Definitivamente, parece que a Ridley Scott, como director (otra cosa es como productor, en la que sus créditos son cuantitativamente muy superiores), lo que le funciona, y no siempre, son las películas de ciencia ficción: véase que sus mejores títulos como director, después de más de cuarenta años desempeñando esa función, siguen siendo Alien, el octavo pasajero (1979) y Blade Runner (1982), y que de sus films más recientes, aparte de Gladiator (2000), solo Marte (2015) ha descollado sobre un océano de medianías, cuando no de petardos.
Pues con esta Todo el dinero del mundo sigue cumpliéndose el axioma de que el único Ridley Scott potable, como director, es el que hace ficción científica o, como mucho, fantástico o terror (o “fantaterror”, como se dice en el argot de los iniciados, generalmente muy friquis). Su nuevo film, basado en hechos reales (novelados por John Pearson en su libro Painfully Rich: The Outrageous Fortunes and Misfortunes of the Heirs of J. Paul Getty, en el que se basa el guion de David Scarpa), nos cuenta el secuestro en 1973, en Roma, donde vivía con su madre, de uno de los 14 nietos de Jean Paul Getty, el famoso multimillonario norteamericano afincado desde décadas atrás en Inglaterra. El nieto, John Paul Getty III, era un adolescente de vida tirando a disipada, al que una panda de delincuentes de baja estofa secuestra para pedir un botín de 17 millones de dólares; la madre acude al abuelo ricachón, que se niega a proporcionar el dinero arguyendo que eso pondría en riesgo a los otros 13 nietos que tiene. La madre, ayudada por un antiguo espía al servicio del abuelo roñoso, intentará conseguir por todos los medios la liberación de su hijo...
Tiene varios problemas Todo el dinero del mundo. El primero y quizá principal es que resulta una peli antipática: no ya por el retrato del viejo, del que se conoce su tacañería rampante, sino por el del resto de los personajes, con los que el espectador no consigue encontrar ningún punto de empatía: ni con el personaje del ex espía, un tipo tirando a arrogante y fatuo, ni con el adolescente secuestrado, lo que se viene a denominar un “pobre niño rico”, ni siquiera con la madre del chico, a pesar de que, en su desesperación por recuperar a su hijo, es la única que se aproxima a lo que pudiera ser una persona normal. Como será la cosa que el único rol con el que el público puede tener una cierta conexión resulta ser el de Cincuanta, uno de los secuestradores, interpretado por un acertado Romain Duris, que es el único que aporta alguna humanidad a su papel, un infeliz metido en un fregado que le supera, y que, sin embargo, entre luces y sombras, velará como buenamente puede por el muchacho carajote.
El propio tono del film es feo, rodado siempre con tonos oscuros, incluso en la luminosa Italia en la que se desarrolla parte de la película. Por supuesto, si lo que hubiera pretendido Scott era sacarnos de nuestra zona de confort, si estuviéramos ante un film indie que intentara darnos esta historia con ribetes desazonantes para denunciar la asquerosa plutocracia de los que tienen tanto dinero que no podrían dilapidarlo ni diez generaciones derrochantes, el tono feo y desgalichado podría estar hasta justificado; pero no es el caso, estamos ante una costeada producción de 50 millones de dólares, que se ha pegado un buen batacazo en taquilla en los USA y, me temo, en el resto del mundo, en el que la historia de este secuestro, que en su momento conmocionó a la sociedad de la época, actualmente no levanta pasión alguna.
Todo el dinero del mundo es una película manifiestamente prescindible. Su único mérito, por decir algo, es el de poner en solfa de nuevo la aberración de las grandes fortunas, ejemplificada en este caso en la figura de un tipo, este Jean Paul Getty, que, si hay que creer lo que se nos cuenta, no solo en la peli, sino en los libros de Historia, fue un personaje en el que convergían los caracteres de los personajes más tacaños que ha producido el arte, desde el Harpagón de El avaro, de Molière, al Scrooge de Cuento de Navidad, de Dickens, pasando por el licenciado Cabra de El Buscón, de Quevedo, e incluso el Tío Gilito, de Disney y hasta el Don Cicuta del clásico televisivo Un, dos, tres... responda otra vez. Este Jean Paul Getty capaz de entrar en éxtasis ante una bella pintura del Renacimiento pero incapaz de sentir emoción alguna ante el peligro real de perder a alguien de su misma sangre, encarna a la perfección la suma de todos los males que proceden de la avaricia, la codicia, la entronización del dios Dinero.
Y encima de todo, como a lo mejor era inevitable, Ridley no nos ahorra (¿no fue a clase el día que dieron elipsis?) la amputación de la oreja del pobre niño rico, que fue lo que dio aún más morbo a aquella historia de secuestro. Esta manía actual de mostrarlo todo, absolutamente todo, sin dejar sitio a la sugerencia, a la sutileza, esta muestra de exhibicionismo cuasi pornográfico, es la antítesis del cine, del Cine.
Con dos horas largas, más IVA, que se podrían haber quedado en noventa minutos y todos hubiéramos salido ganando, Todo el dinero del mundo es otro más de los fiascos ridleyanos en los que ya parece perito este cineasta británico que, por lo demás, ya tienen un lugar en la Historia del Cine por dos de los títulos citados al comienzo, Alien, el octavo pasajero y Blade Runner. Así que le perdonaremos patinazos como este...
De los intérpretes me quedo con el esforzado trabajo de Christopher Plummer para insuflar humanidad a quien, evidentemente, carecía de ella, ese Jean Paul Getty que lleva ya cuatro décadas cociéndose a fuego lento en los infiernos; no sabemos cómo habría sido su personaje con el rostro de Kevin Spacey, al que el neopuritanismo apartó del film cuando ya estaban rodadas todas sus escenas. Michelle Williams es buena actriz, pero me temo que aquí no tenía demasiado claro cuál era el tono de su personaje. Mark Wahlberg sigue confirmando que debió seguir siendo modelo de calzoncillos Calvin Klein y nos habría ahorrado tener que aguantarlo como ¿actor? El joven Charlie Plummer (sin relación de parentesco con el gran Christopher, a pesar de la coincidencia del apellido) aporta cierta frescura y bondad a un tipo, el John Paul Getty III, que tiene pinta de haber sido bastante más marrajo de cómo se le retrata aquí.
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