Serie: El colapso

Disponible en Filmin y Disney+.


Las teorías conspiranoicas de todo tipo, incluidas las que se suelen denominar “negacionistas”, están, lamentablemente, a la orden del día. Es como si el ser humano, en esta tercera década del siglo XXI en la que parece obcecarse irremediablemente con el suicidio colectivo como especie, llevándose ya de paso por delante al planeta, quisiera, con estas majaderías que se quieren presentar como respetables, ir desandando el largo camino que hasta aquí hemos recorrido de la mano de la ciencia, para uncirnos (nunca mejor dicho: como burros…) al carro de la superstición.

Viene todo esto a cuento porque la serie El colapso, por lo demás modélica en su planteamiento de un posible caos civilizatorio y, sobre todo, en la forma de presentárnoslo cinematográficamente, bebe lamentablemente de una de estas teorías, la que es conocida comúnmente como “colapsología”, que viene a decir que es cuestión de tiempo, y no mucho, que la civilización tal y como la conocemos se vaya al garete por un colapso generalizado de todos los servicios básicos que la conforman: electricidad, combustible, cadenas de alimentación, etcétera. No seremos nosotros los que neguemos que el mundo parece cada vez más cerca de irse directamente al carajo, pero nos parece que esa opción es, probablemente, de las más remotas.

El caso es que El colapso plantea muy verosímilmente esa posibilidad. Se trata de una miniserie de 8 capítulos, siendo cada uno de ellos de una duración muy inferior a la habitual: estamos hablando de que cada episodio dura entre 15 y 20 minutos, cuando cualquier serie, como mínimo, suele durar alrededor de 45 minutos cada entrega. La razón de esa brevedad estriba en el más difícil todavía que supone que cada uno de esos capítulos esté rodado casi en su totalidad mediante un único plano secuencia que dura lo que el episodio, además con algún “tour de force” del calibre de, por ejemplo, subirse el protagonista como piloto a una avioneta (y la cámara con él, claro) y echar a volar, por poner un ejemplo de los más osados.

Por su parte, Les Parasites es el nombre con el que firman tres cineastas, Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto, siendo el más conocido quizá el último, joven actor que tiene ya una cierta carrera como tal, en films como el estupendo En la casa, de François Ozon. Los tres fueron alumnos de la prestigiosa L'École internationale de création audiovisuelle et de réalisation (EICAR), y desde la segunda década de este siglo XXI vienen filmando y/o grabando cortos y vídeos que emiten en su canal de YouTube. Mediante la plataforma Tipee (similar a la norteamericana Patreon, que permite una sistematización del crowfounding a gran escala para jóvenes talentos) han financiado la mayor parte de sus trabajos, e incluso esta El colapso también ha contado con un presupuesto de 2 millones de euros recaudados por ese sistema.

La serie se ambienta en un futuro indeterminado, pero que se antoja muy próximo, quizá el mes que viene o el año que viene. La acción se desarrolla en Francia, en distintas localizaciones. Todos los capítulos van precedidos de un cartel que informa que los hechos suceden a los “x” días del colapso, desde el primero que sitúa lo que sucede a los 2 días del derrumbe de todo, hasta el séptimo, que se desarrolla a los 170 días del “crack”. El octavo es el único que ocurre con anterioridad, en concreto 5 días antes del colapso.

Así, el primer capítulo, el que sucede 2 días después de…, tiene lugar en un supermercado, donde vemos a uno de los cajeros al que su novia le dice que están pasando cosas raras y que tienen que irse de la ciudad; el chico no quiere, al menos no durante su jornada de trabajo; entretanto, vemos que los clientes se quejan de que están empezando a faltar productos de primera necesidad. Los nervios van en aumento entre todos, y finalmente la situación estallará… A lo largo de los seis capítulos siguientes veremos cómo progresivamente, conforme van pasando los días desde “el colapso”, todo empieza a empeorar de forma drástica; así, en el capítulo titulado La estación de servicio, las grandes colas, la impaciencia y el pánico en una gasolinera terminan como el rosario de la aurora, pero también habrá lugar para la piedad, como en el episodio titulado La residencia, donde veremos que el ser humano tiene una capacidad infinita para la compasión, casi tan infinita como para la crueldad… Habrá también intentos de organizarse en la nueva situación, creando casi “ex nihilo” una nueva sociedad, o una microsociedad, con apenas unas decenas de miembros, en el campo, una vuelta a lo bucólico que se revelará pronto muy complicada.

El conjunto nos parece apreciable y a ratos fascinante, como la mirada de un entomólogo que pudiera observar, entre el rigor del científico y la emoción del cómplice, cómo se comportarían, cómo nos comportaríamos, si llegáramos a una situación desesperada en el mundo como la que se presenta aquí. Formalmente el plano secuencia se revela pronto como una decisión (a la manera de Godard) moral, una forma de plantearnos la historia con el menor montaje posible, como si fuéramos unos mudos testigos que asistiéramos, desde dentro, a las diversas peripecias a las que se enfrentan varios grupos humanos abocados a un fin del mundo a cámara lenta: nada de bombas atómicas y adiós muy buenas, sino una cuesta abajo, día a día, que nos arrastraría hasta los estadios más primitivos del ser humano, a la defensa a ultranza de los distintos círculos concéntricos de nuestro afecto: nosotros mismos, nuestra familia, nuestra tribu… Pero también Les Parasites reservan espacio para el humanismo contra toda esperanza, como el mentado episodio titulado La residencia, donde un chico, contra todo sentido común, con una capacidad de sacrificio a prueba de bomba, se apiada de un grupo progresivamente menguante de ancianos y resistirá atendiéndolos hasta que sea evidente que ya no hay nada que hacer. Ese episodio, quizá el más duro de todos (y los hay muy, muy duros…), acaba con una escena absolutamente demoledora, desoladora, ante la que es imposible resistir impávido.

Pero los directores también introducen de matute algunas teorías más bien cuestionables (aparte de la colapsología que le confiere su carta de naturaleza), en el episodio titulado La isla, que imagina, en la onda propugnada por el llamado “supervivencialismo”, que las grandes élites económicas y políticas del mundo tienen islas preparadas y fortificadas a lo largo del planeta con todo dispuesto para, cuando el mundo pete, poder refugiarse en ellas y salvarse cual Noé y su familia en el Diluvio Universal.

Habrá lugar en los distintos capítulos, como seguramente era de prever, para el caos, para el pillaje, para el sálvese quién pueda, la lucha por la supervivencia pura y dura, con esa serie de círculos concéntricos a los que aludíamos, y que forman parte indisoluble de nuestro ser como personas; también para la insolidaridad, para el miedo, para la violencia, para la mezquindad. Los directores se presentan, al menos en este audiovisual, como unos virtuosos del plano secuencia, y dentro de él, con un gusto evidente por mover a sus personajes y seguirles constantemente con la cámara, sin apenas planos estáticos; tenemos la convicción de que no se trata de un mero artificio o un hueco alarde técnico y coreográfico, sino que, como apuntábamos antes, es un recurso más que justificado teniendo en cuenta el tema en cuestión.

Los directores, haciendo de la necesidad virtud, dado que el presupuesto no era precisamente holgado, han usado preferentemente, con buen criterio, actores y actrices poco conocidos; con toda premeditación, ese desconocimiento generalizado de los intérpretes contribuye a la sensación como de docuficción que desprende la miniserie. Aún así, hay algunos de ellos que sí pudieran ser reconocibles por el cinéfilo, como Lubna Azabal y Thibault de Montalembert.


El colapso - by , Aug 26, 2022
3 / 5 stars
Entre el rigor científico y la emoción cómplice