La historia del guionista, director y productor José Manuel Rebollo (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1991) es probablemente la mejor prueba de que el esfuerzo, la constancia y el tesón lo pueden todo: fascinado desde pequeño por la realización cinematográfica, se formó en el Instituto de Cine de Madrid y, año a año, desde 2015, viene filmando un cortometraje anual sobre sus obsesiones personales, vitales o intelectuales; curiosamente a lo largo de esos cortos (sintéticos, casi conceptistas) han ido apareciendo temas y propuestas que, una vez llegado su primer largometraje, esta Sola, han vuelto a emerger porque, parece evidente, son las cosas que más le interesan, o por las que siente un interés especial.
Así, en su corto Laura (2015) hablaba de una mente depresiva, sin ilusión por la vida; en Te dejo (2017) hablaba sobre las rupturas sentimentales, especialmente las que se llevan a cabo por el método del mensaje de Whatsapp; y en No me acuerdo de ti (2019) aparecía el tema de la madre muerta y el diálogo entre ambas, viva y difunta.
Todos esos temas están, efectivamente, en esta esforzada, voluntariosa, a ratos muy entonada Sola, drama irisado de terror, o viceversa, una película que nos muestra a un cineasta con cosas de contar, aunque nos parece evidente que tendrá que pulir algunos aspectos de su cine.
La acción se desarrolla en nuestros días; no se menciona, pero la localización es El Puerto de Santa María, en concreto una casa-palacio del siglo XVIII de la localidad portuense, además de alguna escena exterior, en un hospital y una playa de la bella población gaditana. Conocemos entonces a Marta, a quien en un breve período de tiempo le llegan dos pésimas noticias: padece una enfermedad sobre la que no sabremos más, pero es grave y requiere tratamiento, y por otro lado su novio, Fran, rompe con ella cobardemente por teléfono. Marta se recluye en la casa familiar, donde ha muerto su madre. Esa reclusión, en la que tendrá que afrontar la triple aflicción (la grave enfermedad de incierto futuro, el vil abandono sentimental, la traumática muerte de la progenitora), se convertirá en una suerte de terapia en la que la presencia ectoplásmica de la madre, pero también la más dañina del abuelo, tendrán una fuerte incidencia en la evolución del estado psíquico de la joven...
Juega Sola, como queda dicho, con tres elementos fundamentales, todos ellos de alguna forma relacionados con la aceptación de las tribulaciones consecutivas a las que se ha visto expuesta; sin aceptarlas como tal, sin asumirlas, sin pasar página, no podrá seguir adelante con su vida; al fondo, la tentación del suicidio, a la manera de la madre, como manera fácil de escapar de todo, de acabar con todo.
Quizá la mezcla de drama y terror no funcione del todo bien, en especial porque el terror resulta más bien poco terrorífico, si se nos permite la redundancia, y probablemente hubiera sido suficiente con dejar el tono de misterio de los fantasmas, sin intentar producir en el espectador la sensación de miedo, que entendemos no se consigue nunca. Pero la parte dramática sí nos parece que funciona razonablemente bien, en especial todas las escenas en las que la protagonista interactúa con su madre muerta, a veces con algunos momentos que, quizá impremeditadamente, resultan cómicos, como cuando la progenitora le pide a la hija que la enseñe a hacer papas con choco, y no digamos cuando la difunta se pone manos a la obra, las cocina e incluso se las come, hasta mojando pan en la salsa... Realismo mágico, quizá, y lo decimos en tono positivo, porque no es frecuente ver a ectoplasmas atracándose de comida, y menos todavía de un plato tan sandunguero como las papas con choco...
Con buena factura, en un film hecho a base de planos demorados sin apenas movimiento de cámara, todo lo cual conviene al tono y al tema del film, y utilizando con profusión y buen tino el plano secuencia, la película de Rebollo resulta ser el callado drama de una mujer joven zarandeada por una realidad que le resulta imposible de afrontar, y cuyos recuerdos, que irán tomando formas corpóreas, la ayudarán a superar ese confinamiento voluntario que, dicho sea de paso, quizá no sea sino una metáfora sobre ese otro encierro, en este caso forzoso, provocado por el COVID-19, tiempo histórico durante el que, por cierto, Rebollo concibió este relato.
Introspectiva, callada, melancólica, recogida sobre sí misma, Sola está contada con un tempo moroso que nos parece adecuado al tema y a la historia, mientras habla también de la angustia de vivir cuando no se tienen ganas de seguir viviendo, con el inevitable flirteo en estos casos con la tentación del suicidio, y sus derivadas (¿cómo sería el mundo sin mí? ¿quiénes me llorarían?); en la parte negativa nos parece un error la secuencia en la que la madre insta a la hija a que friegue la cocina: si lo de las papas con choco tenía su gracia irónica, lo de “la, lará, larita, limpio mi casita” nos parece que sobra y no aporta nada a la relación crecientemente entrañable entre la joven desarbolada y el fantasma de su madre. Y es que esa relación entre viva y muerta se hace cada vez más intima, más profunda, quizá mucho más que cuando ambas estaban en el reino de los vivos, en una entrañable historia de cariño entre madre e hija. Así, la difunta progenitora cumplirá la función de madre consoladora, quizá en un alegórico regreso al útero materno.
Gusta que el tratamiento de los fantasmas, sobre todo el de la madre (al del abuelo se le da un poco más de toque siniestro, que para eso es un ectoplasma tirando a maligno...), esté hecho sin apariciones ni desapariciones mágicas, sino que se opta por el realismo, sin trucos ni efectos especiales... La secuencia más dura es, sin duda, la de la protagonista hablando con su perverso abuelo, con los descarnados diálogos nihilistas de un tipo amargado, cínicamente armado de una brutal filosofía parda, en una escena mucho más dura que el resto, en una auténtica apología del suicidio.
Con un final esperanzado y algún elemento que de nuevo remite al realismo mágico (ese disco de vinilo que inunda la casa con su música, sin tener el brazo de la aguja colocado sobre el microsurco...), Sola nos ha parecido una esforzada, a ratos muy apreciable película que navega entre el drama existencialista y el terror de muertos, que no de zombis, y con una hermosa música de Willy Sánchez de Cos que acompaña sin subrayados la reposada acción. Los tres intérpretes principales hacen un buen trabajo, tanto las actrices, María Andrómeda (qué bonito nombre, por cierto...) y Mabel Carrión, como Asencio Salas, cuya profunda voz de bajo es ideal para su personaje.
(20-05-2023)
94'