La llegada del sonoro tuvo una significativa repercusión en ciertos sectores de nuestra cinematografía y, en concreto, en la actividad de algunos escritores; la creación, en 1932, de CEA (Cinematografía Española Americana) puede servir de ejemplo. Pero más allá de suelo español, ciertos literatos de esta época vivieron una experiencia muy particular en el paraíso del cine. Seleccionamos para este epígrafe la diversa y heterogénea actividad de dos andaluces como son José López Rubio, atendiendo a su tarea norteamericana, y José Val del Omar, autor de una iluminada trilogía cuya retardada elaboración no impide incluirla, por su concepción y recursos, en la etapa que historiamos.
En efecto, la generación que ha recibido el nombre de "los cosmopolitas" fue llamada por Hollywood al comercializarse el cine sonoro para que sus componentes sirvieran de consejeros en las nuevas obras habladas en español; la industria norteamericana contrató a estos profesionales para que filmaran las segundas versiones de títulos rodados previamente en inglés, efectuaran la adaptación de los diálogos y, en definitiva, controlaran un producto orientado al espectador de lengua castellana. Obviamente, las consecuencias de esta voluntaria emigración fueron no sólo las relaciones personales conseguidas por nuestros compatriotas en el mundo cinematográfico americano sino la adaptación de sus obras para la pantalla. Entre "los que se fueron a Hollywood" citaremos nombres como José López Rubio, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville, Antonio de Lara ("Tono"), Gregorio Martínez Sierra, Miguel de Zárraga, etc.
Tomaremos como paradigmático ejemplo el del andaluz López Rubio (Motril-1903 - Madrid, 1996) perteneciente al grupo denominado "la otra generación del 27". Su mérito ha consistido en imponer nuestra lengua, el castellano normativo, en las películas filmadas en California con destino a Sudamérica y España. Afincado cinco años en Estados Unidos, fue contratado primero por la Metro Goldwyn Mayer y posteriormente por la Fox. Para ellas escribió el diálogo de las versiones españolas en títulos como Madame X y El proceso de Mary Dugan, así como la primera obra directamente filmada en nuestra lengua, Mamá, de Martínez Sierra; éste y otros filmes como Mi último amor, El carnet amarillo, Marido y mujer, fueron adaptados por el escritor. Su prestigio en tierras americanas le otorga amplia capacidad de decisión; por entonces hace El último varón sobre la tierra y, con José Mojica en el reparto, El caballero de la noche y El rey de los gitanos; llamados por Rubio acuden a Hollywood Enrique Jardiel Poncela, Catalina Bárcena, Gregorio Martínez Sierra y Rosita Díaz Gimeno; ellos crean un tipo de comedia humorística, sentimental, humana, que cubre el área de ventas exigida por Hollywood: Primavera en otoño, La ciudad de cartón, Granaderos del amor y Rosa de Francia, última producción rodada en tales condiciones. Allí nuestro paisano fue amigo de Charles Chaplin, de Laurel y Hardy, de Gloria Swanson, de Ronald Colman, de Maurice Chevalier, de Merle Oberon, etc.
Caso distinto es el de José Val del Omar (Granada, 1904 - Madrid, 1982). Inventor de elementos audiovisuales y cineasta. Su nombre se incorpora a la cinematografía española en los años veinte con aportaciones sustanciales en el campo de la óptica: objetivo de ángulo variable (zoom), pantalla cóncava, imagen apanorámica e iluminación táctil. En el I Congreso Hispanoamericano de Cinematografía (1931) presentó el primer microfilme escolar. Autor de numerosos documentales y fotografías sobre la actuación de las Misiones Pedagógicas de la República (1933 y 1934), fue, posteriormente, creador de efectos especiales en los Estudios Chamartín, fundador del Laboratorio Experimental de Electroacústica de Radio Nacional de España, así como del Servicio Audiovisual del Instituto de Cultura Hispánica, entre otras actividades. La filmografía de José Val del Omar está constituida por el llamado “Tríptico elemental de España”, compuesto por los cortometrajes Aguaespejo-granadino-La gran seguiriya (1952 - 1955), primer filme en “diafonía”, Fuego en Castilla (1960), primera película en “tactilvisión”, y Acariño galaico (De barro) (1961).
Granada, Castilla y Galicia son las zonas geográficas que le permiten bucear en el arte y la antropología de sus tierras desde una personalísima visión y expresión. En ellos ha desarrollado las teorías estéticas mencionadas, donde la luz es utilizada con una dimensión mayor de simple servicio óptico, la vibración psíquica, y el soni¬do, diafónico, maneja dos fuentes, una frente al espectador, objetiva, otra, posterior, subjetiva. El cine es así vehículo comunicador para un “místico”, soñador y filántropo, cuyos conocimientos se hunden en una cultura asumida con delicada sensibilidad. Sus planteamientos artísticos, semejantes a los propios de la música de cámara, se sitúan en el entorno de la condición poética y lejos de la cadena industrializada que organiza la producción de un filme comercial. La crítica nacional e internacional se ha ocupado de su singular filmografía, ahora restaurada, sin regatearle elogios. La actual evidencia de sus intuiciones, la comercialización posterior de procesos técnicos descubiertos por él en laboratorio, le convierten en un “iluminado” que, a partir de su muerte, ha conocido oportuna reivindicación (Para mayor información sobre este cineasta, véanse los artículos de Criticalia Las misiones pedagógicas de Val del Omar y José Val del Omar: “Tríptico elemental de España”).
Ilustración: Una imagen de José Val del Omar.
Próximo capítulo: La generación literaria del 27. Sus relaciones con la cinematografía: una panorámica cien años después. Aspectos literarios. Poesía. Prosa (IV)