Esta película pudo verse en la Sección Oficial del Sevilla Festival de Cine Europeo de 2012 (SEFF’12).
Matteo Garrone logró notoriedad hace unos años por su película Gomorra, o más concretamente por la astuta campaña de marketing que sugirió que la mismísima Camorra, la mafia napolitana, había puesto precio a la cabeza de Roberto Saviano, autor de la novela en la que se basaba, y todo ello supuestamente por desvelar no se sabe qué secretos arcanos, que después se quedaban en nada. Aquella jugada salió bien y Garrone se convirtió de la noche a la mañana en un cineasta brillante, un niño mimado que ahora ha decidido eligir el universo emporcado de los realities para su nuevo empeño. Parece que el director italiano estuviera especialmente interesado en emprender cruzadas de todo jaez: antes tocó pisar los callos a la mafia napolitana y ahora a la jerarquía televisiva de su país (que no sé yo qué es peor…). El reality en cuestión es El Gran Hermano (allí Il Grande Fratello), que en mi país ponen en escena periódicamente, con un ahínco digno de mejor causa, las cadenas de Mediaset España, y en Italia lo hacen sus hermanas mayores de la Mediaset de Il Cavaliere Berlusconi (inciso: ¿por qué llaman a este señor Il Cavaliere? No veo un alias más infundado desde que al rey Fernando VII le llamaron El Deseado, cuando la Historia debería recordarlo como El Indeseable…).
Pescadero de mediana edad con niños aún por debajo de los diez años es tentado para acudir a la nueva edición de Gran Hermano. Tras el casting, el pobre diablo alienta esperanzas de ser uno de los elegidos, lo que supuestamente equivaldría a tener resuelta la vida. Pero cuando la tan deseada llamada para incorporarse a la Casa no llega, el hombre dará en creer que algo ha hecho mal y pretende corregir su error para ser convocado al que cree es su momento de suerte en la vida.
Filme sobre la obsesión que lleva a la insania, lo cierto es que esta historia de memo subyugado por la que cree su razón de vivir, concursar en un reality, no está demasiado lejos de la locura a la que llegó nuestro Alonso Quijano de tanto leer libros de caballería, proponiéndose convertirse él mismo en un caballero andante bajo el nombre de Don Quijote de la Mancha. Aquí nuestro chalado particular dará en dar (valga la redundancia) cuanto tiene a los menesterosos, creyendo que ésa es la clave del arco que le permitirá ingresar en la Casa del Gran Hermano y con ello alcanzar la notoriedad, el prestigio, la fama, la riqueza.
Fábula en el fondo tan triste (a pesar de cierto humor negro aportado por el paisanaje en derredor del protagonista, que parecen salidos –brutos, sucios y malos-- de una película de Ettore Scola), se echa en falta en Reality más leña al objeto de la enfermiza obsesión de nuestro personaje central, ese Grande Fratello que ha ¿llenado? las vacías vidas de individuos que lindan con el lumpen, aquí, en Roma o en Pekín (no sé si allí se hace también un Glan Helmano, pero si no es así, llegará tarde o temprano…). Quizá trasunto de nuestro mundo, donde nada es verdad, o tiene apariencia de ser verdad, si no es televisado urbi et orbi, Reality se queda en la cáscara del fenómeno al que presuntamente ataca, pero que, visto lo visto, se escapa de rositas de este envite poco invectivo.
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