Estreno en Movistar+.
La llamada Primera Dama en Estados Unidos (el Primer Caballero es una figura teórica todavía por estrenar…) es una figura generalmente simbólica, con frecuencia próxima al papel de florero, con ese lugar común antiguamente tan habitual de “detrás de cada gran hombre hay una gran mujer”, etcétera. Pero ciertamente no todas las primeras damas de los 46 presidentes de Norteamérica han jugado ese papel, sino que algunas, contra viento y marea, han conseguido brillar por sí mismas y ser relevantes, en ocasiones muy relevantes, en el período presidencial de sus augustos maridos.
De esa idea parte esta The first lady, la de presentar la vida y sobre todo la repercusión que tres Primeras Damas tuvieron en los mandatos presidenciales de sus respectivos esposos. A lo largo de los 10 capítulos de esta serie iremos conociendo los avatares, peripecias y, con cierta frecuencia, sinsabores, de tres mujeres de presidentes que no se resignaron a su papel subsidiario y meramente ornamental, sino que trabajaron, contra viento y marea, con frecuencia contra los propios miembros de la administración de sus egregios cónyuges, para contribuir en la gobernación del país.
La historia se centra en tres Primeras Damas en concreto, como indicamos. La primera, por orden cronológico, es Eleanor Roosevelt, que sería Primera Dama desde 1933 a 1945, mientras su marido, Franklin Delano Roosevelt, ocupó el Despacho Oval de la Casa Blanca. La segunda, también por orden cronológico, es Betty Ford, que ejercería de Primera Dama desde 1974 a 1977, tiempo en el que Gerald Ford ejerció como presidente. Y la tercera es Michelle Obama, que ocupó el protocolario cargo de Primera Dama de 2009 a 2017, mientras su marido Barack Obama era el primer presidente de raza negra de la Historia de los USA.
Aunque el creador de la serie es nominalmente Aaron Cooley, somos de la opinión (seguramente errónea…) de que la que realmente ha cortado el bacalao en la serie ha sido la cineasta sueca Susanne Bier, veterana directora que se ha encargado de la puesta en escena de los diez capítulos, teniendo ya una amplia experiencia no solo en su país, sino también en Estados Unidos, donde ha rodado varias películas. Por el contrario, Aaron Cooley apenas tiene un par de títulos como guionista y alguno más, no muchos, como productor. El propio tono de la serie, de corte claramente feminista a través del retrato de estas tres mujeres adelantadas a su tiempo (salvo Michelle Obama, que se puede decir que es una mujer de su tiempo, sin más), abonaría esa impresión sobre la autoría de Bier en detrimento de Cooley, que más bien nos parece actúa aquí como catalizador de la serie, como iniciador del proyecto, aunque después su papel se ha limitado mayormente a escribir el guion de 5 de los 10 episodios.
The first lady, curiosamente, no ha gozado de una buena recepción en la crítica de Estados Unidos, aunque no terminamos de entender por qué. En nuestra opinión, es una interesante mirada hacia tres de las más determinantes Primeras Damas que ha tenido Estados Unidos desde comienzos del siglo XX, tres mujeres que no fueron solo “señora de…”, sino que marcaron su impronta durante los mandatos presidenciales de sus esposos. Así, Eleanor Roosevelt jugaría un papel capital en los cuatro mandatos presidenciales de Franklin D. Roosevelt, actuando con frecuencia como vicepresidenta “de facto” (el vicepresidente “de iure”, Harry S. Truman, se quejó de ello, entre bromas y veras, en alguna ocasión) y firme bastión de la Administración de su esposo. Así, Eleanor sería fundamental en varios momentos álgidos de la presidencia rooseveltiana, con gestos como, contra el criterio de la seguridad de la Casa Blanca, el sincero acercamiento, incluso físico, a los que lo pasaban mal por los estragos económicos de la Gran Depresión que siguió al crack del 29, o su influencia decisiva en discursos fundamentales del mandato de Roosevelt, como el de aceptación de su puesto de presidente, que estableció los cimientos del New Deal que serviría para levantar económica y, sobre todo, anímicamente a un país postrado, o el de la respuesta institucional ante el ataque por sorpresa de Japón a la base norteamericana de Pearl Harbor, provocando con ello la entrada en la Segunda Guerra Mundial de los Estados Unidos, potencia hasta ese momento neutral por así decidirlo abrumadoramente la opinión pública, aún traumatizada por el coste en vidas que supuso para el país su intervención en la Primera Guerra Mundial. También Eleanor sería crucial en los avances en los derechos de las mujeres, con frecuencia sorteando con astucia e inteligencia las muchas cortapisas que los funcionarios de alto rango le ponían para sus actividades en esa línea.
