Pelicula:

Estreno en Filmin.


El salmantino Javier Tolentino es un reconocido crítico de cine español; su programa “El séptimo vicio” permaneció en antena en Radio Nacional de España desde 1999 hasta 2021; paralelamente, es un hombre muy relacionado con la música, fundamentalmente a través de sus colaboraciones en Radio 3, la emisora de RNE especializada en músicas no clásicas. Ambos amores, cine y música, confluyen en esta Un blues para Teherán, con la que Javier debuta en la dirección cinematográfica, y lo cierto es que se puede decir que, en nuestra opinión, ha aprobado con nota.

Ni que decir tiene que, aunque sea la primera película de Tolentino como director, este sabe lo que se trae entre manos. Para esta su ópera prima ha escogido un tema, un acercamiento hacia un país, Irán, sobre el que en Occidente tenemos muchos prejuicios, olvidando seguramente que la gente no son sus rígidos administradores. Un blues para Teherán, entonces, se conforma como una mirada, entomológica pero cercana, al Irán del siglo XXI, lejos de ideas preconcebidas. Tolentino, con buen criterio, con el cañamazo de una serie de actuaciones musicales llamémoslas “regladas”, pretende, y lo consigue, un acercamiento emocional al pretérito Irán, pero también al moderno, que en el fondo son la misma cosa. Así, se suceden las imágenes bellísimas de los paisajes persas, ora de una austeridad espartana, secarrales pespunteados por ocasionales malezas, ora de una hermosura como de postal, zonas inmensamente verdes donde la mirada se extasía. Entre medias, las actuaciones de grupos de música popular iraní, con canciones de letras extremadamente románticas, de una ingenuidad casi naif, tocadas siempre con instrumentos aborígenes, a veces incluso a capela, como la rapsoda que, tras reivindicar el papel de la mujer en la canción (que generalmente les está vedada por sus odiosas leyes religiosas antifemeninas), canta, sin más instrumento que su voz cristalina, un tema de hipnótica belleza.

Jugando con varios temas y estilos a la vez, como el costumbrismo popular y la lírica más henchida de amor, o como los planos secuencia (ese primer plano con Erfan, el protagonista implícito del documental, cantando sobre la canción de la radio del coche que conduce durante 6 minutos, sin un solo corte...), se podría decir que Un blues para Teherán parece una película iraní, quizá de Jafar Panahi, una película tan mimetizada con el entorno en el que se ha rodado, y tan próxima a sus gentes, que pareciera ser, efectivamente, más un film persa que español.

Formalmente Tolentino confirma, como imaginábamos, la sabiduría que confiere haberse visto todo el (buen) cine del mundo: la imagen estilizada, los encuadres exactos, la elegancia, el estilazo, en una película en la que el director se precave de filmar sin subrayados, dejando que las imágenes, que la música, fluyan por sí mismas. Su cámara goza,  y nos hace gozar, con los hermosos paisajes rurales del país, pero también con los urbanos, bellos a su manera, con detalles de la ciudad, de su gente, filmada con sensibilidad y buena mano: bucólica, entonces, pero también urbana, la película sabe a verdad, hecha de largos planos que se deleitan con la belleza paisajística del país, pero sin incurrir en el hueco preciosismo, con una límpida fotografía que no se regocija en sí misma.

Desde la mirada cargada de modestia de Tolentino asistimos a una película con vocación caleidoscópica sobre el Irán del siglo XXI, un país que es como una gigantesca taracea, donde conviven lo más tradicional y lo más moderno, donde cohabitan la Persia milenaria y el Irán atómico.

Asistimos entonces a hermosas, sencillas actuaciones de grupos musicales del país, se intuye que no precisamente conocidos, probablemente anónimos, que se esfuerzan por mantener la música folclórica autóctona, desde lo popular a lo clásico, con formas musicales tradicionales de la tierra como el “tasnif” y el “dashti”.  Hay en ellos, y en general en todos los iraníes que aparecen en pantalla, cantando o hablando, una ingenuidad nada impostada, desarmante: así, la vida en Irán parece muy simple, aunque también sea muy complicada la supervivencia cotidiana.

En la última parte del film, Tolentino se abre a otras expresiones artísticas con las que completar su radiografía caleidoscópica del Irán milenario, del Irán hodierno, con los artistas plásticos, desde el ilustrador de alfombras al grafitero, pero también se acerca al cine persa, citando incluso, en boca de sus personajes que se autointerpretan, a los grandes de la cinematografía iraní, Kiarostami, Panahi, Farhadi; pero también con la poesía, con declamaciones de hermosos textos líricos de una blancura absoluta. Confirmando que Irán no es Marte, en una conversación entre Erfan, al que ya hemos citado, cineasta en ciernes y solterón empedernido (con lo sospechoso que resulta eso en un país en cuya administración islámica, ciertamente, la homofobia forma parte de su ADN), y una joven amiga que se presta a aconsejarle al respecto, se deslizan temas de la cultura occidental tales como Don Quijote, la Beatriz de la Divina Comedia, o Romeo y Julieta.

Deslumbrante con frecuencia, con empaque de buen cine, con una notable consistencia formal y lírica, aunque no siempre vuele a igual altura, la ópera prima de Tolentino nos recuerda aquel sentido film de Fatih Akin, Cruzando el puente. Los sonidos de Estambul (2005), que era, también, un acercamiento musical y emocional, en ese caso hacia la capital de la tierra de sus ancestros turquescos.

(04-07-2021)


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80'

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Un blues para Teherán - by , Nov 25, 2022
3 / 5 stars
Acercamiento musical y emocional