Enrique Colmena
Hay un cine adolescente moderno que se bifurca en dos, aunque quizá sea el mismo con diferente máscara: el teóricamente menos brutal es el que podríamos llamar "terror adolescente", con sagas que llevan camino de eternizarse, como "Scream", "Sé lo que hicisteis el último verano" o "Leyenda urbana", en las que la gente joven goza y/o sufre contemplando con placer sadomasoquista como a chavales de su edad los despanzurran, empalan, amputan o directamente les rebanan la cabeza, todo ello entre rijosidades propias de la pubertad. Hay ya incluso una saga que se toma exitosamente todo ese terror a chacota, la de "Scary Movie". La otra rama de esa bifurcación del cine con acné es la que podríamos llamar "de adolescentes salidos", de la que es arquetipo la saga de "American Pie", con jovenzuelos con las hormonas revueltas y dispuestos a lanzarse sobre cualquier cosa con faldas.
Pero de un tiempo a esta parte ha surgido otro cine adolescente, tal vez no dirigido a este segmento del público sino a sus sufridos padres o futuros progenitores. El buque insignia de esta otra vertiente del subgénero fue la tremenda "Kids", de Larry Clark, quien además ha venido a convertirse en su máximo cultivador, con filmes como "Bully" y, sobre todo, "Ken Park", que hablan de una adolescencia cada vez más joven encenagada en una espiral de sexo, drogadicción, falta de ideales y nihilismo, un panorama como para decir, como los anarquistas del 68, aquello de "que paren el mundo, que me bajo". Ahora llega otro filme en esa misma línea, "Thirteen", dirigido por Catherine Hardwicke, que rebaja hasta los trece años del título la edad de estos adolescentes que son prácticamente niños, pero en los que los esquemas de dominación, humillación y perdición que con cierta frecuencia se dan en los adultos, se reproducen con escalofriante similitud. Claro que habrá que pensar que no todos los adolescentes son salidos, o gustan de ver cortar a rodajas a sus congéneres, o dilapidan su futuro cada vez más pronto, como parecen decir todos estos filmes; otros habrá, se supone, que sean tan normales como han sido siempre. En esto el cine no parece que sea, precisamente, el espejo de la realidad.