Pelicula:

Una zona rural en Bulgaria, cerca de la frontera con Grecia. Hasta allí llega un grupo de constructores alemanes que ha sido contratado para realizar ciertas obras de infraestructuras que deben mejorar la vida de los lugareños. Pero pronto empiezan las fricciones entre ambos grupos, al ser el líder de los germanos un tipo con tendencia a propasarse con las mujeres y con cierto gusto por la pendencia y el abuso de poder.

Valeska Grisebach es una guionista y directora alemana que llamó la atención hace once años con su Nostalgia (2006), que fue premiada en los festivales de Gijón y Varsovia, entre otros. Tras un tan largo período de inactividad en la dirección vuelve en plena forma con este extraño film de no menos raro título, sobre todo porque, a simple vista, no parece haber mucho del género western en Western.

Aunque en realidad no es exactamente así: sin ser una trasposición literal, ni siquiera abierta, de las constantes del género por antonomasia del cine, lo cierto es que la película de Grisebach sí tiene elementos que pueden considerarse propios de los films del Oeste, vistos de una forma libérrima. Así, la propia llegada de los alemanes a lo que podríamos llamar “territorio comanche”, una zona desconocida donde habrán de realizar determinada tarea: quitemos las obras que han de ejecutar y pongamos el tren, cuya llegada al Oeste americano ha estado presente en bastantes films del género como una constante temática. También la hostilidad, pero también, en su caso, la amistad, incluso la complicidad, entre dos mundos opuestos, los búlgaros y los alemanes, como en el western clásico los indios o aborígenes norteamericanos y los blancos descendientes de los europeos, con o sin uniforme azul yanqui. Profundizando en este tema, existe aquí una fascinación hacia la sencillez del pueblo búlgaro por parte de Meinhard, el protagonista, un exlegionario alemán que sirvió en la guerra de Afganistán, que se siente cada vez más cerca de la simplicidad, la camaradería, la bendita inocencia de los lugares, y cada vez menos próximo a sus compatriotas, esos tipos ya de vuelta de todo, comandados por una mala bestia que asoma el colmillo retorcido, la felonía, la crueldad en cuanto tiene ocasión. Por decirlo con el bello título de la última película de Alfonso Ungría, el deseo de ser piel roja… Recuérdense westerns tales como Pequeño gran hombre, Un hombre llamado caballo o Bailando con lobos, en los que el hombre blanco sentía una profunda fascinación por el indio americano.

Puede la película chocar porque Grisebach opta por un camino ciertamente duro en cine, el de contar una historia en la que apenas pasan cosas, o las que pasan no parecen especialmente interesantes: Valeska se decanta entonces por un cine de sutilezas, donde la violencia es casi siempre soterrada, hecha a base de miradas, de palabras que no se entienden entre dos comunidades que tienen idiomas (y pensamientos) muy distintos. Esa sutileza puede jugar en contra del film, aunque en el fondo es una de sus bazas: los pequeños hechos que se suceden actúan a modo de taracea, de gigantesco pero sutil puzle, donde se entrelazan los pequeños rifirrafes entre los dos grupos humanos con el acercamiento aceptado del exlegionario hacia los búlgaros y el rechazado del líder teutón por la comunidad aborigen, que en su inocencia intuye la malévola alma del tipo.

Con una narrativa firme pero pausada, de raro pulso mantenido incluso en los momentos en los que la tensión crece, quizá le sobre a Western diez o quince minutos, con lo que hubiera quedado una obra más redonda, más ajustada a lo que Grisebach quería contarnos. No obstante, el resultado es muy interesante, aunque también es cierto que es un film muy para cinéfilos: el aficionado palomitero puede ahorrársela; se ahorrará también un buen enfado... Bien dirigida por una cineasta que no ha perdido “la muñeca” (como dicen los tenistas cuando llevan tiempo sin jugar), Western termina en un anticlímax que puede desconcertar a más de uno: y es que todavía seguimos pensando que todo film ha de tener un fin a modo de conclusión. Sin embargo, el film acaba, pero no acaba la acción. Lo que haya de suceder, sucederá, pero no lo veremos en la pantalla, sino en todo caso, si nos pluguiera, en cada una de nuestras cabezas, innúmeras formas de continuar una historia sin un fin concreto.

Todos los intérpretes son no profesionales, comportándose con una frescura memorable; casi todos son nombrados en el film por su propio nombre real. En particular el protagonista, Meinhard Neumann, es un caso llamativo de introspección puramente intuitiva, un intérprete nato que se adapta espléndidamente a su personaje “con pasado”, probablemente porque él mismo tiene ese pasado.



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120'

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Western - by , Jun 15, 2018
3 / 5 stars
El deseo de ser piel roja