The amazing Spider-Man

La idea no parecía descabellada: se trataba de iniciar de nuevo la serie Spider-Man, después de que la serie, en sus tres segmentos anteriores, hubiera ido perdiendo fuelle taquillero. Pero, ¿cómo hacerlo? Con buen criterio, se ha optado por una fórmula que encaja los diversos elementos de la historia con una coherencia que, ciertamente, hasta ahora no había tenido la formulación cinematográfica de la saga anteriormente dirigida por Sam Raimi.

Así, se mantiene los elementos esenciales, con el adolescente huérfano cuidado por sus tíos al morir sus padres en extrañas circunstancias, pero aquí nos enteramos de que la muerte de éstos, lejos de producirse por algún accidente lamentable pero fútil, está íntimamente relacionado con lo que después supondrán las facultades de superhombre que adquirirá el protagonista. De esta manera, los experimentos sobre la combinación genética de especies será el leit motiv que permitirá que el pobre infeliz de Peter Parker, el carajote de la clase, el esmirriado al que todos zurran, se convierta de la noche a la mañana en el individuo que todo lo puede, para admiración de ellas y envidia de ellos.

Se reinicia, por tanto, la serie, combinando los elementos de forma distinta (es cierto, como la asociación genética de especies…), con nuestro tonto del bote que, como una Cenicienta masculina, se convierte de la noche a la mañana en el Príncipe Azul, o mejor, en el Hombre Araña Rojo, con un peculiar proceso de creación de la arquetípica indumentaria que tiene cierta gracia, aunque también es cierto que está pillada con alfileres.

Se mantiene el resto de sucesos ya conocidos: la muerte del tío/padre adoptivo, en alguna medida por responsabilidad de su ahijado, la culpa que lo llena todo, la búsqueda del pérfido felón que lo mató, la chica que lo encandila aunque no cree poder llamar su atención… por supuesto el Mad Doctor correspondiente, en este caso un Hombre Lagarto de facultades cuasi taumatúrgicas, de fuerza descomunal y accesos de furia que lo asemejan a un Hulk modelo Tiranosaurius Rex, aunque también con un punto stevensoniano que parece asimilarlo a un Dr. Jekyll y Mr. Cocodrilo king size.

No falta tampoco la responsabilidad del gran poder adquirido, y qué hacer con él, y su incompatibilidad con tener una vida normal, temas ya tratados en anteriores segmentos, que aquí tampoco pueden tener una resolución satisfactoria, por obvias razones.

Marc Webb, director al que se le ha encargado esta nueva etapa, se muestra ducho en las escenas de acción, a pesar de que hasta ahora se había encargado mayormente de historias “de actores y paredes” (Vicente Aranda dixit), en series catódicas como The office.

En cuanto a los actores, Andrew Garfield, el nuevo Spider-Man, ha hecho un considerable esfuerzo para que esta crítica se titulara El superhéroe tartaja o El superhéroe balbuciente, de tanto como se atranca, pero al final nos ha dado un poco de penita… Entre los demás destaca un Rhys Ifans, que se ha hecho un buen puñado de personajes disolutos en su Reino Unido natal (véanse, por ejemplo, sus roles en Notting Hill y en Mr. Nice), aquí convertido en un científico manco pero de pata negra más bien improbable.

Parece que el reseteo de la serie ha conseguido volver a poner en órbita a uno de los superhéroes de Marvel más carismáticos, al menos en lo que se refiere a la taquilla, pero no parece que artísticamente mejoremos mucho con respecto a las tres entregas anteriores de la saga.

Seguramente eso no le importará ni mucho ni poco a Marvel, la propietaria de los derechos, ni a Columbia, la productora. Pero otras historias con superhéroes (cfr. El caballero oscuro o Watchmen) han sido capaces de conjugar mastodónticas recaudaciones con más que estimulantes y complejas propuestas sobre estos tíos con leotardos y capacidades prodigiosas. Claro que, puestos en plan intelectual, nos quedaríamos con Der Übermensch, el Superhombre de Nietsche, que ni llevaba mallas ni falta que le hacía…