Esta película se pudo ver en la Sección Oficial del Sevilla Festival de Cine de 2013 (SEFF’13).
Pues sí, le han dado el Premio Especial del Jurado en Venecia. Sinceramente, creo que los miembros del jurado del certamen italiano debían estar beodos, o quizá quisieron hacer una gracieta. En cualquier caso, la cagaron a modo, y perdón por la expresión, pero después de soportar dos horas y cuarto de lo que se podría haber contado, y con largueza, en poco más de una hora, no está uno para remilgos.
Stray dogs es un experimento, otro más, que busca darle la vuelta al cine. Desde que el cine es cine los experimentos, tanto formales como temáticos, han sido constantes: desde Méliès y Segundo de Chomón a Eisenstein, sin olvidar a Buñuel y sus Un perro andaluz y La edad de oro, hasta llegar a Welles, Godard, y más recientemente Lars Von Trier, David Lynch o Leos Carax, por citar sólo a algunos de los que buscaron (y algunos incluso los encontraron) nuevos caminos en el cine, muchos han sido los que han indagado, explorado y explotado propuestas distintas para revitalizar, renovar, vigorizar el cinematógrafo.
Pero el chino taiwanés Tsai Ming-Liang (qué distinto de su paisano Ang Lee) entiende la experimentación en cine como una forma de aburrimiento: si lo que pretende es que el público deserte de la sala, o cambie de canal cuando lo esté viendo en televisión, o se pase a otra plataforma de visionado en internet, entonces hay que darle un premio: conseguirá su objetivo sin problema. Pero si, como parece, lo que busca es precisamente impactar en el espectador y engancharlo con sus propuestas cinematográficas, entonces lleva un camino muy equivocado.
Stray dogs nos cuenta (al menos eso dice la gacetilla…) la historia de un hombre abandonado por su mujer, con un sueldo de miseria como hombre anuncio (por cierto, siempre está lloviendo en esa ciudad, parece Seattle…); malvive con sus niños en una especie de contenedor vacío, dado que, además de sin mujer, se ha quedado sin casa (esto no sabemos muy bien por qué…). Todo esto hay que adivinarlo, como si se tuvieran las dotes de Rappel, o bien hay que leerlo en el argumento que facilita la productora, porque lo que es en pantalla los datos que se nos dan son bien pocos. Pero eso no sería lo peor: al fin y al cabo estamos acostumbrados a que se nos escamotee información y a que haya que darle al caletre para averiguar por dónde van los tiros: eso puede ser incluso estimulante. Lo malo es que esta mínima historia, que daría para un mediometraje, se hace eterna a base de prolongar los planos estáticos ad nauseam, algunos por encima de los diez minutos, con los personajes mirándose, o comiéndose un pollo, o mirando a las musarañas, o contemplando absortos una pared… Realmente enriquecedor, por decir algo. ¿Esto es el nuevo cine? ¿Los cineastas del futuro harán películas como ésta? Pues entonces sí que estaremos ante el final de esta manifestación cultural, artística o de entretenimiento (táchese lo que no guste), porque castañas pilongas como ésta son obviamente insoportables. ¿Y encima de todo la premian en uno de los festivales más importantes del mundo? Aquí está pasando algo, no es normal que las majaderías sean elogiadas como si fueran el nuevo Ciudadano Kane, cuando no son sino fatuas pajas mentales sin ningún recorrido.
Experimentos para avanzar, todos; mamarrachos para tomarle el pelo al personal, ninguno.
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