Enrique Colmena
Ea, pues ya se sabe el resultado de la quiniela más gigantesca del año, la que desvelan en Hollywood, al grito de “And the Oscar goes to…” (qué quieren, me sigue gustando más aquel viejo “And the winner is…”).
La verdad, este año los académicos no se han complicado mucho las cosas y han optado por un cine clásico. No hay que tomarlo como un dato negativo; a estas alturas, lo clásico es lo más actual, porque se está viendo mucha insensatez queriendo pasar por el no va más de la modernidad.
Así las cosas, prefiero mil veces que la triunfadora haya sido la clásica
El discurso del rey, con su apergaminado tono
british, casi victoriano, que la memez de
La red social, que ha concitado una más que curiosa mayoría crítica a su favor: ya sabes, lector, que, al menos en España, hay cuatro popes que dictan las líneas directrices de lo que es buen cine, y el resto (y que se salve el que pueda) se da patadas en el culo para ir en esa misma dirección, en un ejercicio de papanatismo digno del cuento del rey desnudo.
Menos mal que el mal filme de David Fincher se ha tenido que conformar con dos Oscar de pedrea y uno mediopensionista (el de Mejor Guion Adaptado), mientras que la crema de las estatuillas, las más valoradas, se las ha llevado
El discurso del rey, desde el de Mejor Película al Mejor Director, Tom Hooper (en su primera nominación: eso es llegar y besar el santo…), Mejor Actor (estaba cantado que el papel de rey tartaja de Colin Firth olía a tío Oscar) y Mejor Guion Original.
Hombre, si hubiera justicia, sería
Toy Story 3 la ganadora; pero ya se sabe que los académicos consideran que el cine de animación es cosa de niños, en absoluto premiable con los galardones más importantes; sí, se ha llevado el de Mejor Largometraje de Animación, pero para la que es la película más emocionante del cine yanqui de los últimos años, sabe a poco…
Origen, la para mí decepcionante nueva obra de Christopher Nolan, escapó con cuatro estatuillas de corte técnico, como era de prever en una película irreprochablemente rodada, aunque con carencias evidentes en lo artístico.
Natalie Portman consiguió el Oscar a la Mejor Actriz Protagonista, con todo merecimiento; para mi gusto es una de las grandes bazas de un filme,
Cisne negro, que me temo ha sido sobrevalorado (I’m sorry, Cristi…). No parece justo, sin embargo, que la interesante revisitación del western que han hecho los hermanos Coen con
Valor de ley se haya ido totalmente de vacío.
Los Oscars interpretativos secundarios para
The fighter premian una película intensa, aunque tal vez suene a excesivo reconocimiento, y los de carácter artístico para
Alicia en el País de las Maravillas justifican el gran alarde de producción del filme de Tim Burton, que seguramente debería haber optado a otros galardones de mayor fuste.
Por último, el Premio a la Mejor Película en Lengua No Inglesa (vulgo Película Extranjera) ha recaído en
En un mundo mejor, de la danesa Susanne Bier, una más que estimulante reflexión sobre la violencia en el mundo de hogaño.
Coda o estrambote: Javier Bardem se fue sin Oscar; estaba cantado, ningún actor extranjero no anglófono se ha llevado dos estatuillas casi seguidas, como hubiera sido su caso, y además este año tenía dos rivales formidables, el tartamudo de Colin Firth y el sherif borrachuzo de Jeff Bridges, imbatibles; mayormente el primero, que es el que finalmente se ha llevado el gato (digo el Oscar…) al agua.