Enrique Colmena

Ha muerto John le Carré (1931-2020) a los 89 años. Con él se marcha el último de los grandes popes literarios de la novela de espionaje del siglo XX, tras Graham Greene, sin duda el mejor de todos, el escritor que contaba historias de espías transidas de humanismo, de filosofía; y tras Ian Fleming, mucho más endeble literariamente, pero creador de un personaje mítico que le sobrevivirá, James Bond, el agente 007 al servicio de Su Graciosa Majestad.

Entre uno y otro, Le Carré (seudónimo con el que fue conocido en el siglo David John Moore Cornwell, que no podía publicar textos con su propio nombre, por mandato de los servicios secretos británicos a los que pertenecía) era menos humanista que Greene, menos buen literato, pero mucho mejor que Fleming, y sobre todo, mucho más realista, sin la tendencia a la fantasía delirante del creador de 007.

Lo cierto es que Le Carré, o por mejor decir, Cornwell, coqueteó desde pronto con los servicios secretos de su país: con 19 añitos ya colaboraba con la seguridad del estado. Políglota, se graduó en lenguas modernas, y ello le permitió ser profesor en varias prestigiosas instituciones, como la universidad de Oxford y el célebre Eton College. Pronto se afilió secretamente al MI5, el Servicio de Seguridad del Reino Unido (equivalente al FBI norteamericano, para entendernos) y posteriormente pasó al MI6, el Servicio de Inteligencia Exterior (la CIA británica, también para entendernos), donde serviría durante varios años hasta que en 1964 fue delatado al KGB por el famoso agente doble Kim Philby, que formaba parte del grupo de topos comunistas conocido como “Los Cinco de Cambridge”. Cornwell ya había publicado por aquel entonces sus primeras novelas, entre ellas El espía que surgió del frío, con gran éxito de ventas, lo que le permitió retirarse de la carrera diplomática y dedicarse a tiempo completo a la escritura.

Su narrativa tuvo pronto acogida en la pantalla, grande y pequeña, y buena parte de sus novelas se han llevado al cine y la televisión; revisaremos en este artículo cómo han tratado las artes audiovisuales el complejo corpus literario de Le Carré, que nunca fue un escritor “pulp” a la manera de Ian Fleming, sino que presentó en su narrativa personajes que saben a reales, y en algún caso (verbigratia el agente secreto Smiley) cinceló un arquetipo mítico que se diría en las antípodas de James Bond.

Le Carré, creado y criado en la llamada Guerra Fría, tuvo una primera etapa literaria dedicada casi en su integridad al espionaje inserto en esa sorda pugna entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y la URSS, y sus países adláteres; tras la caída en 1989 del Muro de Berlín y el desmembramiento en 1991 de la Unión Soviética, con la consiguiente desintegración del Telón de Acero, el escritor británico, con buen criterio, abrió su campo de acción, y sus novelas hablaron desde entonces de otros espionajes, en las siempre hirvientes cloacas de los servicios secretos en oscuros frentes en todo el mundo, con los nuevos (o viejos) conflictos mundiales a los que Le Carré supo aportar una visión novedosa.

Así, vamos a analizar su narrativa llevada al cine y la televisión en dos grandes grupos: en este primer capítulo lo haremos sobre sus novelas relativas a la Guerra Fría; en una segunda entrega de este díptico hablaremos de sus textos sobre otros conflictos.

Ciertamente el hecho de haber sido John David Cornwell agente secreto del MI5 y, sobre todo, del MI6, le confirió un conocimiento de primera mano sobre la silenciosa lucha entre los servicios de inteligencia occidentales y los del Este de Europa. Curiosamente, no será su primera novela, Llamada para el muerto, publicada en 1961, ni tampoco la segunda, Asesinato de calidad, editada en 1962, las primeras que fueron llevadas a la pantalla, sino El espía que surgió del frío, publicada en 1963 y que sería su primer gran éxito editorial. Martin Ritt la adapta al cine con el mismo título, El espía que surgió del frío (1965), en una producción británica que tendría a Richard Burton en el papel de Alec Leamas, agente del MI6, y a Claire Bloom como una bibliotecaria comunista, además de aparecer por primera vez en pantalla, en un rol secundario, el personaje de George Smiley, el espía lecarreano por antonomasia, aquí con las facciones de Rupert Davies. La historia, sobre la arriesgada misión (con dobles y triples giros) encomendada a Leamas en la Europa del Este, mientras se enamora absolutamente de quien debería ser su enemiga, descubrirá al mundo (más allá de los lectores de sus novelas) a un autor interesantísimo, un John le Carré que aportaba, como decíamos antes, un equilibrio entre el ascetismo humanista de Greene y la machista pachanga de acción y gadgets de Fleming.

