Estreno en Netflix.
Parece evidente que la experiencia es un grado: aquí tenemos un ejemplo que nos parece meridiano. Los creadores de esta miniserie anglo-norteamericana de 6 episodios son el veteranísimo David E. Kelley (por cierto, esposo de Michelle Pfeiffer), guionista y productor yanqui de larguísima carrera en el audiovisual, estando detrás de éxitos de la pequeña pantalla tan populares como La ley de Los Ángeles, Ally McBeal o Little big lies, entre otras muchas series; y la canadiense Melissa James Gibson, aunque más joven y con menos filmografía detrás, es la autora de un éxito de las dimensiones de House of cards, serie de la que, si no hubiera sido por el #MeToo y la consiguiente práctica laminación de su estrella Kevin Spacey, probablemente se seguirían grabando capítulos.
Ambos han unido fuerzas en esta apañada miniserie que parte de la novela Anatomy of a scandal, escrita por la periodista y novelista británica Sarah Vaughan, publicada en 2018. De la realización se ha encargado la muy solvente cineasta británica S.J. Clarkson, responsable de series tan populares como Gente de barrio, Life on Mars, Héroes o Dexter. El resultado, a nuestro parecer, es estimulante, a pesar de que algún giro de guion (atribuible, nos tememos, al texto literario original) hace difícilmente verosímil parte de la historia y su desenlace.
La acción se desarrolla en nuestro tiempo. James Whitehouse es diputado en el Parlamento Británico además de ministro del gobierno “tory”. Es una de las estrellas emergentes del Partido Conservador y se le augura un gran futuro, siendo además amigo íntimo del premier británico, amistad que procede de la época universitaria de ambos, veinte años atrás. Al ministro le llega una filtración de la prensa, tras la cual confiesa a su esposa, Sophie, con la que está casado y tiene dos hijos menores de edad, que ha tenido una aventura durante cinco meses con Olivia, una de las jóvenes empleadas de su gabinete político, aunque ambos ya lo han dejado, pero que esa aventura va a salir a la luz en los periódicos en las próximas horas. Cuando salta el escándalo, el experto en medios de comunicación de la oficina del primer ministro le aconseja que lo deje caer para que no le salpique, pero éste se niega. James y Sophie llegan a un punto de reconciliación para dejar atrás ese asunto, pero entonces la Policía comunica al político que Olivia ha presentado contra él una denuncia por violación. De la acusación pública, en nombre de la Reina (en cuyo nombre se administra justicia en el Reino Unido), se encargará Kate Woodcroft, la más brillante del Ministerio Fiscal, que guarda cierto secreto en su pasado...
Estamos ante un thriller de irisaciones políticas y dramáticas, un thriller también sexual y judicial, en el que lo que se pone en solfa es la existencia o no de consentimiento en una relación erótica, en una en concreto, mantenida tras una relación que se prolongó en el tiempo durante varios meses. Sobre ese eje, pero también sobre los sucesos acaecidos años atrás en la vida del protagonista y la que entonces era solo su medio novia, en el pasado del amigo del protagonista que llegaría a ser premier del Reino Unido, y en el de la amiga de Sophie, cuya abrupta salida de la universidad tuvo una motivación que se descubrirá relacionada con el caso en cuestión. ¿Hubo o no hubo consentimiento en la relación sexual mantenida en el ascensor por el ministro y su colaboradora? Ese “leit motiv” será el que marcará el tono de la miniserie, si bien en el personaje de la fiscal existirá una incidencia inesperadamente personal en el caso judicial, en un giro de guion que nos parece demasiado arriesgado y pone en peligro la credibilidad de la trama, aunque es cierto que es el que le da su extrema peculiaridad.
Hay una denuncia de las mentiras que, según parece, son consustanciales al medio político, las artimañas para cubrirse entre los profesionales de la cosa pública para que no les salpiquen temas que podrían acabar con sus carreras. Hay también una mirada feminista, lógica si se tiene en cuenta que la miniserie parte de la novela de una escritora, uno de los dos creadores es mujer, y la directora también lo es, una mirada que, por ejemplo, recuerda lo que sí parece un auténtico escándalo, que la violación dentro del matrimonio no fuera delito en el muy avanzado Reino Unido hasta 1991, anteayer, como quien dice. Tampoco sale muy bien parado el ambiente misógino, disoluto, en buena medida depravado de las muy opacas fraternidades universitarias, como el llamado “club de los libertinos” al que pertenecieron en su juventud el ministro protagonista y el que sería, con el tiempo, premier británico, que era su compinche de correrías y francachelas, y en el que se plantaron las simientes de la futura ruina política de ambos.
Formalmente, la realizadora S.J. Clarkson llama la atención por cierto gusto por un estilo un tanto alambicado, con algunas angulaciones extrañas y efectos visuales raros, en una puesta en escena brillante, elegante, moderna, aunque un tanto retorcida. Es cierto que ello se puede justificar en gran medida por las numerosas situaciones de estrés emocional que tienen lugar en la trama, tanto en las escenas del ministro y su esposa como en las de la fiscal encargada del caso.
Clarkson utiliza con habilidad el recurso de mezclar en un mismo plano distintos espacio-tiempo, con personajes anteriores o posteriores interaccionando mutuamente en tiempos anacrónicos, en un recurso ciertamente poco habitual, aunque no lo haya inventado ni mucho menos ella; recordemos, por poner un caso cercano, el de Saura y su La prima Angélica, que lo utilizaba con mucho criterio.
Llama la atención la extraordinaria explicitud con la que son descritas en las sesiones del juicio por violación las distintas relaciones sexuales que mantuvieron el ministro y su empleada, con todo lujo de detalles, con una utilización de términos ciertamente impensables en boca de señores y señoras tan empingorotados y empelucados.
El conjunto es un apañado thriller que, a pesar de contener una premisa argumental (la relación personal de la fiscal con el caso judicial) cuestionable desde el punto de vista de su escasa probabilidad, resulta interesante de ver y mantiene bien la atención del espectador, incluyendo algunos “cliffhangers” (en especial los de los primeros capítulos) que inicialmente chocan por su carácter metafórico, cuasi fantástico, en una ficción de vocación puramente realista.
Buen trabajo actoral. Nos ha gustado mucho Michelle Dockery, recordable como la hija mayor de los Crawley, los nobles de la serie Downton Abbey, aquí en un papel complicado por el contorsionismo psicológico al que se ve sometido su personaje, pero también la pareja protagonista, Sienna Miller y Rupert Friend, ambos muy seguros y solventes.