Hay películas cuya premisa inicial (y no digamos su posterior nudo y desenlace) cuesta trabajo creer que haya habido productores que pensaran que podían tener éxito. Este es un caso flagrante: un náufrago en alguna isla desierta, desconocemos por qué razón (por qué razón es un náufrago, no que esté en una isla desierta, que es consustancial a cualquier robinsón…); harto de estar solo y sin perspectivas de volver a la sociedad, está a punto de ahorcarse cuando ve un cadáver en la orilla; tras rescatarlo, se da cuenta en los siguientes días de que el muerto tiene ciertos poderes que le pueden venir bien: por ejemplo, una prodigiosa capacidad propulsora a base de… gases le facilita su utilización como una moto acuática; su facultad para absorber el agua de lluvia le permite usarlo como proveedor casi infinito de agua ¿potable?; además, el cadáver da progresivamente signos de movimiento, e incluso llega a poder articular palabras y mantener una conversación; de esta forma, el náufrago solitario se encontrará con la compañía que quería, aunque este Viernes sea un fiambre sin latidos en el corazón (pero sí una sobrecogedora actividad gasística…).
Pues lo curioso del caso es que, siendo una evidente marcianada, Swiss Army Man tiene su interés, por su bizarro planteamiento, desde luego, suicidamente anticomercial (aunque sin embargo ha salvado los muebles: lo que hace un presupuesto escasito…), pero sobre todo por la defensa del Juan Nadie que hace; el protagonista, el perfecto perdedor que tanto se denuesta en ese país de ganadores (o que intentan serlo…) como es Estados Unidos, encontrará aquí el “partenaire” ideal en un muerto, revivido en algunas funciones vitales por no se sabe (ni importa…) qué razón, y cuya relación entre ambos servirá al personaje central para darse cuenta de su propia diferencia, asumirla y, tal vez, vivirla voluntariamente.
Con pasajes que entran de lleno en la escatología (lo de las flatulencias “king size” es solo una parte, y no la más sonora, con perdón…) y en lo que se suele considerar comúnmente como inapropiado (ese pene erecto actuando como una brújula, vaya imaginación…), Swiss Army Man termina resultando una película simpática que, sin embargo, esconde una poderosa carga de profundidad, una reflexión nada amable sobre la sordidez de las relaciones humanas y la dificultad de los distintos para tener eso que hemos venido en llamar una vida normal, con sus convenciones y sus ritos.
Filme que finalmente apuesta por la vuelta a los orígenes y se convierte en una diatriba contra la sociedad civilizada, su uso del humor marrón y del humor verde puede resultar rechinante en estómagos (o mejor mentes…) sensibles. No es una gran película, ni siquiera una buena película, pero es sin duda una película insolentemente atrevida, una estimulante osadía, una desvergonzada, sarcástica historia que a ratos coquetea con la homofilia o, en este caso, con la necrofilia.
Mucho valor ha tenido Paul Dano al aceptar el papel, sin duda, y quizá más aún Daniel Radcliffe, que viene de un estatus privilegiado al haber sido el rostro de Harry Potter en las ocho películas de la rentabilísima franquicia; alguna lengua viperina dirá que le conviene el personaje del muerto, dada su reconocida incapacidad interpretativa, pero lo cierto es que hay que quitarse el sombrero ante una actuación que es cualquier cosa menos cómoda.
Los directores, Daniel Scheinert y Dan Kwan, que trabajan casi siempre juntos (de hecho, firman como "Daniels"), hacen con este su primer largometraje de ficción, tras una carrera ya de cierta envergadura rodando cortos y episodios de series televisivas. Son gente de una imaginación desbordante, si bien cierta contención les podría permitir (sin perder un ápice de su acidez) llegar a más espectadores. Dotados de una poderosa capacidad de síntesis, con un lenguaje que a ratos podríamos denominar incluso conceptista, Scheinert y Kwan son dos directores a seguir de cerca (salvo que tengan las dotes flatulentas de su personaje fiambre, en cuyo caso mejor los seguiremos de lejos…).
97'