Cuando se escriben estas líneas está anunciado el rodaje de una nueva versión de El espía que surgió del frío, en este caso en formato de miniserie, pero por ahora no se sabe mucho más que será una coproducción anglo-norteamericana y que Aiden Gillen (el popular “Meñique” de Juego de tronos) incorporará el papel de Alec Leamas.

Tras el éxito de la película de Martin Ritt, el cine británico se puso las pilas y llevó a la gran pantalla la primera novela de Le Carré, Llamada para el muerto (1967), con dirección de nuevo de un norteamericano (parece que no había directores ingleses por aquella época...), Sidney Lumet, y con repartazo multinacional: el inglés James Mason como Smiley, la francesa Simone Signoret como la viuda del muerto del título, el austriaco Maximilian Schell como el mejor amigo de Smiley, y la sueca (y bergmaniana) Harriet Andersson como la esposa del protagonista. La trama, como en casi toda la narrativa lecarreana, gira en torno a la traición, a los agentes dobles y triples, a los “topos”. Aquí conoceremos una circunstancia que efectivamente aleja a Smiley del arquetipo flemingiano: si James Bond es un macho al que todas se rinden, Smiley, casado, es continuamente engañado por su esposa Ann, aquejada de una ninfomanía que es incapaz de controlar, a pesar de lo cual el matrimonio continúa unido, tras haber comprobado ambos que no soportan estar separados; esa infidelidad femenina permanente, y más con semejante motivo, a buen seguro debió llamar poderosísimamente la atención del público de la época, y no digamos del español... Historia alambicada pero atractiva, al que Lumet imprime un sello más de thriller que de película de espías, tiene como curiosidad el hecho de que el personaje de Smiley, que aparece como tal en la novela, en la película debió rebautizarse como Dobbs, dado que Le Carré había vendido los derechos del personaje junto a los del libro El espía que surgió del frío.

Tras el éxito de este libro, El espía..., Le Carré quiso presentar otra cara del espionaje, menos dramática, menos intensa, más de andar por casa. El resultado fue la novela El espejo de los espías, publicada en 1965, llevada a la pantalla de nuevo por la cinematografía británica, con igual título y en 1970, con dirección de Frank Pierson (otro yanqui...), y con un reparto de lo más apañado: Ralph Richardson, Anthony Hopkins, Susan George y el guaperas de Christopher Jones. Curiosamente, aunque Le  Carré le confirió a la novela un tono desmitificador, presentando agentes secretos incompetentes que realizaban desastrosas misiones, el cine suavizó ese aspecto e intentó darle un tratamiento más de película de espionaje y acción al uso, buscando acercarse al canon Bond, motivo probable de fichar a un actor como Jones, que nunca destacó por su calidad aunque sí por su guapeza. Pierson tampoco era, ni de lejos, Ritt ni Lumet, así que el producto quedó por debajo de las expectativas previstas.

La BBC se fija por primera vez en las novelas de Le Carré a finales de los años setenta, llevando entonces a la pequeña pantalla, en una miniserie de 7 capítulos, Calderero, sastre, soldado, espía (1979), publicada por el escritor en 1974. La novela (y la miniserie) es una de las más próximas al propio escritor, pues la trama gira precisamente en torno a la existencia de un topo en el Circus (nombre con el que Le Carré denominaba en su narrativa al MI6), justamente como le sucedió a Le Carré cuando Philby, agente doble del KGB, le puso al descubierto. La trama, de una notable complejidad, se sigue sin embargo sin demasiado problema, en una costeada y notable serie grabada bajo los auspicios, además de la BBC, de la Paramount yanqui, con John Irvin a los mandos y Alec Guinness haciendo una memorable composición de George Smiley, además de otros grandes de la interpretación británica, como Ian Richardson e Ian Bannen.

