Enrique Colmena

Se entregaron los Oscar en su octogésima cuarta edición, y lo cierto es que las paradojas abundaron. En los tiempos del cine digital, cuando cada vez se ve más cine en dispositivos electrónicos, resulta que la película vencedora rememora el tiempo en el que el cine era mudo y en blanco y negro. No es que esté mal: al contrario, resulta reconfortante, porque The Artist se merece los cinco Oscar que ha conseguido con toda justicia. Pero no deja de ser raro que en la fiesta del cine norteamericano por excelencia, donde sólo dan algún cuartelillo a los ingleses y en todo caso a los australianos (y ello sólo por compartir la misma lengua), haya ganado este año un filme francés, bien es cierto que con una sola palabra de diálogo (en inglés, of course). Porque es bien sabido que el Oscar a la Mejor Película Extranjera (oficialmente Película en Lengua No Inglesa, por si había dudas) no deja de ser una limosna que Hollywood da al pobre de turno que sienta a su mesa en su noche más fastuosa.

Más paradojas: la película francesa ganadora cuenta, sin embargo, una historia tan americana, la de una estrella del cine silente de Hollywood al que el cine sonoro manda al desván de los juguetes rotos, del que sólo podrá ser redimido por (aquí sonido de violines) el amor. El protagonista, con toda la pinta de yanquis redomados como Douglas Fairbanks o Errol Flynn, sin embargo es un franchute que responde al muy afrancesado nombre de Jean Dujardin.

El hecho de que Martin Scorsese haya conseguido otras cinco estatuillas por La invención de Hugo, su película menos valiosa en mucho tiempo también tiene su miga paradójica. Porque resulta que otros filmes scorsesianos de muchísima más valía apenas si tuvieron reconocimiento de la Academia de Hollywood: véase que en su momento una película seminal como Taxi Driver no consiguió ni una sola estatuilla, igual que la espléndida New York, New York, y que otros grandes filmes de Scorsese, como Uno de los nuestros o La edad de la inocencia tuvieron que conformarse con un único Oscar cada uno. Quizá el hecho de que La invención de Hugo haya sido reconocida sólo en sus aspectos técnicos venga a confirmar que estamos ante una película irreprochablemente filmada pero también carente absolutamente de alma.

Entre el resto de los filmes premiados me quedo con La dama de hierro, una lección de cómo afrontar un biopic, y por supuesto una lección de interpretación por parte de Meryl Streep. Por cierto que no deja de ser también contradictorio que Streep, cuya simpatía por el Partido Demócrata USA es bien conocida, haya ganado este nuevo Oscar (el tercero de su carrera, de los diecisiete a los que hasta ahora ha optado) interpretando a una mujer, Margaret Thatcher, en las antípodas de la ideología progresista del partido cuyo símbolo es un burro.

Otra paradoja: el cine español, que competía con un filme de animación, Chico & Rita, de Fernando Trueba y Javier Mariscal, y con el compositor Alberto Iglesias por su partitura para El topo, resulta que ganó su única estatuilla, la de Woody Allen al Mejor Guión Original, por la escasamente española Midnight in Paris, que lo único que tenía de hispano era la coproducción.

Claro que para paradojas la de ver al persa Asghar Farhadi recogiendo el Oscar a la Mejor Película en Lengua No Inglesa, por la espléndida Nader y Simin. Una separación, cuando su país, Irán, mantiene una escalada (por ahora verbal, esperemos que no llegue a más) con Estados Unidos y, en general, todo Occidente, a cuentas de su presunta utilización de la energía atómica con fines bélicos. Verle reivindicar, modestamente pero con dignidad, su varias veces milenaria cultura ante los satisfechos académicos cuyo mundo empezó hace poco más de doscientos años fue toda una experiencia.

Los Oscar de 2012 han sido los últimos que se han celebrado en el Kodak Theater, dada la quiebra de la empresa matriz (Kodak, se entiende); claro que, como acierten las profecías mayas y el Apocalipsis sea este año, no sólo será la última ceremonia en ese auditorio, sino en cualquier otro lugar en el orbe terrestre. Eso sí, al menos nos libraremos de Billy Crystal…