Estamos ante una coproducción europea entre Grecia, Alemania y Bélgica, algo que no se da todos los días en nuestras carteleras.
Ante las deudas contraídas con el banco, éste termina por quedarse con la sastrería que había heredado de su padre que está muy mayor y enfermo. No obstante su hijo Nikos, que aprendió el oficio de sastre de él, se las ingenia para fabricarse una sastrería ambulante, sobre ruedas, siendo capaz de ganarse la confianza de los habitantes de la ciudad de Atenas, especialmente de las mujeres.
La verdad es que la sastrería ha perdido sus tradicionales clientes ya que los que la mantenían se han ido haciendo mayores y muriendo, pero lo que no ha perdido es la categoría a la hora de confeccionar los trajes, siendo siempre exigente con la calidad de los tejidos. Nikos, en principio, se instala en un mercadillo, pero termina saliendo de allí y recorriendo las calles donde hace clientela rápidamente, sobre todo entre las mujeres, que les preguntan si confecciona vestidos de mujer y trajes de novia. Ante ese desafío Nikos no se arredra y rápidamente cambia el oficio de sastre por el de costurera, consiguiendo un éxito realmente inesperado.
Paralelamente corre la historia de Nikos con Victoria, la vecinita de al lado, que le manda mensajes a través de los tendederos de la ropa, escritos en barquitos de papel, lo que le lleva también a su madre Olga, casada con un taxista, que se implica de alguna manera en la confección de los vestidos que le encargan y también espectaculares trajes de novia, a gusto de la clientela, que no siempre es el mejor, lo que está lejos de su sueño, pero hay que evolucionar para poder vivir.
Se trata de una comedia agradable que nos ofrece un tema algo diferente de lo que es habitual, que se deja ver a pesar de la hirsuta interpretación de Dimitris Imellos, siempre perfectamente vestido, que casi no mueve un músculo facial en toda la proyección y apenas si evoca una sonrisa, lo que nos recordó en algunos momentos a Buster Keaton y su cine mudo, ya que tiene escasos diálogos, en contraste con la agradable sonrisa de Tamilla Koulieva y el desparpajo de la niña Daphne Michopoulou, a la que encontramos muy desenvuelta en su papel.
Esta es la ópera prima de la simpática Sonia Liza Kenterman, una directora joven, grecogermana, que comenzó en el cine haciendo dos cortos y debutando en el largometraje con Tailor (El sastre) (2020), que lo lleva a buen ritmo y lo defiende con oficio a la hora de la planificación, a pesar de los pocos medios de que ha dispuesto debido a su escaso presupuesto y su aún corta experiencia. Vino a España para promocionar su película y de paso dio alguna masterclass en los institutos.
Obtuvo los premios de la Academia del Cine Griego a mejor música para Nikos Kypourgos y el de diseño de vestuario. Y los premios del Festival de Tesalónica a la mejor película, el Fipresci y el del jurado joven.
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