ESTRENO EN MOVISTAR+
La primera vez que España ganó Eurovisión (la segunda y última, con Salomé, fue compartida con otros tres países, así que fue una victoria bastante descafeinada), en 1968, fue sin duda un gran acontecimiento nacional. España venía de una atroz Guerra (in)Civil en los años treinta, de una durísima postguerra durante los cuarenta y cincuenta, y llegaba a los sesenta con un incipiente desarrollismo, bajo la dirección política de los llamados “tecnócratas” (López Rodó, etc.), y también de una mínima apertura en lo social, de la mano de la estrella emergente de la derecha de la época, Manuel Fraga, nombrado Ministro de Información y Turismo en esa década, un político con mando en plaza que estaba llamado a ser una importante figura cuando llegaran la Transición y la democracia, tras las muerte de Franco a mediados de los setenta.
Pero aquella victoria en Eurovisión hizo creer a la clase política, e incluso a la gente de a pie, que España efectivamente era uno más entre los países europeos, por más que solo nosotros y Portugal fuéramos (digámoslo de forma suave...) anomalías no democráticas, tiranías unipersonales en un continente que (aparte de los países del Telón de Acero, todos ellos dictaduras marxistas a las órdenes de la URSS) era un selecto club de democracias liberales que, además, llevaban ya más de una década poniendo los cimientos de lo que actualmente es la Unión Europea.
Aquella victoria, digo/decía (a la umbraliana manera), supuso un subidón de autoestima de un país que, quiérase o no, seguía teniendo un enorme complejo de inferioridad respecto de todo lo que sucedía allende los Pirineos, esos países a los que veíamos con envidia por sus pujantes economías, por sus libertades públicas y privadas (incluidas, por supuesto, las sexuales...), y por su cosmopolitismo.
En aquel evento hubo una serie de circunstancias que harían que, ciertamente, fuera una victoria muy trabajada, y en buena parte de su transcurso, convulsa. La miniserie La canción, en tres capítulos, desarrolla esos eventos, basándose en los hechos ocurridos y aportando algunas dosis de ficción, especialmente en la intrahistoria de lo que sucedió.
La historia se inicia con Franco en una de esas cacerías que (como cuando pescaba en el Azor) le preparaban para que pareciera que era un hacha... en una de esas pantomimas el Caudillo le dice a Fraga que “ahí fuera no nos quieren”, y que, para arreglarlo, tienen que ganar Eurovisión; Fraga “ordena” entonces al director de programas de TVE, Balmaseda, que gane el festival porque así lo quiere Franco. Un político emergente, Esteban Guerra, ambicioso y joven, se entera de ello y se postula para encargarse del tema; tras algunos tiras y aflojas, lo consigue, y se pone al tema con Artur Kaps, líder de Los Vieneses (él, su esposa Herta Frankel, Franz Johan y Gustavo Re), grupo de artistas llegados a España en los cuarenta que fueron muy populares en la TVE de los sesenta. Kaps era la mente pensante tras la cámara, mientras que los demás escenificaban los números cómicos. Kaps asume el reto y, con Esteban, buscan una canción y alguien que la cante. La primera será “La, la, la”, original de Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, el popularísimo Dúo Dinámico, y el segundo el catalán Joan Manuel Serrat (entonces le llamaban “Juan Manuel”). Este, miembro de la incipiente Nova Canço, la canción protesta catalana, solo había cantado hasta entonces en la lengua de Josep Pla. Aunque asume hacerlo en español, intenta convencer a TVE de que le dejen hacerlo en catalán. Cuando ve que es imposible, espoleado por las acusaciones de traidor, decide plantarse y no cantarla si no es en su lengua vernácula. Entonces TVE buscará un relevo a la carrera: quedan solo unos días para que se celebre el Festival de Eurovisión...
Fran Araujo y Pepe Coira es una pareja artística que, como creadores, tienen una ya apreciable carrera, con series tan conocidas como Hierro, Apagón o Rapa. Aquí han contado con Alejandro Marín (el director de Te estoy amando locamente) como realizador de la miniserie. Lo cierto es que nos parece que, siendo un producto agradable y bien elaborado, le falta un puntito de garra, de fuerza, que podría haberlo hecho redondo. Ese es quizá su único fallo, aunque es un fallo importante porque le quita en cierta medida ese punto de interés fundamental en cualquier audiovisual, y más en las series, en las que cada capítulo debe motivar al espectador para ver el siguiente.
