Enrique Colmena

En los años noventa, Antonio Muñoz Molina escribió una brillantísima serie de artículos sobre los juicios celebrados en Madrid contra los integrantes de la banda conocida como GAL, engendrada en los desagües del Estado, si tenemos que usar una frase no especialmente afortunada de un altísimo cargo de la época. En aquellos juicios se juzgó a varios de los acusados de haber diseñado o ejecutado los crímenes de semejante panda de torpes; entre ellos estaba Julen Elgorriaga, quien ejerció durante los años de plomo del GAL varios cargos relevantes en la administración del Estado. Este Elgorriaga de mirada huidiza era un hombre orondo durante su tiempo de mando, para después, durante su reclusión carcelaria, trocar en varón mucho más delgado, casi flaco. Muñoz Molina, al que tanto admiramos, utilizó, con su habitual donosura, la famosa sentencia de Martin Amis, “dentro de un hombre gordo hay uno delgado tratando de escapar”, para escribir una de sus mejores crónicas de aquellos días de oprobio.
Pues curiosamente en estos días se han estrenado un par de películas en las que aparecen dos mujeres delgadas que aparentan haber conseguido escapar de las mujeres gordas en las que también ellas estaban atrapadas. Kate Winslet se hizo medianamente famosa en los años noventa, con su aspecto de adolescente angelical pero con más mala leche que Hitler recién levantado de la siesta, en “Criaturas celestiales”, allá por 1994, donde presentaba un “look” de púber gordezuela conseguido a buen seguro a base de generosas raciones de “roast-beef” y “plum-cakes”, que para eso la chica es anglosajona. No debió variar mucho la dieta cuando hizo, en 1997, la película que la lanzaría realmente a la fama, “Titanic”, donde sus mejillas regordetas no fueron óbice, es cierto, para convertirla en una estrella mundial (otra cosa es que después no haya sabido aprovechar el tirón). Con ese mismo aspecto de jovencita entradita en carnes siguió a principios del siglo XXI, como pudo comprobarse en “Iris”, hasta que, por fin, ya en 2004, apareció en dos filmes, “¡Olvídate de mí!” y “Descubriendo Nunca Jamás”, donde las mollas empezaban a dejar paso a la mujer delgada que pugnaba por escapar de su cárcel de grasa. Ahora, ya en 2009, nos llega con dos filmes casi simultáneos, “The Reader/El lector” y “Revolutionary Road”, en los que Winslet presenta ya rasgos inequívocos de sílfide, con sus pómulos perfectamente marcados y figura de bailarina de ballet… ¡Ay, lo que hace una buena dieta! Eso sí, esta zampabollos estará pasando el quinario para mantener la línea…
Pues algo parecido, aunque en este caso la cosa viene de más lejos, ha ocurrido con Marisa Tomei. De esta intérprete neoyorquina corre la leyenda urbana de que el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto que consiguió en 1993 por “Mi primo Vinny” no era realmente para ella, pero que Jack Palance, al leer el contenido del sobre, se lo adjudicó a la buena de Marisa porque le plugo. Seguramente es una leyenda falsa, pero no deja de ser curiosa. El caso es que, por aquel entonces, era una chica gordita, con cachetes inflados y aspecto tirando a redondo. Pero como si mantener el Oscar (a lo mejor injustamente…) entre sus brazos hubiera sido el mejor sistema de adelgazamiento del mundo, la musa rellenita dejó paso, casi de la noche a la mañana, a la mujer delgada que, sordamente, aguardaba en su interior, y así en “Cuando salí de Cuba”, apenas un par de años después, ya lucía aspecto como de modelo de alta costura, manteniéndose con ese tipo de nínfula en sucesivos filmes como “En qué piensan las mujeres” y, ahora, en “El luchador”, donde se atreve nada menos que con una escena de “streaptease”, sin doble de cuerpo, donde confirma que nada de lo que come se le queda encasquillado en sus curvas…
Pero hay más mujeres delgadas atrapadas en mujeres gordas: es el caso de Christina Ricci, cuyo perfil de opulenta adolescente aparecía en el díptico de “La familia Addams”, a principios de los años noventa, para ir metamorfoseándose, poco a poco, a lo largo de esa década, en una joven estilizada (con una frente enorme, es cierto…), en filmes como “La tormenta de hielo”, en el 97, o “Pecker”, en el 98, para aparecer ya rutilantemente delgada en 1999 en “Sleepy Hollow”, de Tim Burton, manteniéndose así hasta nuestros días, en películas como “Todo lo demás”, en 2003, de Woody Allen.
Y la cuarta fémina que escapó, no de Alcatraz, sino del cuerpo gordo que la apresaba, sería Minnie Driver; esta actriz inglesa quizá sea menos conocida que las otras, pero también disfruta de cierta fama. Su primer papel serio fue una de las adolescentes llenas de adiposidades de “Círculo de amigos”, rodada en 1995, para dos años más tarde, como por arte de magia, aparecer ya en “El indomable Will Hunting” casi como si fuera Twiggy, aquella modelo proto-anoréxica de los años sesenta (eso sí, Minnie luce una mandíbula que puede ser como dos de la “top” londinense…).
No, si al final va a ser verdad aquello que decía una superestirada (en quirófano, se entiende…) Goldie Hawn en “El club de las primeras esposas”, cuando afirmaba que en Hollywood había sólo tres tipos de papeles para mujeres: bombón, fiscal del distrito y “Paseando a Miss Daisy”…