O de Armani. O de Gaultier. O de Versace. Porque la boda en la que se localiza esta tercera parte de la exitosa saga de REC no es un bodorrio cualquiera, sino un himeneo de altos vuelos, de ringorrango, y los zombis, a fuer de invitados del evento, son los mejor vestidos desde que George A. Romero inventó el subgénero hace ya más de cuarenta años (claro, con el permiso de Jacques Tourner; pero lo suyo era otra cosa…). Así que buena no será, pero lo que sí es esta tercera parte de la serie es la más elegante que se haya visto en pantalla grande o pequeña: ¡qué vestiditos, qué tocados, qué de lentejuelas! Lástima que todo se afee con el aireamiento traumático de vísceras e higadillos, pero nada es perfecto…
Como no lo es este tercer segmento del serial iniciado por Jaume Balagueró y Paco Plaza en 2007 con la iniciática, y espléndida, REC, que nos reconcilió con el terror español, demasiado dado históricamente al brochazo y el trazo grueso, cuando no al susto superficial y a la invocación a la náusea antes que al puro, quintaesenciado miedo.
La segunda parte, REC 2, bajó bastante con respecto a las virtudes del comienzo del serial, y esta tercera aún más. Veamos: se abandona una de las señas de identidad de la saga, pues si bien los primeros veinte minutos se utiliza la cámara subjetiva, como en las dos entregas anteriores (en este caso jugando con bastante habilidad con las imágenes tomadas a la par por el primo adolescente de la familia con su Handycam de andar por casa y por el profesional contratado “ad hoc”: ya advertimos que ésta era una boda de tronío, como la de la hija de Aznar…), a partir de ese momento del metraje pasamos ya a cámara objetiva, con lo que se pierde el impacto del primer capítulo, cuyo terror primigenio venía dado, en buena parte, por la sensación de verosimilitud que aportaba la constante visión (o no visión, que casi era peor…) de los hechos a través de la lente del atolondrado cámara metido en un fregado que, a todas luces, le superaba.
Pero es que además da la impresión de que Paco Plaza, dejado ahora solo en la dirección (aunque Balagueró mantiene la producción ejecutiva, por lo que se supone que está conforme con el enfoque y el resultado), ha optado por una vía que a ratos colinda con la comedia e incluso con el esperpento. Comedia en tono satírico sería toda la parte inicial, con los invitados a la boda religiosa, sus modelitos, sus tópicos y lugares comunes, hasta con ex cursos como el novio cantándole a la novia en el altar, como aquella recién casada sevillana que se hizo (vía Youtube) relativamente famosa por haberlo hecho ella misma en su propio casamiento.
Parodia, casi esperpento, es la aparición de un tipo (con una impronta visual que recuerda algún personaje de la serie cómica catódica Camera café) enfundado en un disfraz de Bob Esponja; bueno, John Esponja, repite el papafrita, por aquello de no infringir derechos, aunque el tío esté rodeado por zombies que se lo quieren comer, con derechos o sin ellos; no digamos entonces del inspector de la SGAE que está allí para cobrar el canon correspondiente por las canciones y músicas interpretadas en el banquete.
Pero el tono no llega a convencer nunca; no se sabe si va en serio o en broma; algunos de los zombies parecen de corte payaso, como el tío (en sentido estrictamente familiar) mordido por un perro y que desencadena el Apocalipsis, que es el libro bíblico que más se aproxima al Armaguedón que se lía, no el Génesis con el que incluso se subtitula este tercer episodio.
Para más inri, además de los tonos de comedia, terror, esperpento y parodia, se añade uno más, el de romanticismo fou, con esa parejita de recién casados totalmente entregados el uno al otro, que propicia un final de los que ya no se hacen, pero que aquí tiene pinta de ser en plan coña.
Eso sí, el filme está trufado de referencias cinéfilas de toda laya, desde la aparición de una especie de sosias de Alex de la Iglesia (sí, con veinte años menos y veinte kilos más de los que ahora gasta), que obviamente hace de erudito profesional grabador de bodas (¡ay, esas citas al “cinema-verité”, a Dziga-Vertov!), hasta la escena final, que no deja de ser un remedo en clave chusca de la de Duelo al sol, pasando por chistes privados como ver al novio vestido (literalmente) de San Jorge para enfrentarse al (figurado) dragón de mirada sanguinolenta y gustos alimenticios poco recomendables.
En definitiva, una ocasión perdida para haber continuado con buena mano con una de las sagas más interesantes que se han iniciado en España en los últimos años; habrá que esperar a ver si la cuarta parte, que ya se anuncia, endereza la senda decreciente del serial.
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