Definitivamente, el cine italiano dejó de ser hace ya años una referencia cinematográfica mundial. Con todos sus grandes maestros muertos (Fellini, De Sica, Rossellini, Pasolini, Visconti, Antonioni, Leone) o listos de papeles (Bertolucci), difunta también su espléndida “clase media” (Comencini, Monicelli, Lattuada, De Santis, Germi, Bolognini, Risi, Scola), que en otros países constituiría una pléyade de genios, quedan algunos francotiradores interesantes (Amelio, Moretti, Sorrentino, ocasionalmente los Taviani, a veces Bellocchio, y poco más), pero la inmensa mayoría de su cine carece de entidad, interés o relieve como para traspasar las fronteras nacionales.
Esta Un italiano en Noruega nos llega, desde luego, no por sus valores artísticos, que son escasos, sino por su brutal éxito de taquilla en el país alpino, donde se ha colocado a la cabeza del ranking de recaudación de todos los tiempos, superando incluso a “blockbusters” como Titanic y Avatar. Un éxito de tal calibre, en términos económicos, era previsible que llegara a España, aunque, como era de esperar, aquí su repercusión en taquilla ha sido mucho más modesta.
Sigue esta Quo vado? del título original (algo así como ¿Dónde voy?) la estela de la comedia que basa su comicidad en colocar a un individuo con una marcada idiosincrasia en una tierra donde las costumbres son otras muy distintas. Este tipo de humor, viejo como el mundo, ha sido puesto de moda de nuevo hace pocos años por una serie de películas europeas como Bienvenidos al Norte (2008), del francés Dany Boon, y Ocho apellidos vascos (2014), del español Emilio Martínez Lázaro. Es un humor que basa su comicidad en contraponer las muy diversas formas de afrontar la vida de comunidades tan distintas como la sureña y la norteña (en la película gala) o la andaluza y la vasca (en la española). Aquí tendremos a un italiano de lo más mediterráneo, cuyo interés máximo en la vida es alcanzar un “puesto fijo” en la elefantiásica y artrítica función pública italiana, pero al que una reforma en la administración del Estado, instada por el nuevo gobierno (¿Renzi, quizá?), le hace tener que dejar su “dolce far niente” para afrontar otras responsabilidades (por decir algo), todo antes que renunciar a su “puesto fijo”. Así, será enviado a las gélidas tierras noruegas, donde encontrará a una compatriota que le hará tilín, aunque tiene una familia de lo más peculiar, algo así como la ONU en casa…
Checco Zalone, el protagonista, es uno de los nuevos valores (también por decir algo) del cine itálico. Forjado para la farándula en un programa televisivo llamado Zelig (sí, como la película de Woody Allen), que podría ser algo así como el Saturday night fever italiano, es también músico y guionista, entre otras muchas facetas artísticas. Esta es su cuarta película, y sus filmes se cuentan por éxitos, recaudando mucho más en cada uno de ellos que en el anterior. Todos están dirigidos por su paisano baresino Gennaro Nunziante, a su vez también coguionista, junto con Zalone.
El humor de Zalone y Nunziante es elemental: no busquen intelectualismos, ni siquiera comicidad inteligente, porque no hay tal. Se basa fundamentalmente en el humor de contraposición: uno dice una cosa y en la escena siguiente ocurre exactamente lo contrario. El único interés está en las secuencias en las que el muy latino funcionario se empieza a empapar de las características de los noruegos y comienza a actuar “civilizadamente”. Solo en esas escenas hay un tono de comicidad que llega, más que nada por el surrealismo de ver a este majadero siendo tan cívico como los escandinavos, cuando lo que le tira el ADN es pegar voces, ser irrespetuoso, políticamente incorrecto, machista, indiferente ante la naturaleza… en fin, todos los tópicos que se nos adjudican (como todos los tópicos, con mucho de falsedad) a los mediterráneos.
Pero fuera de esa parte que resulta más entonada, el resto es todo igual: el Checco protagonista, cuyo nombre es igual que el actor que lo interpreta, habrá de intentar, a toda costa, no perder su “puesto fijo”, para lo que no duda en hacer cualesquiera barrabasada con tal de conseguirlo. Es un humor fácil, que no requiere complicidad alguna, hecho con la intención exclusiva de hacer pasar un rato agradable, aunque sea a costa de autoflagelarse como sociedad, pues ciertamente los italianos no terminan muy bien parados, aunque un final más bien inverosímil pretenda decir otra cosa.
Nunziante, como director, no es tampoco ninguna maravilla, y desde luego no le llega a ninguno de los directores mentados al comienzo de este texto ni a la suela de los zapatos. Se limita a poner en imágenes el guion coescrito con Zalone, y poco más. Eso sí, parece que ambos han encontrado la piedra filosofal, aquella que hacía convertir el plomo en oro… aunque, qué quieren que les diga, me parece que sigue siendo plomo…
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