De esta novela se hará una nueva versión, ya en el siglo XXI y ahora en formato cinematográfico, con el título en España de El topo (2011), con dirección del sueco Tomas Alfredson, que venía de rodar esa pequeña maravilla que es Déjame entrar (2008). Sin llegar a esa excelsitud, la adaptación fue buena, aunque quizá un tanto enmarañada, con esa complejidad que a veces parece inmanente en las películas de espías. Gary Oldman se colocaba las gafas de pasta de Smiley, llevándose el personaje a su terreno y huyendo, con buen criterio, de intentar imitar a Guinness, que había establecido el patrón del rol en sus dos interpretaciones como tal. Si la versión televisiva había tenido un gran reparto, también esta estuvo bien servida: además de Oldman estaban Colin Firth, Tom Hardy, Benedict Cumberbatch, John Hurt y Toby Jones, entre otros “prima donna” de la actuación británica.

Mencionábamos antes a Guinness y sus dos encarnaciones de Smiley: efectivamente, tras el éxito de la miniserie Calderero, sastre..., el gran Alec volvió a ponerse en el papel del más famoso espía de la era moderna (con permiso de James Bond, aunque este parece más saltimbanqui o casanova que agente secreto...) en la miniserie de 6 episodios que se grabó para adaptar la novela La gente de Smiley, publicada en 1979, llevando la versión televisiva en España el título de Los hombres de Smiley (1982), bajo pabellón británico y con la producción de la BBC, que confió la dirección a Simon Langton, fogueado realizador de la casa.

Si decíamos antes que Calderero, sastre... era una de las novelas en las que Le Carré plasmó sus experiencias personales (algunas tan dolorosas y arriesgadas como la de ser descubierto por un topo enemigo), igual se puede decir de su texto Un espía perfecto, publicado en 1986, y que sería llevado a la pequeña pantalla enseguida, en 1987, en una homónima miniserie de 7 episodios, de nuevo con la BBC al mando y con realización de Peter Smith; en este caso el agente protagonista no es Smiley sino Magnus Pym, en quien se ha querido ver un “alter ego” del propio Le Carré, al coincidir muchas de las circunstancias personales adjudicadas a este personaje con peripecias de la vida del escritor. Con la calidad incuestionable de las producciones de la famosa televisión británica, y con Peter Egan como protagonista, se da aquí una nueva vuelta de tuerca a las intrincadas peripecias de los servicios secretos, de nuevo a vueltas con las traiciones y los agentes dobles, aunque en este caso Le Carré, hablando en primera persona por su heterónimo, resultaba mucho más benévolo con los topos.

El australiano (aunque fagocitado por Hollywood desde los años ochenta) Fred Schepisi lleva a la pantalla La casa Rusia (1990), versión de la novela homónima que Le Carré publicó solo un año antes, con una pareja ciertamente vistosa, Sean Connery y Michelle Pfeiffer, en la que se ensaya la fórmula (no nueva, pero siempre atractiva) de encargar un trabajo de espionaje a alguien que no lo es, en este caso Connery, que aquí es un editor, lejos del agente repeinado y aerodinámico que compuso en su etapa Bond; será esta una de las últimas tramas lecarreanas que ensaya historias relativas a la Guerra Fría, próxima ya entonces la desintegración de la URSS y, con ello, el cambio de escenario en el espionaje mundial.

De hecho, la última aparición en pantalla de la Guerra Fría según Le Carré se producirá algo más tarde, con Asesinato de calidad (1991), sobre la novela homónima del escritor inglés, publicada casi tres décadas antes, en 1962, y que llevará a la pequeña pantalla, en una TV-movie, Gavin Millar, bajo los auspicios del canal privado Thames Television; aquí aparece de nuevo George Smiley, personaje ahora interpretado por otro notable actor británico, Denholm Elliot, acompañado para la ocasión por otros grandes de la escena inglesa, Joss Ackland y Glenda Jackson. La novela, y también el telefilm, tienen la peculiaridad de no estar insertos en el campo del espionaje, sino que es un thriller en el que Smiley habrá de aplicar sus técnicas como agente secreto para desenmascarar al asesino. Como tema llamativo, Le Carré incluye un prominente personaje homosexual, cosa que para la época en la que se escribió, a principios de los años sesenta, se puede considerar bastante osado. También es curiosa la aparición de Christian Bale, aún niño, pocos años después de haber saltado a la fama con la spielbergiana El imperio del sol (1987).

Ilustración: Sir Alec Guinness, caracterizado como George Smiley en su inolvidable composición en la miniserie Calderero, sastre, soldado, espía (1979).

Próximo capítulo: Profesor, diplomático, novelista, espía: John le Carré en la pantalla (y II). Otros escenarios más allá de la Guerra Fría