La historia está bien contada, apoyándose esencialmente en un personaje ficticio, este Esteban pintado aquí como un politiquillo de la época, sin mucha idea de casi nada, pero sí con muchas ganas, un tipo que, sin ser una mala persona, en el fondo es un trepa, en realidad un producto típico del franquismo sociológico. A través de él, y de personajes reales como Fraga o Kaps, y por supuesto de los protagonistas propiamente dichos de la canción (Serrat y Massiel, secundariamente el Dúo Dinámico), se nos traza un cierto retrato de la España del 68, con sus cargas policiales, algunas escenas de la vida de Franco y su esposa en El Pardo, vistas con cierto humor negro, y las maniobras del protagonista para conseguir que Serrat y la canción tengan eco en Europa, y después que su sustituta recogiera los frutos de lo sembrado en Alemania, Francia e Inglaterra. También, como de fondo, aunque al final cobre notoriedad de primera línea, aparece la entonces necesidad de ocultar la condición sexual, en una sociedad ultraconservadora también en lo social, que no admitía más que una forma de amar.
Es verdad que esa cierta pintura de la España del tardofranquismo tampoco es demasiado extensa, es más unas pinceladas que otra cosa, en una clave como de comedia que a ratos parece berlanguiana (sobre todo en la primera escena, con Franco de cacería), pero también haciendo ver que la vida en una dictadura como la franquista no era precisamente una vida plácida, ni mucho menos...
Gusta la buena ambientación musical de la época, algo especialmente importante, dada la temática, así como el vestuario, atrezo y localizaciones. Los autores utilizan con buen tino imágenes documentales de los auténticos Serrat y Massiel, insertándolos en la trama, simultáneamente a la de los propios actores que los interpretan.
Estamos entonces ante una ficción plausible, que pudo haber sido así, o no; y es que la miniserie no busca el rigor (aunque tampoco lo desprecia), sino el entretenimiento inspirado en unos hechos reales; en el fondo, se trata de una fabulación sobre lo que ocurrió en aquellos verídicos eventos históricos.
Es interesante la utilización de los entresijos de la gala de Eurovisión, para insuflar suspense a la historia, primero con la desaparición de los zapatos que debía usar Massiel en su interpretación del “La, la, la”, y, sobre todo, con las votaciones que hicieron que, al final, ganara la canción española, un suspense e intriga bien calculado por Alejandro Marín que consigue mantener en vilo al espectador (aunque, por supuesto, sabemos quién ganó Eurovisión...).
La famosa “performance” de Massiel, que todos los que tenemos una edad recordamos a la perfección, está muy bien hecha, prácticamente calcada. Carolina Yuste, que en principio parecería una Massiel poco adecuada, teniendo en cuenta que es bastante más delgada, sin embargo (porque ella es muy buena) consigue el pequeño milagro de que nos la creamos, no tanto físicamente como por su actitud, una mujer empoderada, fuerte, como lo era en aquel entonces (y después...) la propia cantante madrileña.
De lo mejor, la composición que hace Àlex Brendemühl del personaje real Artur Kaps, un tipo realmente curiosísimo, alma de la TVE de los sesenta, un personaje que siempre hablaba de sí mismo en tercera persona, pero no por fatuidad, sino porque le salía así con naturalidad, con un horrible acento español que el actor catalán clava. Bien también el protagonista absoluto, Patrick Criado, al que hasta ahora habíamos visto mayormente en personajes de villano (que él hace con una veracidad que da miedo…), y que aquí, por fin, tiene un personaje (más o menos…) normal.
Eso sí, no es creíble que a Franco, ni siquiera Fraga, le llamaran “Caudillo”, en vez del habitual “excelencia”, ni que al todopoderoso ministro de Información y Turismo (o sea, Fraga) un mindundi como Esteban le llamara “ministro”, y no “señor ministro”... Lo que es no haber vivido el franquismo (eso que os habéis ahorrado...).
(26-05-2025)