No parecía que Francis Lawrence, con sus antecedentes de director de videoclips musicales para estrellitas como Britney Spears, fuera el hombre idóneo para llevar al cine de nuevo la notable novela de Richard Matheson “Soy leyenda”. Sin embargo, vista la película, hay que decir que, al menos, no ha hecho un petardo incomestible. No es que estemos ante la octava maravilla, ni mucho menos, pero es cierto que hay un tono desolador en la mera exposición de una Nueva York absolutamente desierta, asalvajada, con ciervos que corretean libres por la Séptima Avenida como si fuera la sabana africana. También hay algunas perlas: la muerte de la perra, compañera, amiga de soledad, está dada con un simple, estremecedor primer plano del protagonista, el rostro crispado por el acto que se ve obligado a hacer, cuando el can, el único ser vivo amado que le queda, se vuelve uno de “ellos”, mientras en off el animal gruñe como la bestia enloquecida en la que se está convirtiendo…
No todo es así, desde luego, y Lawrence cae demasiadas veces en la espectacularidad gratuita, fiando en el aspecto feroz y las capacidades cuasi taumatúrgicas del ejército de mutantes que ha producido uno de esos errores científicos que con alguna frecuencia nos asuelan (dicen los patriotas yanquis, “recordad El Álamo”; diremos nosotros, “recordad la talidomida”); entonces es un relato más de acción, sin las virtudes que antes hemos citado.
La anterior versión de la novela la dirigió Boris Sagal en los años setenta, con un Charlton Heston que era, como decía el título español, “El último hombre vivo”; aquel filme entroncaba con cierto cine de ciencia ficción pesimista surgido a raíz del éxito del iniciático “El planeta de los simios” (versión Franklin Schaffner, se entiende), también con Heston, que repetiría en esta variante del género en otros títulos recordables como “Soylent Green/Cuando el destino nos alcance”. Ahora, cuando corren de nuevo vientos negros por el mundo, parecen ponerse de moda otra vez las antiutopías, en una nueva versión del mito del eterno retorno.
Will Smith parece haberle cogido el gustillo al cine fantástico y de ciencia ficción: entre sus créditos están “Independence Day”, el díptico de “Men in black”, la versión del Assimov “Yo, robot” y ahora esta otra versión de un clásico del género, en esta caso de Richard Matheson. La verdad es que cuando hacía el memo en la serie televisiva “El príncipe de Bel Air” no parecía que su camino fuera a tomar este derrotero, sino que estaba destinado a ser la versión convenientemente actualizada de un Bill Cosby ya entonces en declive: las vueltas que da la vida…
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