Pelicula:

La cinematografía mongola, como el lector puede imaginar, es muy escasa en número de títulos, con lo que es complicado que lleguen a Occidente algunas muestras de lo que por aquellas tierras asiáticas se hace en el audiovisual. Generalmente tiene que concurrir que el proyecto esté montado en coproducción con un país europeo, como es el caso (aquí Alemania), para que, gracias a esa coproducción, se pueda distribuir en esta parte del mundo algunos films de la tierra que gobernara hace siglos Gengis Kan.

La historia se ambienta en nuestro tiempo, lógicamente en Mongolia, en una zona rural. Vemos cómo un hombre deja a su hijo en el colegio; los niños están muy pillados por los juegos de Internet (como los niños de todo el mundo...). La profesora les dice a los chiquillos que van a hacer pruebas de canto, el que gane podrá ir a la capital y salir en la tele... Vemos al padre del niño protagonista, Amra, en una especie de excavación; parece que quieren hacer un frente de los vecinos contra la corporación minera que busca oro. Ya en su hogar, la mujer quiere vender, pero el padre del niño no quiere, creen que envenenaran la tierra; hay mal rollo entre ambos, ella es más conservadora y con los pies en la tierra, el más idealista...

La directora de la película, Byambasuren Davaa (Ulan Bator, Mongolia, 1971) es una cineasta que se formó en cine inicialmente en su país, trabajando durante un tiempo en la televisión estatal mongola, para después emigrar a Alemania, donde se graduó en la Universidad de Televisión y Cine de Múnich, la escuela de cine del estado de Baviera. Afincada en el país germano, sin embargo su cine tiende siempre a presentar en pantalla historias y temas de su país de origen, bien en documentales, como La historia del camello que llora (2003) y Das Lied von den zwei Pferden (2009), bien en largos de ficción, como El perro mongol (2005) o esta Queso de cabra y té con sal (2020). Sus películas han sido premiadas en diversos festivales, como los de Cannes, Buenos Aires, Karlovy Vary y Bratislava, generalmente con buenas críticas. Su cine es muy telúrico, muy apegado a su tierra, Mongolia, a la que muestra generalmente con una peculiar mezcla de poesía y realismo.

El tema central es, desde luego, la actual situación del país, rico en mineral de oro, lo que hace que varias corporaciones extranjeras hayan puesto sus ojos en él y, mediante los convenios correspondientes con las autoridades del país, explotan esas minas auríferas, para lo que previamente tienen que comprar las tierras a los lugareños. Los protagonistas, padre, madre y sus hijos, entre ellos el auténtico protagonista, el pequeño Amra, como de 12 años, se verán en el dilema de vender, o no, sus tierras, y comenzar en un lugar nuevo. En la familia hay dos posturas opuestas: el padre, más idealista, no quiere vender porque ello supone romper con sus tradiciones, con la tierra de sus ancestros, de alguna forma corromper su alma; la madre, más realista, más pragmática, aboga por vender porque, entre otras cosas, intuye el poder de la corporaciones y sabe que los lugareños llevan las de perder. Un trágico accidente resolverá ese dilema, aunque Amra, que soñaba con cantar en la televisión estatal de Ulan Bator al ganar el concurso de canto en su colegio, se sentirá indirectamente culpable de ese accidente y se arriesgará temerariamente, quizá para autoinfligirse el castigo que (equivocadamente) cree merecer.

Film sobre la inevitable tensión entre tradición y modernidad, en el mismo plano de la película pueden convivir perfectamente móviles y cabras, la tecnología punta de los 5G y el ordeño del ganado por los métodos que el ser humano inventó hace miles de años. Davaa no se pronuncia ni en un sentido ni en otro, probablemente porque sabe que no es posible la tradición sin la modernidad, ni tampoco lo contrario, hacer tabla rasa de todo lo antiguo, como si no hubiera existido, porque sobre esos cimientos está forjada toda sociedad, toda civilización.

Juega la directora con frecuencia con los preciosos paisajes de su tierra natal, filmados en grandes planos generales, realmente hermosos e inmensos, aunque quizá fíe mucho en la belleza de esos agrestes paisajes, límpidamente fotografiados por el operador, el libanés Talal Khoury. Demuestra Davaa que tiene muy buen criterio a la hora de componer el encuadre, con buen gusto para la puesta en escena, en una película estilosa, en la que se aprecia que no se ha contado con muchos recursos económicos, pero que están bien aprovechados.

Hay con frecuencia cierto tono documental, sobre todo en las escenas de reuniones de las personas dueñas de las tierras, cuando intentan decidir qué hacer ante las ofertas de las compañías extranjeras que quieren comprar sus propiedades, un tono que se acentúa si tenemos en cuenta que, salvo las personas que interpretan a los padres de Amra, el resto no son actores y es la primera vez que se ponen delante de una cámara.

Queso de cabra y té con sal, de tan hermoso título, resulta ser, a nuestro juicio, una bonita y melancólica “feel good” (ya saben, una película “para sentirse bien”), aunque quizá demasiado suave, demasiado light, con una denuncia muy en voz baja, como no queriendo molestar. Y eso que, al final, un rótulo informa que más de la quinta parte del territorio de Mongolia (estamos hablando de más de 300.000 de los 1.500.000 kilómetros cuadrados de superficie que tiene el país: para que nos hagamos una idea, esos más de 300.000 kilómetros cuadrados equivalen a tres Andalucías y media) está destinado a la minería, en explotaciones gestionadas tanto por empresas globales como locales.

Película muy ingenua, muy naif, su mayor mérito quizá sea, además de su aliento poético, el hecho de presentar un cine distinto, un cultura muy diferente, aunque, por mor de la globalización, tenga también muchos elementos, sobre todo tecnológicos, de la nuestra.

No nos resistimos a citar el sentido homenaje que hace la directora al gran John Ford con el plano visto desde dentro de la casa, a la manera del famoso plano de Centauros del desierto, en un tributo que viene a decir, o eso nos parece, que el cine es cine, en cualquier parte, en los duros paisajes terrosos de Arizona o Colorado, pero también en las agrestes estepas que conforman la mayor parte de la orografía de Mongolia.

Una hermosa música buscadamente telúrica, en la que prepondera el viento y algo de cuerda, probablemente tocada con instrumentos autóctonos de la zona, está compuesta sin embargo por dos occidentales, John Gürtler y Jan Miserre, lo que confirma que, en arte, lo importante no es donde se nace, sino el talento para poder adaptarse.

(16-06-2024)


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96'

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Queso de cabra y té con sal (Una historia de Mongolia) - by , Jun 16, 2024
2 / 5 stars
Móviles y cabras