con el original.
93'