Pelicula:

Esta película forma parte de la programación del AMERICANA FILM FEST (Festival de Cine Independiente Norteamericano de Barcelona).


Parafraseando un dicho de mi tierra, si los friquis volaran, no se vería el sol... Pues sobre estos peculiares personajes trata este film, sobre uno de ellos en concreto, que, en contra del tópico, no es un varón gordo seboso vestido con una pringosa camiseta negra sino una adolescente enfrascada en su mundo más o menos gótico, enganchada a todo tipo de pantallas y metida de lleno en una de esas paranoias que el ser humano se inventa para huir de cosas diversas: de una familia en la que no encuentra su sitio, de un mundo que no entiende, de una serie de cambios hormonales ante los que no sabe cómo responder... una adicción a mundos irreales, a juegos de rol, a un universo cibernético donde encontrar algo parecido a la felicidad que no disfrutan en la vida ¿real?

La película, esta We’re all going to the World’s Fair (algo así como “Vamos todos a la Feria Mundial”), se centra fundamentalmente en el personaje de Casey, nombre que no sabemos si es auténtico o inventado. Adolescente como de 16 ó 17 años, declara ante la pantalla que va a aceptar el desafío de la Feria Mundial (nada que ver con la Feria de Sevilla, que es otra cosa...). Tras pincharse en el dedo con el gancho de un pin (que ya es una forma tela de friqui de pincharse...), repite tres veces, como si fuera un mantra, “quiero ir a la Feria Mundial”, y después contempla un vídeo que no alcanzamos a ver en pantalla, solo el reflejo de los intermitentes destellos sobre el rostro de la chica. A partir de entonces, la adolescente friqui se grabará en distintos momentos de su vida para documentar los posibles cambios que le sucedan. En un momento dado, alguien más allá del éter cibernético le contesta y cree ver en ella, y en sus cambios, algo distinto...

Jane Schoenbrun, antes de nombre Dan Schoenbrun, es una persona no-binaria (ya saben, las personas que no se definen por un género en concreto). Cineasta de corta carrera aún en la faceta de dirección, aunque en producción sí tiene una filmografía más larga, Schoenbrun hace con este su primer largometraje de ficción, tras un primer largo documental, A Self-Induced Hallucination (2018). Este We’re all going... ha tenido buenas críticas y hasta algunos premios en festivales, aunque ciertamente no le terminamos de pillar el punto.

Porque la película de Schoenbrun tiene algunos defectos que nos parecen capitales, no siendo el menor que tiene escasa materia argumental para rellenar la casi hora y media de metraje: con la mitad todavía le sobraría, así que imaginen... Con un “look” rebuscadamente amateur, para emular el tono sombrío y cutre de este tipo de vidas friquis, la película no parece tener interés en profundizar por qué esta chica se adentra en hacer ese desafío de la Feria Mundial, lo que quiera que sea eso, ni en reflexionar sobre esta vida de mierda de una adolescente que se sumerge en pantallas y en absurdos retos cibernéticos. Desaprovecha entonces la posibilidad de hablar de estos adolescentes abandonados, introvertidos y asociales, sin valores ni referencias, fantasmas en un mundo de pesadilla, como drogados sin estarlo, un universo de gente joven que hoza sin recato en el nihilismo, la desesperanza, la frustración, la falta de motivación, chicos y chicas cuya relación familiar es casi nula, aislados en un submundo de tinieblas solo iluminado por pantallas de todo tipo: monitores, ordenadores portátiles, tabletas, smartphones o iPhones... un mundo televisado donde toda majadería es posible.

Es cierto que en la parte final va tomando cuerpo lo más interesante del film, la relación virtual entre Casey y un anónimo contacto a través de Skype, que no da la cara pero intenta acercarse a ella, al parecer con intenciones filantrópicas (aunque cuando hay una pantalla, un adulto y un menor de por medio, esas intenciones hay que ponerlas en cuarentena...), entre los  que surge algo parecido a la amistad, una amistad en el ciberespacio entre una chica con un plomazo dado y un cincuentón que vive en un casoplón, también con síntomas de aislamiento familiar y alienación existencial. Pero esa relación, que apunta maneras y podría haber dado más juego, está apenas esbozada por Schoenbrun; el “speech” final del hombre ante la pantalla vacía resulta desasosegante, inquietante, encontrando quizá en ese momento el tono que hubiera convenido al resto del relato.

Con referencias varias a Paranormal activity, y no solo nominales, sino también con la prota grabándose mientras duerme (con alguna escena que quiere dar miedo pero lo que da es más bien risa...), Schoenbrun, cuando no tiene a sus personajes mirando a pantalla, que es casi siempre, los filma en paisajes urbanos anónimos, con cámara al hombro, en una historia que, sin embargo, es fundamentalmente claustrofóbica, al haber sido rodada en su mayor parte en el cuarto-cueva de la protagonista, un antro entre lo gótico y lo ridículo.

Además de a Paranormal activity, nos parece que tiene también referencias a un clásico del cine de terror de los ochenta, Videodrome, aquel curiosísimo film de David Cronenberg que definió lo que entonces daría en llamarse “la nueva carne”, con incursiones en el cuerpo que permiten sacar a la luz cosas que no deberían estar ahí...

Con una narración monótona, reiterativa, con un relato inconexo e incoherente, y una factura desgalichada que parece buscar una tosquedad de diseño, la película no termina de encontrar su tono y no deja de ser una sucesión de imágenes que pretenden impactar, bien por su supuesta bizarría, bien por su intento de ser herméticamente desoladoras, aunque nos tememos que el resultado final dista mucho de conseguir alguno de esos objetivos.

El trabajo de la joven Anna Cobb, con escasa experiencia audiovisual, se ajusta a su peculiar papel, pero habrá que verla en otros cometidos para poder calibrar su posible talento artístico.

(26-03-2022)


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86'

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We’re all going to the World’s Fair - by , Mar 26, 2022
1 / 5 stars
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