Sobre el ciclo novelístico Les sauvages, publicado por Flammarion-Versilio entre 2012 y 2014, del que es autor el escritor francés de ancestros argelinos Sabri Louatah (Saint-Étienne, 1983), las productoras galas Compagnie des Phares et Balises y Scarlett Production, con distribución nacional e internacional de Canal+, han realizado una miniserie de 6 capítulos con igual título.
La historia tiene tintes de política-ficción. No de otra forma cabría definir la posibilidad de que, en las elecciones para la presidencia de la República Francesa, un candidato de origen argelino tuviera posibilidades ciertas de ser elegido. Si en Estados Unidos fue difícil que un candidato negro llegara a la presidencia del país más poderoso del mundo, que en Francia pase algo similar, pero con un franco-argelino, colinda probablemente con la imposibilidad, al menos en nuestro tiempo.
Pero, evidentemente, ahí es donde está la clave para el interés de un producto, sea literario o audiovisual. La historia comienza el día previo a las elecciones presidenciales. Conocemos entonces a Idder Chaouch, francoargelino, líder de un partido que parte como candidato nítidamente favorito en los comicios; a su mujer, Daria, música de profesión, que secretamente desea que su marido fracase para no perderlo; a su hija, Jasmine, a su vez su jefa de campaña; al novio de esta, Fouad, actor de éxito gracias a una serie televisiva muy popular. Todos son originarios de la ciudad de Saint-Étienne, a quinientos kilómetros al sur de París. Fouad acude la víspera de las elecciones a la boda de su primo Slim, que se casa en su ciudad natal. Allí se encuentra con su hermano Nazir, con permiso carcelario de la pena de prisión que cumple por incitación al odio; la relación de Fouad y Nazir es inexistente, son dos mundos opuestos. Fouad se lleva consigo a su primo Krim, estudiante de música, quien tiene que hacer una audición muy importante para él a la mañana siguiente en París. Por la noche, cuando se conoce el resultado de los comicios, Chaouch resulta vencedor, pero en la fiesta de celebración del triunfo ocurre un trágico suceso...
Lo mejor de la miniserie Los salvajes quizá sea su planteamiento: el mero hecho de la posibilidad cierta de que un franco-argelino acceda a la más alta magistratura de Francia ya supone un punto de partida intrigante, con independencia de que sea más o menos verosímil; si a ello se añade el hecho de que exista un oscuro complot para evitar esa elección, y que uno de los miembros del clan familiar, con conexiones entre víctima y verdugo, se vea compelido a investigar los hechos para llegar a la verdad, añade interés e intriga a la historia. Es el caso; otra cosa es que, a veces, la trama se disperse o pierda fuelle, lo que también sucede. En cualquier caso, la miniserie tiene interés por varios motivos, al margen de la premisa inicial, no por descabellada menos estimable: el hecho de hacer que el investigador oficioso sea un franco-argelino desapegado de sus raíces permite ahondar sobre ese tema, como también sobre asuntos tan espinosos como el yihadismo y cuanto de odio comporta esa horrible visión del mundo; otro apunte argumental de interés es la conexión que se establece entre dos miradas antitéticas sobre la realidad, por un lado la de los grupúsculos ultraderechistas que, en Francia (como en todo el mundo), van ganando terreno a lomos de caballos enloquecidos como la demagogia, la xenofobia y el racismo, y por otra parte el fundamentalismo islámico, en el que el odio hacia Occidente y su cultura, y la rígida aplicación de la sharia o ley islámica, constituyen los dos ejes de su pensamiento (por llamarlo de alguna forma...).
Que ambas miradas tan opuestas, sin embargo, puedan establecer algo así como una alianza, es otra de las premisas curiosas y (nos tememos) en absoluto disparatada, al menos a los efectos que se pretenden en esta historia, impedir que un magrebí llegue al Palacio del Elíseo; para los fachas sería un ultraje, según su visión supremacista, que “un moro” llegara a presidir el país; para los yihadistas, por su parte, esa llegada a la presidencia sería la confirmación de que un islam moderado y democrático es posible, una sociedad multicultural en la que ninguna raza sojuzgue a las otras, que es justo lo contrario de lo que pretenden los integristas con su visión mojigata y estrecha sobre el ser humano.
Es cierto que esa premisa a veces no está bien expresada, como es el caso de hacer que una franco-argelina se haga pasar por española para no ser descubierta en el grupo de fachas, y no porque tenga intención de infiltrarse en él, sino porque realmente cree que semejante panda de cenutrios hacen algún tipo de bien social (aunque carteles en la puerta de la sede del tipo “alimentos para los europeos” ya cantaba mucho, ¿no?). También algunos de los comportamientos del protagonista “de facto”, Fouad, con sus contradicciones entre sus dos culturas, resultan un tanto chirriantes.
No obstante lo cual, el conjunto funciona razonablemente, adobado además por las intrigas palaciegas que se suceden tras el traumático atentado que se produce en el primer capítulo, que desatará todo tipo de movimientos y maniobras para situarse ventajosamente en el nuevo tablero de poder que hubiera permitido el nuevo escenario posterior al frustrado magnicidio.
Interesante trabajo en el papel principal del joven Dali Benssalah, todavía con corta carrera aunque va a todo gas: de hecho, estará en el próximo Bond, Sin tiempo para morir. Preferimos, no obstante, la carismática composición que hace Roschdy Zem del presidente electo, ese líder franco-argelino al que el veterano actor de Gennevilliers confiere un aura de serena autoridad que tan bien conviene al personaje. Entre los secundarios, llama la atención la aparición de Ariane Ascaride, la musa y esposa del comprometido director Robert Guédiguian, aquí en un personaje (directora de la Seguridad Nacional, nada menos) en las antípodas de las que suele hacer para su esposo.