Hay un cierto tipo de cine, que se suele llamar “de tesis”, en el que los guionistas y el director se empeñan en demostrar algo. No suele tener buena prensa, con razón, porque para adoctrinar ya está el púlpito o el mitin; el cine es otra cosa. Además, casi siempre se le ve la intención, con argumentos que apoyan la tesis pero con ausencia de los contrarios, aquellos que podrían no convenir al convencimiento de los espectadores/adoctrinados. De la sutileza de esos argumentos, amasados en el magma de la trama de una película, dependerá casi siempre la bondad de la película, sus calidades.
No seré yo quien diga que las multinacionales son Hermanitas de la Caridad: al contrario, como grandes entes que sólo miran por el interés de sus accionistas (y también de sus gerifaltes: presidentes, CEOs, etc.: esos bonos, esos fondos de pensiones, esas “stock options” muchimillonarias…), las empresas de ese tamaño carecen, literalmente, de alma, y la piedad les suena a un bonito conjunto escultórico de Miguel Ángel, no a otra cosa…
Dicho lo cual, el problema de Tierra prometida es que se le ve demasiado la patita por debajo de la puerta, como en el cuento de los cabritillos: se empeña desde el principio en convencernos de la iniquidad de la gran empresa, como si eso tuviera que demostrarse, y para ello juega tramposamente varias bazas, entre ellas la de un par de piruetas finales que, dicho sea de paso, una vez mostrada la primera, está cantada la segunda…
No gustó el filme en la Berlinale de 2012, aunque el Jurado le diera una Mención que sonó a premio de consolación a un cineasta, Gus Van Sant, que ha hecho cosas mucho mejores. El director de Drugstore Cowboy es un hombre irregular, capaz de cintas notables, como la mentada, pero también de fracasos estruendosos como Psycho o Ellas también se deprimen.
Tampoco es que esté especialmente inspirado en la conducción de la historia, quizá a consecuencia de la artificialidad de la misma, de la sensación de “déjà vu” que transmiten estos ciudadanos urbanitas en el rudo medio rural, en un contraste que el cine ha hollado infinitas veces, si bien en este caso, al menos, no se pone el acento en la catetez de los pueblerinos en contraposición a los remilgados modos de los capitalinos: hubiera sido demasiado.
Matt Damon compone esforzadamente su papel, aunque la que está estupenda, como siempre, es Frances McDormand, en un personaje pequeño pero que ella llena de humanidad, de verdad.
(23-04-2013)
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