El cine de artes marciales orientales hace tiempo que ganó prestigio, no sólo por el hecho de que Ang Lee consiguiera varios Oscar con su "Tigre y Dragón" y porque Zhang Yimou, el más importante cineasta chino, lo esté revisitando en los últimos años, en filmes como "La casa de las dagas voladoras" (ver crítica de ambas películas en CRITICALIA). Pasó la época en la que cine de chinos era sinónimo de subcine, de género ínfimo, sólo de interés para los estratos ágrafos de la sociedad; era la época de Bruce Lee y sus innumerables mamporros en historias endebles, siempre plagadas de venganzas primarias y con un "look" de un cutrerío atroz. Ahora las películas "de chinos" son de una extraordinaria belleza plástica, y sus historias bastante más complejas.
Tsui Hark, cineasta vietnamita educado en Estados Unidos y cuya carrera se ha desarrollado fundamentalmente en Hong Kong, es uno de los más reputados (sino el que más) cineastas del género, en el que ha dirigido varias decenas de filmes; también ha producido gran cantidad de títulos del género, entre ellos el seminal "Una historia china de fantasmas", que reconcilió, hace ya casi dos décadas, al cine de chinos con la crítica occidental. No es, sin embargo, este "Siete espadas", su mejor película como director. Técnicamente es perfecta: las batallas son impresionantes, y algunas de ellas (por ejemplo, la lucha final entre el héroe y el villano) están hechas con una coreografía más propia de acróbatas de circo que de actores de cine, aunque éste sea de acción. La paleta cromática, tan importante siempre en el moderno cine de luchas marciales, aquí está voluntariamente decapada, de tal forma que resulta casi un blanco y negro ligeramente coloreado, salvo en el rojo, que está premeditadamente mantenido en toda su belleza, en todo su esplendor. Pero, tal vez en un intento de adensarla, la historia es, en buena medida, incomprensible, y hay que apoyarse en los resúmenes argumentales para enterarse de detalles que, desde luego, no vemos en pantalla. Además, no puede decirse que sea un prodigio de originalidad; de hecho, Tsui Hark, autor también del guión, lo que ha hecho es una variante del clásico "Los siete samurais", de Akira Kurosawa, y del "remake" no menos clásico que hiciera John Sturges con "Los siete magníficos". Aquí, en efecto, hay también un pueblo acosado y siete paladines que habrán de salvar a los pobres ciudadanos indefensos. Hay, por supuesto, otras variantes, pero el fondo es el mismo. En cualquier caso, nada habría que oponer a esa recreación, de la que está plagada el arte moderno; el problema es cuando lo que se aporta no tiene mayor valor en sí mismo, no enriquece el venero original. Ése es el caso de este filme, por lo demás, tan hermoso, plásticamente hablando.
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