Se ha hablado de esta Precious como una de las primeras películas de la era Obama. Hombre, no seré yo quien niegue que el espíritu del film casa bien con el “Yes, we can” del primer presidente negro (bueno, mulato) norteamericano y con la ola de esperanza que su llegada al Despacho Oval ha suscitado en todo el mundo, pero no parece muy racional atribuir a la presidencia del hawayano una película rodada en 2007, cuando aún gobernaba Bush II y Barack Obama era sólo senador y uno más de los diversos candidatos a optar a la sucesión del nefasto George W.
En realidad, da igual: Precious es un notabilísimo film, tal vez no la obra maestra que algunos han querido ver, pero sí un potente melodrama social irisado de briznas de fantasía, la fantasía a la que huye la protagonista como válvula de escape cuando es objeto de humillaciones, sevicias, violaciones: un catálogo del horror para una adolescente en la que no caben más lacras: prácticamente analfabeta (a pesar de acudir con regularidad a un instituto donde los profesores se limitan a soltar su perorata y salir huyendo cuanto antes), madre a los doce años de una niña con síndrome de Down, nuevamente encinta (en ambos casos el padre de sus vástagos será su propio progenitor), soporta los malos tratos de una madre en el fondo celosa de su hija, gorda como una foca en una sociedad que idolatra la delgadez… En ese marco de terror indescriptible, la chica encontrará apenas un rayo de luz en la profesora de una escuela alternativa que conseguirá hacer saltar por los aires la timidez enfermiza y la coraza en la que se protegía, desvalida, la joven.
Pero no hay, afortunadamente, desgarramiento, salvo en algunas, pocas, escenas. El horror nos viene dado por la propia exposición de los hechos, sin tener que acudir a lágrimas ni a grandes histerismos, salvo en la (pen)última escena, la dramática confesión de la madre ante la asistenta social. El sobrecogimiento nos llega entonces por la acumulación de los dramas que constituyen la vida cotidiana de la protagonista, presa de una familia desvertebrada, cuando no descoyuntada, en la desolada geografía de la marginación del Nueva York pobre.
Lee Daniels hace con esta su segunda película como director, y confirma su buen ojo para el cine social; recuérdese que produjo Monster’s ball, consiguiendo el primer Oscar para un productor negro. Cabría reprocharle un cierto exceso de protagonismo, algún subrayado seguramente innecesario (alambicados movimientos de cámara, como para hacerse notar), pero seguramente sería un pecado venial, si lo comparamos con la indudable fuerza callada de este film que consigue escenas de una tensión insoportable, como la del regreso de Precious a casa con su nuevo bebé.
Nos quedamos, finalmente, con la apuesta por la esperanza de una película que, en contra del nihilismo que con tanta frecuencia inunda las pantallas, arroja un atisbo de luz al final de tan negro túnel: no hay camino, viene a decir Daniels (y Sapphire, la autora de la novela en la que se basa este admirable filme), sino el de la educación, para salir de la miseria, para vivir una vida normal, para tener posibilidades de ser nada más (y nada menos) que uno más de la Gran Manzana de Nueva York, o de la Gran Pera de la Tierra, si lo hacemos a escala planetaria.
Una escena brevísima refleja este planteamiento, y el tesón de la protagonista para salir de su postración: ya con su nuevo bebé en brazos, la joven baja del metro y, mientras camina por el andén, va recitando en voz alta el alfabeto: a, b, c, d, e, f, g, h, i, j, k, l, m, n, o, p… jamás un abecedario sonó tan bien en nuestros descreídos oídos de habitantes del Primer Mundo (porque Harlem, no lo duden, al menos en aquella ominosa década de los años ochenta, era el Tercer Mundo).
Chapó para los intérpretes de la película: la joven Gabourey Sidibe, sin apenas experiencia como actriz, resulta ser la única Precious imaginable: esos ojos que ven sin entender, esa resolución callada pero tenaz para salir del agujero, esa voz de analfabeta ansiosa, sin saberlo, de conocimiento… espléndida. Como extraordinaria es la composición de Mo’Nique, la madre de la protagonista, en un papel odioso, que hace de la Madrastra de Blancanieves algo así como la hermana buena de la Madre Teresa de Calcuta, pero al que esta notable actriz afroamericana dota de unos matices turbadores.
Finalmente, una mención para una irreconocible Mariah Carey, aquí lejos del glamour de sus canciones, actuaciones y giras, para transmutarse en una asistenta social poquita cosa, que aguanta el tipo como puede en la escena de mayor voltaje dramático del film: no, si al final va a resultar que su porvenir está en el cine, y no en la música…
(10-02-2010)
110'