De Corea del Sur hemos visto algunas cosas muy interesantes en los últimos años, como Old Boy, y ahora nos llega esta curiosísima The Host, en la que el cine oriental se reinventa a sí mismo: allá por los años cincuenta el cine japonés rodó una larga lista de películas con un monstruo llamado originalmente Gojira, aunque en Occidente fue conocido como Godzilla; era un bicho antediluviano, un a modo de dinosaurio con toda la pinta de un tiranosaurio Rex de tamaño descomunal, que sembraba el caos en Tokyo, en una suerte de masoquismo fílmico nipón probablemente no ajeno a su reciente derrota en la Segunda Guerra Mundial y al abominable hecho de haber sido (hasta ahora: toquemos madera…) la única nación del mundo atacada con armamento nuclear.
Ahora una cinematografía del mismo contexto cultural, la coreana, presenta lo que podría ser un nieto putativo de aquel viejo y rudimentario bicho; claro que esta nueva bestia, muy acorde con los tiempos, tiene un cuerpo aerodinámico, como si a Godzilla le hubieran hecho un “lifting” brutal y, además de adelgazarlo considerablemente para hacerlo más esbelto y ágil, le hubieran metido en la boca no la habitual silicona que se inyecta para que los labios “pongan morritos”, sino directamente las fauces polimorfas del monstruo de Alien.
Pero con ser la alimaña (no, no estoy hablando de De Juana Chaos…) una de las cosas más curiosas del filme de Bong Joon-ho (este pobre tiene un nombre como para pasar a los libros de cine…) es su eclecticismo, su heterodoxia: los héroes que acabarán con la mala bestia (no destripo nada: lo dice la gacetilla de la distribuidora en el argumento facilitado a los medios) es una familia medio tarada, con un abuelo que resulta ser el más sensato y cuerdo de todos, pero con un hijo universitario y alcohólico, otra campeona de tiro con arco pero con un puntazo que le hace llegar siempre tarde a todo: también a las medallas; y el tercero, que tiene un cierto retardo que le hace estar durmiendo constantemente y no enterarse de la misa la media; este ejército de pamplinosos tendrá que rescatar a la nieta, sobrina e hija, respectivamente, de las garras (nunca mejor dicho) del monstruo, y lo harán, a pesar de que no se lo ponen fácil: no sólo el propio bicho, sino otros que son casi más peligrosos: la ciencia y la medicina, que se empeñan en tratarlos como conejillos de Indias, reteniéndolos, drogándolos, trepanándoles el cráneo, entre otras lindezas; el gobierno, sobrepasado por los acontecimientos y cuyo único interés radica en mantener al país engañado con mentiras sobre la verdadera naturaleza del monstruo; el amigo americano, la administración USA, siempre cuidando de sus intereses, a costa de lo que sea… un panorama desolador que, a ratos, resulta incluso más diabólico que el propio bichejo, que al fin y al cabo alcanzó el tamaño de un autobús sin proponérselo, por la vesania del correspondiente “mad doctor”, que para la ocasión tiene rasgos de WASP: blanco, anglosajón, protestante, un científico poco escrupuloso cuyo inexplicado vertido al río de un contaminante de alta toxicidad dará lugar a la mutación de una especie de camarón hasta convertirlo en un cruce entre un cocodrilo, un tiburón blanco y un rinoceronte, todo ello elevado a la quinta potencia.
Curiosísima película, ciertamente, a pesar (o tal vez incluso en razón a) de las siempre extremosas interpretaciones de los actores y actrices coreanas, que parecen actuar en un filme mudo, con esos aspavientos exagerados tan habitual en esa escuela dramática. Con unos treinta minutos finales que son de infarto, en las secuencias en las que la familia de pánfilos acosa al bicho para destruirlo y recuperar a su ser querido, The host tiene pinta desde ya de convertirse en un filme de culto, una película que, a pesar de sus evidentes insuficiencias, consigue ese extraño tono de obra aparte, de empeño único, de rara ave (en este caso “raro anfibio”, si me permiten el chiste con el doble sentido de la expresión…) que le ha hecho triunfar donde quiera que va.
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