Enrique Colmena
Ya tenemos nuevo presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Me estoy dando cuenta de que, últimamente, en CRITICALIA abundan los artículos sobre cuestiones administrativas o de gestión del cine (cfr. los titulados
Ministra por sorpresa y
Benvingut, senyor Guardans). Será el signo de los tiempos, cuando el futuro del cine se juega más en las moquetas de los despachos del Poder que entre los focos y las cámaras de los platós (sí, aquí lo que procede, efectivamente, es un buen “hay que joderse”…). Será bueno recordar quién es Álex de la Iglesia: bilbaino, no ha ejercido nunca de abertzale, lo que le agradecemos profundamente en el resto del país (tendría tomate que un independentista presidiera la Academia “de España”…).
Sus comienzos en cine fueron como decorador en
Todo por la pasta, de su paisano Enrique Urbizu, para debutar como director en 1991 con el corto
Mirindas asesinas, que tuvo notable repercusión (a su nivel, lógicamente), hasta el punto de llamar la atención de Almodóvar, que le produce su debú en la dirección de largometrajes en 1993 con
Acción mutante, una más que curiosa (marciana, diría yo) historia que parecía combinar la parafernalia de
Star Wars con la estética de Mortadelo y Filemón. Su segundo filme,
El día de la bestia, se puede considerar, hasta la fecha, su mejor obra; bucea en temas vidriosos como la religión, el Fin del Mundo, el Anticristo… y todo ello con un humor atravesado de lo más peculiar.
Perdita Durango, en 1997, prometía mucho y dio poco, en una de esas historias fronterizas entre México y USA, con personajes delirantes, un arranque potente y un nudo y desenlace en los que De la Iglesia perdía los papeles lamentablemente.
Con
Muertos de risa llevó a la pantalla, veladamente, la relación sadomasoquista del dúo cómico Martes y Trece; fue un éxito de taquilla, pero su calidad dejaba mucho que desear.
La comunidad, en 2000, le vuelve a poner en primera línea, con una comedia negra sobre una comunidad de propietarios más bien torva y sus aviesas intenciones. Sucesivamente hace
800 balas, reivindicación de los viejos “stunts” de las películas del desierto de Almería, y
Crimen ferpecto, otra comedia negra, ahora ambientada en el reconocible ambiente de unos grandes almacenes (ni muerto me sacan que es El Corte Inglés…), pero otra vez con su pecado original, una tendencia abracadabrante por el disparate sin un mínimo de contención.
Su último filme por ahora es
Los crímenes de Oxford, apuesta cosmopolita rodada en Inglaterra, que se saldó con notable éxito de público aunque no tanto de crítica. Curiosamente, aquí lo que faltaba era fuerza, algo que en sus películas anteriores sobraba… ¿Qué podemos esperar de la presidencia de Álex de la Iglesia? En principio, el vasco dice que busca modificar aspectos de la ceremonia de entrega de los Goya que, ciertamente, caen por su peso: retrasarla para poder rentabilizar las nominaciones es algo que en los Oscar (a los que siempre tendemos a imitar) hacen desde hace una pila de años. Otra cosa buena sería reducir premios: ahora no hay un Goya al mejor acomodador porque ya no hay acomodadores, que si no también lo habría…
En cuanto al tema candente, el de las descargas por Internet de filmes, estando Ángeles González-Sinde a la cabeza del Ministerio de Cultura se supone que se afrontará ese asunto. Otra cosa es que ocurra lo que en Francia, donde el Constitucional ha determinado que no se puede cortar la línea a un usuario de forma administrativa, sino mediante resolución judicial. Alguna vez hablaremos largo y tendido sobre el tema de las descargas de Internet. Entre tanto, habrá que ir pensando si tiene sentido alguno hacer películas como
Sangre de Mayo, de José Luis Garci, con un presupuesto de más de 14 millones de euros, y una recaudación de poco menos de 700 mil euros: es decir, ha recuperado un 5% de la inversión. Por ese camino, desde luego, no habrá futuro para el cine, ni con descargas ni sin descargas…