Por su parte, Betty Ford quizá fuera la más atípica de las tres Primeras Damas aquí retratadas. Casada en segundas nupcias con Gerald Ford, llegó a su honorífico cargo un poco de rebote, cuando Richard Nixon tuvo que dimitir de la más alta magistratura de su país tras estar al borde del “impeachment” o destitución prevista en las leyes yanquis, por mentir reiteradamente al país sobre su implicación en el escándalo Watergate, en el que gente de su equipo espió al cuartel general del Partido Demócrata y en concreto a su candidato a las elecciones de 1972, George McGovern, cuartel general situado en el Hotel Watergate, de ahí el nombre del famoso escándalo. Sacrificado el entonces vicepresidente Spiro T. Agnew, como cortafuegos para que el “affaire” no alcanzara al presidente, Nixon nombró a Gerald Ford nuevo vicepresidente y por ello, cuando no tuvo más remedio que dimitir, le colocaría en el Despacho Oval, y Betty Ford sería Primera Dama de rebote… Pero no por ello su tiempo en el cargo (más bien escaso; apenas 2 años y medio, porque su marido perdió la reelección ante Jimmy Carter) fue menos interesante: luchando contra la inercia de mantenerse en un segundo plano en temas “de mujeres”, Betty peleó, con ideas feministas “avant la lettre”, por avanzar en la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, pero también en la lucha por los derechos civiles de las minorías raciales, en especial la negra, con la que se volcó con frecuencia, para espanto de los “halcones” de la administración de su marido, algunos de ellos, como Donald Rumsfeld y Dick Cheney, que alcanzarían altísimas cotas de poder en varias administraciones republicanas, siempre en posiciones de duro conservadurismo. También conoceremos de ella sus problemas de salud, primero cuando se le detectó un cáncer de mama que hizo precisa una mastectomía, y cómo su ejemplo al afrontar esta grave enfermedad supuso todo un revulsivo en las mujeres norteamericanas, que desde entonces tomaron conciencia de la importancia de los chequeos ginecológicos, pero también sus problemas de adicción al alcohol y los analgésicos, que la llevaron a un centro de desintoxicación y, posteriormente, a impulsar un centro de esas características que finalmente llevaría su nombre.
La tercera Primera Dama, Michelle Obama, es la más reciente y quizá por ello la más conocida, la que sus acciones nos resultan menos ignotas. (Re)conoceremos de ella su fuerte independencia personal, incluso de su marido, y los fundamentos de su pensamiento progresista, como los problemas raciales que tuvo en su juventud para que su padre fuera atendido de su grave enfermedad en un hospital, lo que sembró en ella la semilla de lo que, durante los mandatos de su marido, daría lugar al ObamaCare, lo más parecido a una Seguridad Social que han tenido en aquel país. A lo largo de los ocho años de mandato presidencial de Barack Obama veremos los conflictos que, sobre todo en el área del racismo, tuvo que afrontar Michelle con su marido, como las matanzas indiscriminadas en colegios por el chiflado de turno, y el problema irresuelto (y al parecer irresoluble…) del derecho a portar armas de los ciudadanos, o el altísimo índice de afroamericanos desarmados que resultan muertos (sí, resultan, un ominoso tiempo presente…) por la Policía, o la firme apuesta por la lucha por sus derechos de la comunidad LGTBI, con el matrimonio homosexual como piedra de toque.
El conjunto nos parece armónico. Las historias se van sucediendo, alternándose unas con otras con un montaje que va identificando el año en el que suceden los hechos que se relatan, para la mejor ubicación cronológica e histórica del espectador; también hay lugar para los flashbacks en las vidas de las tres Primeras Damas, flashbacks que con frecuencia juegan un papel clarificador de algunas de las posturas que ellas desarrollarían más tarde al llegar a la Casa Blanca. La dirección de Bier es firme, segura, con el tono profesional que es una de sus marcas de fábrica, en tres historias que nunca cansan, por su variedad, por la diversidad de las crónicas de estas tres mujeres que, sin duda, ejercieron una poderosa influencia en los mandatos de sus maridos, y no solo desde los secretos de alcoba (una forma de influir tan antigua como la Lisístrata de Aristófanes), sino en la administración de la cosa pública, en decisiones de calado que fueron determinantes en la Historia de los Estados Unidos.
En efecto, la serie busca resaltar el papel fundamental que algunas de las Primeras Damas estadounidenses ejercieron como importantes figuras en la trayectoria presidencial de sus augustos maridos. Es cierto que la serie no profundiza demasiado, en general, pero también que de lo que se trataba era de dar a conocer, con amenidad y tino, algunas de las claves que hicieron de Eleanor, de Betty, de Michelle, mujeres esenciales en el devenir histórico de Estados Unidos, buscando poner en alza el papel de esas Primeras Damas que fueron más, mucho más que meros floreros. Costeada y bien hecha, con buena factura, nos parece afortunada la elección de actores y, sobre todo, de actrices de relieve para los papeles más significativos. Así, las tres Primeras Damas biografiadas están interpretadas por Gillian Anderson (Eleanor Roosevelt), Michelle Pfeiffer (Betty Ford) y Viola Davis (Michelle Obama), si bien esta última ha sido muy criticada por una interpretación que se ha juzgado como sobreactuada, comiéndose con frecuencia al personaje de su marido en la ficción, interpretado por O-T Fagbenle, en el que es difícil reconocer el carisma de Barack Obama. Los otros presidentes están interpretados por Kiefer Sutherland (Roosevelt) y Aaron Eckhart (Ford), ambos nombres relevantes en el audiovisual yanqui, ajustados a sus papeles. En cuanto a Anderson y Pfeiffer, también nombres de primera línea, nos parecen muy entregadas a sus papeles y muy apropiadas para ellos.
Con unos hermosos títulos de crédito de corte “vintage”, muy acordes con el tono de la serie, The first lady nos ha parecido una interesante aproximación a tres mujeres que, en contra de lo que la inercia histórica pregonaba para ellas, supieron hacerse un hueco importante en la gobernanza de su país y ser ellas mismas. Todo ello a la espera de que, algún día, una mujer se siente en el Despacho Oval de la Casa Blanca para gobernar directamente, y que tenga a su lado un Primer Caballero…