El estreno de Si la cosa funciona pone de moda otra vez a Woody Allen, afortunadamente recuperado (aunque no llegue al nivel de sus reconocidas obras maestras) tras algunos tropiezos en los últimos años. Además, su nuevo film nos trae una de las peculiaridades que, de vez en cuando, aparecen en su cine, la de los “alter ego” del propio Woody. Vayamos por partes: Allen, como Chaplin, Keaton, Los Marx, Cantinflas o Jerry Lewis, ha creado un prototipo cómico, en su caso el del pequeño judío balbuciente, de mente privilegiada, chispeante oratoria, carácter hipocondríaco y sexualmente salido como un adolescente, entre otras características perfectamente definidas. Ese personaje lo ha desarrollado con fruición a lo largo de una ya muy dilatada filmografía, siempre en películas de corte humorístico (véase que en Stardust Memories –Recuerdos en España--, aunque interviene Woody como protagonista, su personaje no encaja en ese prototipo). Pero a veces el cineasta neoyorquino, por razones diversas (que ahora intentaremos desentrañar), ha delegado su personaje en otro actor, con resultados muy diversos.
La primera vez que el personaje/Woody (que ha aparecido en su filmografía siempre con nombres distintos, ocupaciones diferentes, estatus sociales diversos, pero siempre con los perfiles personales ya citados) fue interpretado por otro actor distinto al propio Allen, fue en 1994, en Balas sobre Broadway. El honor correspondió a John Cusack, un sólido actor que funciona igual de bien en comedia que en drama o thriller, donde ha brillado, aunque nunca ha llegado (quizá habría que decir “afortunadamente”…”) a la categoría de estrella. La razón de que Cusack fuera el vicario de Woody parecía clara: su personaje tenía algo así como treinta años menos que los que en esa época tenía ya el cineasta neoyorquino, y Woody nunca ha aparentado tener menos edad de que la que tiene; más bien al contrario… Así las cosas, la elección de un actor que pudiera pasar por el treintañero personaje se demostró acertada, porque Cusack supo encontrar ese punto/Woody que confiere a su rol todas las características del prototipo alleniano: inseguro, talentoso, de réplicas agudas (y en el contexto en el que se desenvuelve, con mafiosos de los años veinte, muy arriesgadas), enamoradizo, con frecuencia tartaja…
Dos años después, el siempre sorprendente Allen juega una carta curiosa: en Todos dicen I love you (los distribuidores españoles y su tendencia a la mamarrachada con la traducción de los títulos…) aparece él interpretando su prototipo de siempre, pero se desdobla también en un actor más joven, Edward Norton, que hace una variante del mismo, aunque las características de ambos sean las del personaje/Woody. Quizá en este caso cabría suponer que Allen prefirió interpretar ese eterno personaje con algunas cualidades añadidas: el cinismo, hasta entonces poco habitual en el prototipo, el desafecto y el desapego de quien ya tiene una edad que lo ha conocido todo y sabe de las mentiras del mundo y del ser humano, dejando que Norton interpretara ese mismo personaje/tipo, pero aún con la ingenuidad que da la corta edad y (por qué no decirlo) la cara de angelito que no ha roto un plato que tiene el bueno de Edward (aunque en títulos como American History X y El club de la lucha ha demostrado que también puede hacer personajes con mucha mala leche).
A finales del siglo XX, en Celebrity, Allen recurre de nuevo a otro “alter ego”, en este caso en la persona de Kenneth Branagh, y esta vez el fiasco es absoluto; no sólo porque la película es claramente inferior a su cine de aquella época (que brillaba, en general, a gran altura), sino porque Branagh confunde la gimnasia con la magnesia y se inclina por parodiar al personaje/Woody en lugar de a interpretarlo. Estamos entonces ante una sátira antes que ante una actuación, y Kenneth (que tampoco es que haya sido bendecido con las gracias del actor cómico) resulta cargante como nunca lo ha sido el personaje woodyano.
Parece que Allen debió salir escaldado de esta experiencia con Branagh, porque ha tardado once años en volver a ceder el personaje a otro actor. Lo hace en la mentada Si la cosa funciona, pero lo curioso es que en este caso delega en un actor que generacionalmente está mucho más cerca de él que los anteriores: hombre, es verdad que Woody es doce años más viejo que Larry David, pero éste, sin embargo, aparenta ser casi mayor que el propio Woody, como es evidente ante cualquier foto de su careto. Quiero creer, y probablemente no andaré muy desencaminado, que Allen ha preferido que su personaje sea en este caso interpretado por otro, aunque aparente más o menos su edad, por las peculiaridades que, en este caso, ha asociado a su prototipo: aquí, además de todo lo habitual, estamos ante un misógino irredento, un arrogante con ínfulas de “casi” Nobel (debe ser como estar “casi” embarazada: nada), un ser que desprecia al 99,99% de la humanidad (el 0,01% sería él, claro), un tipo con una facilidad pasmosa para caer antipático a cualquiera. Y, claro está, Woody no podía asociar un personaje tan negativo a su propia persona, así que, ¿quién mejor que este Larry David, de aspecto deprimente?; por cierto, ¿a quién se le habrá ocurrido un cartel tan espantoso como el de esta Si la cosa funciona? Consiste en un plano americano del bueno de Larry David, con su aspecto de Fagin del siglo XXI, con una fea cazadora que en sus buenos tiempos quizá fuera gris, una astrosa camiseta sobresaliéndole por debajo de la infecta cazadora, unos pantalones de color blanco-sucio (o es que directamente están sucios, no queda claro…), y una mueca como diciendo “esto es lo que hay, cretino”: vamos, que ves el cartel y te entran unas ganitas horrorosas de ir a ver la película…
En fin, disparates de “marketing” aparte, habrá que convenir que los “alter ego” de Woody, hasta ahora, han tenido una suerte dispar. Seguramente, en el futuro, veremos a otros actores interpretando a ese prototipo creado por Allen, quizá con nuevas características añadidas; si seguimos aquí, en el mundo y en el éter cibernético, prometemos contarlo…
(18-10-2009)