Francisco Casado López

Estaba tan ricamente instalado el cine como única diversión de nuestros pueblos, que se había hecho el rey del espectáculo allá por los años sesenta y principios de los setenta, cuando llegó un nuevo invento diabólico: el vídeo.

Mediante una cinta se podía hacer lo mismo que con las casetes, pero en lugar de sonido grabar imágenes. Esto, tras la televisión, que ya le había hecho un poco de mella, vino a darle la puntilla, como se suele decir en términos taurinos, a los cines de los pueblos.

Yo recuerdo que estando un día de visita al establecimiento de electrodomésticos de un amigo mío en mi pueblo, vi entrar a una señora con una talega llena de cintas de vídeo que, tras sacar cuidadosamente, apiló encima del mostrador.

Cuando se fue la buena señora pregunté a mi amigo qué era aquello y me dijo. "Se compró un aparato de vídeo hace quince días y cada fin de semana se lleva ocho o diez cintas para ver en casa, que devuelve los lunes, algunas de ellas a la mitad". Era una descripción exacta. Se había comprado un vídeo y había que amortizarlo, sacarle partido y la mejor forma era ver películas, sea la que fuere, porque sentía la necesidad de jugar con el novedoso aparatito. Era el nuevo electrodoméstico de la casa y tenía que usarlo ya que para eso lo había comprado.

Esto originó que los videoclubs aparecieran como hongos diseminados por nuestra geografía pueblerina. Muchos invirtieron en este negocio y al cabo del tiempo terminaron por perder el tiempo y el dinero. Hoy las aguas parece que han vuelto a su cauce, siendo 4.000 los establecimientos existentes en España en aquellos momentos.

Una anécdota que me contó mi amigo fue la de la señora de ochenta años que tras seleccionar varios títulos se llevaba algunos clasificados X. Mi amigo le espetó si sabía lo que hacía, a lo que respondió: "¡Vamos, que me voy yo a asustar ahora de eso!". Ante tal respuesta éste enmudeció.

Ese fenómeno del aparato de vídeo fue lo que acabó con muchos cines de pueblo. Se me viene a la memoria aquella canción del grupo The Video Star, titulada "El video mató a la estrella de la radio". Pues algo así ocurrió con el cine en los pueblos.

La buena señora que se llevaba muchas cintas a su casa terminaría por hartarse del vídeo. Al cabo de cierto tiempo ya no usaba su aparato y tampoco iba al cine. Eso unido a la aprobación posteriormente de los canales privados de televisión, terminaron con el cierre de los locales de cine en las poblaciones pequeñas.

Cada semana el telespectador disponía de tres películas, por término medio, lo que multiplicado por las cinco cadenas suponían 15 diarias, que a una media de noventa minutos por título, no había horas del día y de la noche para verlas todas.

El empacho llegaría a más, porque en esta tierra donde creemos que fue donde se inventó la picaresca, también llegó la piratería, y a lo ancho de nuestra geografía se dieron multitud de casos en los que las autoridades hacían alijo de cintas de video repicadas de originales, falsas y sin licencias.

Aún se llegó a más. Por si no eran suficientes los canales televisivos y los videoclubs, a alguien se le ocurrió la feliz idea de poner películas para todo el barrio a través de cable en lo que se dio en llamar el video comunitario. Mediante el abono de una módica cuota se accedía a un buen número de títulos a lo largo del día, la mayoría de ellos sin haber pagado los derechos. Algo así como Canal+ pero ilegal, de lo contrario no tendría gracia.

No contento con eso a lo largo de la geografía andaluza irían surgiendo las televisiones de pueblo, siendo la más conocida la jerezana "telepacheco". Ya no hay pueblo, por pequeño que sea, que no tenga su emisorita de televisión, y en algunos, hasta tres.

Todo ello es fruto de la indolencia de las autoridades que no cogieron el toro por los cuernos e hicieron una ley del vídeo y pusieron las cosas en su sitio. Como no había ley no había tampoco delito tipificado y todo el mundo a vivir, que son dos días. Mientras tanto los locales cinematográficos pagando religiosamente sus impuestos y con un riguroso control de taquilla, con inspecciones, censura, etc.

Tampoco se ha legislado el tiempo que tiene que haber desde que se estrena una película hasta que sale en video, y si lo hay no se respeta, porque cada vez aparecen antes, por lo que el tiempo de explotación de un film, que antes era hasta de cinco años, ahora en algunos casos no llega sino a meses, desapareciendo rápidamente de la circulación y sin tiempo a ser explotado debidamente.

"Las ciencias avanzan que es una barbaridad", que diría la zarzuela. Posteriormente apareció el laser-disc, técnica más sofisticada que la cinta para grabar imágenes y ser reproducidas con la fidelidad del rayo láser. Un día llegó un representante a un video-club y le dijo al dueño: "¿Quiere usted algún laser-disc?",  y éste, con mucho salero y bastante parte de ignorancia, le respondió. "¡Oiga, que esto es un videoclub, no una clínica!".

Actualizando este artículo, escrito hace ya muchos años, tendríamos que añadir no sólo la aparición de los DVD, sino también las malditas plataformas que es lo que faltaba para terminar de rematar a los cines, ya que no sólo se alimentan de las películas ya estrenadas o las producidas por ellas, sino que a veces se estrenan en simultáneo, por lo que algunos  locales se han negado a ponerlas y otras ni siquiera pasan por las salas.

¡Hasta dónde vamos a llegar!

Pie de foto: Un ejemplar de “laser-disc”, tecnología hoy ya obsoleta.