Esta película se pudo ver en la Sección Oficial a Concurso del Sevilla Festival de Cine Europeo (SEFF’2015).
Roberto Minervini es un cineasta italiano que parece haber encontrado un filón en hacer documentales sobre peculiaridades de la sociedad norteamericana, eso que llaman la América profunda. Ya lo hizo con Stop the pounding heart, y ahora lo hace de nuevo con The other side, en la que nos muestra dos realidades bien distintas. En la primera sigue a un yonqui, recluso con la libertad condicional, que malvive trapicheando y realizando trabajos temporales de baja cualificación, mientras asistimos a su vida cotidiana: sus pinchazos, sus fumeteos, su convivencia con su pareja, sus polvos, su visita a su madre y a su abuela. En la segunda vemos a un grupo de paramilitares, algunos ex soldados que han estado en el frente, que han conformado una especie de asociación (en USA tienen asociaciones para todo...) con la que pretenden defender a sus familias cuando llegue la guerra definitiva, ésa a la que, supuestamente, aboca al país la presidencia de Obama, al que hacen responsable de todos los problemas de Estados Unidos, con una contumacia digna de mejor causa.
Con estos dos modelos, por llamarlos de alguna forma, Minervini parece querer darnos un retrato de la América de verdad, pero lo cierto es que lo único que vemos es, por un lado, otra vez la estética de la marginación, del próximo chute como única expectativa vital, de los diálogos con lengua estropajosa de "colocado", y por otro las soflamas infames de un grupo de descerebrados que creen van a salvar a América con sus rifles de repetición y sus majaderías patrioteras. En el primer caso parece que Minervini busca cierta poética a lo Bukowski, pero me temo que no es Bukowski, y para hacer poesía de la devastación vital hay que tener más pulso, más entereza lírica que la que muestra aquí el cineasta italiano. En el segundo, no hay un distanciamiento, ninguna marca o señal que indique la no complicidad del director con este hatajo de descerebrados que, encima de todo, son unos desclasados, unos pobres infelices que no saben que están tirando piedras sobre su propio tejado con su postura de mantener a toda costa el “statu quo” de su país.
¿Algún valor cinematográfico? Pocos. Nos quedamos con la patética declaración del yonqui protagonista a su pareja (también adicta) sobre la única forma que tiene de escapar a la droga, volviendo a la cárcel donde podrá permanecer limpio, horrible forma para intentar volver a sentirse miembro de una comunidad más o menos civilizada. Por cierto, llama la atención el hecho de que los dos protagonistas, hombre y mujer, cuyos cuerpos desnudos lucen con reiteración en el filme, no parecen precisamente los de dos seres humanos estragados por la droga y el alcohol. Si no fuera porque nos consta que ambos se autointerpretan, cabría pensar en una re-creación, aunque no haya tal.
Poco más. No hay en Minervini mucha intencionalidad, y da la impresión de que se ha dedicado a seguir con la cámara a sus yonquis y a sus fachas, rodándolos y montando después las bobinas, o los archivos digitales filmados (más bien esto último, según parece) con algún sentido, pero poco más.
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