Alguien que vio la película antes de su estreno en España me dijo que era como Sorpresa, sorpresa, pero sin Isabel Gemio (con lo cual ya tenía ventaja sobre el programa de Antena 3, todo hay que decirlo). Visto este The game, creo que tenía más razón que un santo. La nueva película de David Fincher, el realizador de la sobrevalorada Seven es, efectivamente, como una caja de sorpresas en la que uno va desembalando un paquete tras otro, y lo que se va encontrando dentro es otro regalo bonita y pulcramente envuelto en papel de celofán, todo ello para llegar a la (cómo no) sorpresa final, que lógicamente no destriparemos so pena de que nos manden a un siciliano torvo y de navaja fácil.
Pero al final resulta que, como en las muñecas rusas, dentro de la última muñeca, del último paquete primorosamente envuelto, no hay nada, salvo quizá la penosa impresión de que te han tomado el pelo durante todo el filme prometiéndote el oro y el moro y dándote finalmente gato (o "game", en este caso) por liebre.
Michael Douglas repite el gesto adusto de magnate asqueado de la vida, Sean Penn vale bastante más que este personajillo ramplón, y Deborah Kara Unger es lo único realmente valioso, aunque esté apenas la centésima parte de turbadora que en Crash.
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