Enrique Colmena

El estreno de "Gangs of New York" nos da ocasión de hablar de uno de los cineastas más interesantes de las tres últimas décadas, este Martin Scorsese que ya ha cumplido los sesenta y se perfila nítidamente como uno de los grandes del cine de todos los tiempos. Marty, como es llamado por sus amigos, nació en Queens, el barrio de mayoritario origen italiano de Nueva York, y de aquellos andurriales seguramente sacó material para mucho de su cine. Sin ir más lejos, para filmes como "Malas calles", una de sus primeras películas, que ya llamó la atención por su ritmo frenético, histérico, con una panda de marginales que arman un pollo en su barrio; entre ellos destacaban dos sujetos, jovencísimos y entonces desconocidísimos, que andando el tiempo serían estrellas, Robert de Niro (desde entonces uno de los actores-fetiche de Scorsese) y Harvey Keitel. La película era todavía desmañada y con poco arte, si vale la expresión, aunque ya contenía una fuerza poco común y preludiaba, un cuarto de siglo antes, algunas delas "boutades" que ahora los de los chicos del movimiento Dogma quieren hacer pasar por lo último de lo último...
"Alicia ya no vive aquí " le aportó algún lustre y, sobre todo, la posibilidad de entrar en el cine comercial y poder filmar "Taxi driver", que le da a conocer en todo el mundo, el retrato desgarrado de un ex combatiente de Vietnam, insomne y taxista de noche, un retrato escalofriante de los abismos a los que puede llegar el ser humano. Con "New York, New York" cambió radicalmente de asunto, en un musical hermoso y triste; "Toro salvaje" le vuelve a poner en órbita, con la biografía del boxeador Jake La Motta, que De Niro borda engordando veinte kilos, poniéndose como un cerdo para dar la imagen del púgil en su peor etapa; "El rey de la comedia", poco entendida, fue un intento de hacer una comedia a contra corriente, pero la taquilla le dio la espalda y le puso a los pies de los caballos, de los que salió con su siguiente filme, "Jo, qué noche", también comedia aunque en otra línea, más negra pero a la vez más caústica.
Hacia 1986 Scorsese ya es uno de los cineastas reconocidos del cine norteamericano, y se permite el lujazo de hacer coincidir a dos astros de Hollywood, el gran Paul Newman y la estrella emergente Tom Cruise, en una continuación de aquella bellísima "El buscavidas", de Robert Rossen, titulada "El color del dinero", donde el jugador de billar que componía Ojos Azules en la década de los sesenta volvía, veintitantos años después, con más resabios y con visos de pigmalión, en un filme ya de estilo impecable, con gusto por el buen encuadre, la innovación visual, la indagación icónica, constantes que ya no le abandonarán en toda su carrera hasta hoy. Hace después "La última tentación de Cristo", polémica versión sobre los sucesos del Nuevo Testamento, que confirma su notable talento para la composición visual y su interés por temas difíciles y nada conformistas.
Ya en la década de los noventa rueda una de sus películas fundamentales, "Uno de los nuestros", crónica de la mafia italiana en su barrio natal, donde de nuevo utiliza a De Niro; una nueva versión de "El cabo del terror", titulada ahora "El cabo del miedo", le permite indagar en los mecanismos del pánico y también aportar su granito de arena al thriller de intrusos, entonces tan de moda, y que, si nos fijamos bien, es un subgénero más bien xenófobo.
En 1993 rueda otra de sus obras maestras, "La edad de la inocencia", alejándose de la temática violenta que había sido hasta entonces una de sus marcas de fábrica. Este hermoso melodrama romántico ambientado, cómo no, en Nueva York, pero nada menos que en 1870, retrataba de forma despiadada a la clase dirigente e instalada de la época (no sería difícil encontrar paralelismos con la actual...), como catalizador de una desgraciada historia de amor. Sin embargo, como si llegar a esta cima le extenuara, el resto de su filmografía hasta hoy decrece en interés; así ocurre con "Casino", regreso al universo cerrado de la mafia italiana en Nueva York, otra vez con De Niro, en su (por ahora) última colaboración juntos. Aunque no carece de atractivo, esta historia de gánster que amasó una fortuna con el control de los casinos no alcanza la altura de, por ejemplo, "Uno de los nuestros". Después Marty realiza, en "Kundun", una aproximación al mundo del budismo que, ciertamente, le sienta como a un santo dos pistolas. Tampoco su filme de 1997, "Al límite", cumple las expectativas; es una historia de redención de un sanitario neoyorquino hecho polvo física y, sobre todo, psíquicamente, esforzadamente interpretado (como siempre) por Nicolas Cage. "Gangs of New York" (ver crítica en CRITICALIA) tampoco es el gran fresco sobre los fundamentos en los que se basó, social, filosóficamente, la Gran Manzana, aunque bien que lo intenta. Tiene cosas de interés, sin duda, y, como todo su cine desde "New York, New York", un genuino estilo cinematográfico que se puede llamar, sin temor a ser petulante, "scorsesiano"; pero, a mi juicio, dista de ser esa gran película que se ha querido ver.