Enrique Colmena

En el último filme con el que la ex actriz porno Traci Lords continúa con su reciclaje como actriz “normal” (por decirlo de alguna forma) no deja de ser curioso que haga precisamente de eso mismo, de actriz del cine llamado en inglés “hardcore”. La película es “¿Hacemos una porno?”, la enésima variación de Kevin Smith sobre el mismo tema que desarrollara en la interesante y provocadora “Clerks”, que ahora resulta ya repetitivo “ad nauseam”. El camino de Lords no es muy habitual, pero tampoco es el único caso. Ella se hizo en sólo tres añitos, allá a mediados de los años ochenta, la friolera de setenta y cinco pornos, a una media de veinticinco filmes por año, lo que supone una película cada dos semanas; bien es verdad que no tenía mucho papel que aprenderse, lo suyo era más físico… Pero como esta oxigenada rubia que pobló los sueños (y las vigilias…) de una generación de varones de la época no debe corresponderse con el tópico de tonta buenorra que se le adjudica a las “blondies”, la recauchutada Traci se dio cuenta pronto de que por aquella vía no iba a tener mucho recorrido, aparte de ser bastante cansado físicamente, todo el día dale que te pego… El caso es que pronto se abrió a otros caminos, aunque en principio no dentro del Hollywood oficial, trabajando para John Waters (un heterodoxo donde los haya) en “Los asesinatos de mamá”, donde ya no había sexo explícito. Después ha alternado cine y televisión (hasta “Melrose Place”…), aunque es cierto que sin títulos significativos ni directores de mediano relieve. Pero al menos ha dejado de estar como puta por rastrojo, y perdón por la frase hecha, aunque viene tan al pelo.
Otros astros del porno se han reciclado de forma muy distinta. El caso más llamativo quizá sea el de la efímera estrella Linda Lovelace, que en 1972 convulsionó el universo del porno (y de alguna forma le dio la carta de naturaleza que actualmente tiene) con “Garganta profunda”, un filme hecho con tres perras gordas y media neurona (aunque su director, Gerard Damiano, y la película misma, disfrutan de un extraño predicamento entre cierta parte de la crítica) que llegó a todas partes, España incluida, aunque aquí cinco o seis años después de su estreno, cuando se autorizaron las llamadas salas X. Lovelace, que se hizo famosa por sus prodigiosas tragaderas (¡ejem!), tornó sin embargo años más tarde en encendida feminista que abjuró de su pasado de estrella porno, haciéndose un nombre entonces como ferviente atacante del “hardcore”, con una autobiografía que levantó ampollas.
En nuestro país, España, también hemos tenido algunos casos de reciclaje de “porno stars”, como el de Lina Romay, musa de Jesús Franco (por cierto, Goya de Honor en la ceremonia de 2009: ¡qué barato está el kilo de Goya!), que a la par de rodar más de cien filmes, entre pornos y terrores varios (géneros a los que se dedicó con fruición su pareja, el mentado y “engoyado” Franco), debió pensar que en el oficio del “ñaca-ñaca” en celuloide no se podía luchar contra la ley de la gravedad (ni en el caso de las mujeres ni, desde luego, en el de los hombres:; ya se sabe que todo lo que sube, termina bajando…), y se diversificó, sabiamente, en un amplio abanico de facetas profesionales cinematográficas: se ha desempeñado como directora, ayudante de dirección, montadora, guionista, cámara y hasta productora. Eso sí, siempre dentro del porno, que para eso ya le tiene cogido el tranquillo (esta frase hecha tampoco es muy afortunada, a la vista del tema…).
En cuanto a los varones dedicados a esta peculiar variante del cine que llamamos porno (en una sola película hay más epidermis a la vista que en toda la producción de Hollywood de un año…), también hay varios que han explorado una salida razonable, a la vista de que, con independencia de que el tamaño importe o no (y en el porno parece clara la respuesta…), el vigor de los veinte, los treinta e incluso los cuarenta años, no va mucho más allá, aunque ahora haya pastillitas azules que hagan milagros… En España el más famoso es Nacho Vidal (del que se dice que su “envergadura”, para entendernos, no cabe en un vaso largo), quien ha rodado más de doscientos ochenta pornos en veintiún años, a una media de catorce títulos por año: no es por ganas de joder (ya estamos…), pero este hombre, en vez de echar la lengua en la almohada por las noches, como hacen los actores, va a tener que echar otra cosa… Vidal ha interpretado algunos papeles en películas “normales”, como “El alquimista impaciente” y “Va a ser que nadie es perfecto”, e incluso intervino en la serie televisiva “El comisario”, pero su salida de la interpretación pornográfica parece que estará, precisamente, en pasarse detrás de la cámara, tanto como director como guionista y productor, facetas en las que ejerce desde hace ya años.
Otro de los iconos masculinos del porno es Rocco Siffredi, que ha exhibido sus dones naturales en casi trescientos cincuenta “hardcores”, durante veintidós años, a una media anual de dieciséis filmes, que ya es decir… “Il bello” Rocco se debió dar cuenta de que lo suyo no iba a apuntar siempre al cielo, por decirlo con un tropo algo vulgar, y se pasó pronto a la dirección (también de pornos, desde luego, que es de lo que sabe), pero también ha hecho algunas esporádicas intervenciones en filmes “normales”, como “Romance X” (bueno, no sé si se puede catalogar realmente de normal; de subnormal más bien), en el que lo más recordable era un largo plano-secuencia camera con la protagonista desgranando sus aburridísimas disquisiciones supuestamente filosóficas y el bueno de Rocco que se mantenía allí, rocoso, enhiesto, sin ceder ni un ápice, impávido el pabellón, a pesar del paso del tiempo y (lo que es peor) de la verborrea vacía de la pánfila.
Claro que en este itinerario del porno al cine normal (como del coro al caño, sí…), hay quien ha hecho el viaje inverso, que no sé si tiene más mérito: Antonio Mayans empezó haciendo cine corriente y moliente, siempre en papeles secundarios, desde “La tía de Carlos en minifalda” (pensándolo bien, no sé si podría catalogarse como un porno blando…) a espagueti-westerns, comedietas y terrores de serie Z, hasta que conoció a Jesús Franco y se alistó en su “troupe” de esforzados pornógrafos, con una larga carrera en ese campo, hasta que, quizá por cuestiones de edad, en los últimos años ha reaparecido en personajes “vestidos” en cine y televisión.
Y es que las cabezas bien amuebladas con genitales rijosos terminan, normalmente, reconduciendo sus carreras hacia derroteros con menor incidencia de los gemidos y el sudor y más importancia de lo oral (a la palabra, me refiero, no a lo otro…).