CINE EN PLATAFORMAS
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Léonor Serraille (Lyon, 1986) es una guionista y directora francesa de aún muy corta carrera; en la segunda de estas facetas apenas tiene un corto y un largo, Bienvenida a Montparnasse (2017), que ganó premios en varios festivales, entre ellos Cannes (donde consiguió la codiciada Camera D’Or de la sección Un Certain Regard) y Deauville, estando además nominada en los premios César del cine francés. A partir de ese éxito, Serraille ha conseguido montar este segundo proyecto cinematográfico, aunque le ha costado cinco años...
Serraille tiene los mejores fundamentos formativos, al haberse graduado en la prestigiosa La Fémis y también en La Sorbona. Lamentablemente, nos parece que con esta Mi hermano pequeño no ha terminado de acertar. La historia se inicia a finales de los años ochenta: conocemos a Rose, una costamarfileña que emigra a Francia en busca de un futuro mejor para sus hijos, dos de los cuales, de corta edad, Jean y Ernest (a los que la madre, humorísticamente, llama “mi pequeño cigoto”) la acompañan. En Costa de Marfil quedan otros dos hijos. A lo largo de más de veinte años iremos viendo las vicisitudes de los tres, cada uno de los cuales ocupa el protagonismo en otros tantos capítulos que llevan el nombre de cada cual.
Nos parece que Mi hermano pequeño es una bienintencionada historia, aunque más bien desvaída, sobre los problemas de una familia, agravados por los conflictos propios derivados de la emigración; pero da la impresión de que la directora pusiera el foco de una cierta responsabilidad de los hechos que van degradando el clan familiar sobre el comportamiento de la madre, la que, lícitamente, no antepone sus hijos a sus relaciones, sino que intenta llevar ambas cuestiones a la par; esa culpabilización, si es que existe, porque no está demasiado clara, nos parece errónea y desde luego alejada de nuestro tiempo. Es posible que hace décadas ese planteamiento sobre la abnegación maternal fuera aceptable e incluso el único posible, siendo cualquier otro considerado como desnaturalizado. Pero en la tercera década del siglo XXI, plantear que una mujer ha de renunciar a una vida sentimental cómo y con quién le plazca para dedicarse en cuerpo y alma a sus vástagos, nos parece ciertamente inaceptable, por no decir impresentable.
Por supuesto que se aprecia el relato sosegado (quizá demasiado sosegado... a veces le falta fuerza), el retrato de estos tres emigrantes costamarfileños con dispares visiones de su vida en Francia, y de fondo el país finisecular y de principios de esta centuria vigésimo primera. Pero nos tememos que el meollo de la cuestión es poco defendible. Tampoco ayuda algún episodio metido como con calzador, como el acoso racista por parte de la Gendarmerie al ya adulto Ernest, que suena a intentar aderezar con un poco de antirracismo una historia más bien falta de fuelle; por supuesto, episodios como el que se narra (muy maniqueamente, es cierto) han existido, existen y (lamentablemente nos tememos) existirán, pero no se puede incluir fuera de contexto y sin venir a cuento, como una escena postiza que ni tiene antecedentes ni consecuentes en la historia narrada.
A Serraille, es cierto, le luce su excelente formación, y la película está narrada con corrección y soltura, con profesionalidad (a pesar de su aún escasa filmografía) y solvencia, aunque nos parece que aquí lo que falla es mayormente la historia y el extraño sesgo culpabilizador de la madre que se intuye en la misma.
Buen trabajo interpretativo en general, destacando Annabelle Lengronne, que compone el papel de la madre, en un personaje interesante por sus diversas facetas, por sus anhelos, también por sus decepciones vitales.
(11-11-2022)
116'