Rafael Utrera Macías

La pareja en acción

Do Detectives Think? (1927) es la primera obra diseñada para que funcionen como pareja. Los respectivos tipos están debidamente marcados: Oliver actúa en pose de engreído y egoísta a la vez que bravucón y miedoso, mientras que Stan se muestra cobardica y tontorrón aunque no exento de buenas intenciones. El cementerio como escenario nocturno da lugar a secuencias donde el juego de sombras se combina con la proyección acelerada para mostrar conjuntamente a fantasmas y miedosos visitantes. Gags como el juego de sombreros, en sus múltiples variantes, tienen aquí una presencia destacada, aunque será en una película posterior, Hats Off (Fuera sombreros, 1927) donde este elemento adquiera verdadero protagonismo ya que los ciudadanos encolerizados entre sí dan rienda suelta a su agresividad y, estimulados por Stan y Oliver, se destrozan los sombreros en un significativo alarde de histeria colectiva; es un anticipo de lo que se ofrecerá en otros títulos cuando la prenda sea sustituida por pasteles. Estas escenas donde la violencia es recurso habitual entre ciudadanos, transeúntes, automovilistas, peatones, etc., elimina cualquier conato de diálogo entre ellos; pero está claro que un principio elemental del hombre civilizado se convierte en ignorado para los códigos de la comedia cinematográfica que, por otra parte, no hace más que adecuar situaciones circenses y pantomímicas a los modos expresivos del nuevo entretenimiento en la pantalla.

En un producto Roach, acaso dirigido por él mismo, Flying Elephants (En la Edad de la Piedra, 1927), el Flaco y el Gordo interpretan a unos tipos cuyos nombres responden a “Estrella Brillante”, de amanerados modales, y “Gigante Poderoso”, de aspecto muy macho, con la vestimenta propia de esa Edad. Aquí será precisamente una cabra la que consiga lo que Stan no pudo llevar a término: despeñar a Oliver por un barranco y hacer suya a la mujer disputada. Más allá del cambio de indumentaria entre presos y pintores, en The Second Hundred Years (1927), su final nos muestra a una elegante jovencita cuya coquetería la hace situarse junto a un farol; Stan se aproxima a éste, pero acaba pintando el trasero de la susodicha.


Falda escocesa, pantalones, calzoncillos

La obsesión por sustituir una falda escocesa por unos pantalones se plantea en Putting Pants on Philip (1927); en efecto, el tío Oliver espera en el muelle la llegada de su sobrino Laurel quien, a tono con su patriotismo, llega luciendo esa prenda. Oliver se muere de vergüenza ante tan estrafalario atuendo y aún más cuando Stan se le cuelga del brazo con tanta ingenuidad como simpleza ante una situación insoportable para él. El paso sobre las rejillas de ventilación del metro, hacen de la faldita un juguete del aire y la ropa interior, léase calzoncillos del joven, se muestra de muy diversas maneras, lo que conlleva el escándalo de los viandantes. Dispuesto a ponerle pantalones al escocés, un sastre le toma medidas no sin grandes dificultades ya que ello se ha hecho detrás de unas cortinas... donde, precisamente, Laurel ha seducido a una jovencita; su llanto resignado cierra la secuencia.

De nuevo, la utilización de calzoncillos y pantalones se hace evidente en You're darn tootin' (1928), donde la pareja es miembro de una banda de música; las diferencias con el director, la calamitosa mezcla de distintas partituras y otras situaciones semejantes producen su inmediato despido. Su agresividad se exalta y comienzan los dimes y diretes entre ambos; resultado: el instrumento musical de Oliver, arrojado a la vía pública por Stan, es literalmente planchado por un vehículo; la pelea a dos se hace inevitable y, como es de esperar, la situación se contagia a testigos y mirones; unos y otros emplean diversas técnicas para golpearse pero la más efectiva, por cuanto “desarma” a los caballeros, es quitarle el pantalón al enemigo; el numeroso grupo, de semejante guisa, sólo necesita la presencia policial; el agente acaba como cualquiera... ¡en calzoncillos!, mientras los dos interfectos doblan la esquina con sendos pantalones que, por las medidas, no parecen ser precisamente los suyos.

Con un guardia sin pantalones finaliza también Leave'em laughing (1928) pero empieza con Laurel y Hardy en la clínica del dentista donde se intoxican con el gas de la risa, por lo que salen a la calle con inevitables y prolongadas carcajadas que ni el agente es capaz de cortar. Lloran de risa. Del mismo modo, en Liberty (Libertad, 1929) se sigue manteniendo el elemento pantalón como el causante de desaguisados múltiples y las entradas en conflicto con diversas personas. Laurel y Hardy, huidos de la cárcel, cambian su vestimenta de presidiarios por ropa de calle; uno se ha puesto el pantalón que corresponde al otro por lo que es urgente cambiárselos sea donde sea y ante quien sea: en plena calle, escondidos junto a una tapia, en el interior de un taxi, en lo alto de un rascacielos y ante una mujer, un policía, una pareja de enamorados; la delicada y ambigua situación da qué pensar a más de uno y se pregunta qué hacen dos hombres manipulándose sus respectivos pantalones mientras se ocultan de la gente. ÚUacute;nase a ello un sorprendente cangrejo que se instala entre la ropa interior de Stan y a quien “deleita” entre cosquillas y mordiscos; y ello, incluso, en lo alto de ese rascacielos donde perder el equilibrio invita más a llorar que a reír. Pero si de animales se trata, en Wrong again (1929) le ganan la partida a Buñuel cuando, sobre un piano (al que le falta una pata y ellos actúan como tal) colocan un caballo vivo por nombre “Blue Boy”, homónimo de un cuadro robado y dotado de generosa gratificación a quien lo entregue; el dueño ordena que la pintura sea colocada sobre el piano y ellos cumplen el mandato sin rechistar… La velocidad de un caballo parado le preocupa a Stan o a Oliver y, sin duda, la preocupación debe ser la misma cuando éste, además, está subido sobre un piano de cola.


Destrucción Mutua Asegurada

Varios títulos de Laurel y Hardy responden a la frase “Destrucción Mutua Asegurada”. Big Business (1929) presenta a la pareja como vendedores de árboles de Navidad cuando no parece momento propicio. Los fracasos no acaban en la casa de un malhumorado ciudadano que declara su radical negativa a comprar; la casa de éste y el coche de otros serán las víctimas de una nueva batalla campal donde el trío destroza relojes y puertas, chaquetas y teléfono, cristales y ventanas. Arrasada la casa, se sigue con el jardín; rasgada la indumentaria de los tipos se toman las diversas partes del vehículo para descuartizarlo pieza a pieza. La presencia policial no supone el final del conflicto; peor aún, Oliver le larga un palazo sin contemplaciones en el mismísimo pie; y vuelta a empezar. “Destrucción Mutua Asegurada”. Los vendedores simulan arrepentimiento y, dispuestos a fumar la pipa de la paz, ofrecen un cigarro al propietario. Intentan, de esta forma, quitarse de en medio. El policía no está dispuesto a perderlos de vista, pero antes que esto ocurra, al vecino de la casa destruida le estalla el cigarro en la cara.

La misma casa se ofrece en The Finishing Touch (1928), con la novedad de que primero se construye y luego se destruye. Cuesta trabajo creer que dos tipos como Laurel y Hardy puedan levantar una casa en una sola jornada; su profesionalidad debe demostrarse porque falta coordinación y, entre otras, Oliver acostumbra a echarse un puñado de clavos en la boca y entre una caída, otra y la siguiente, se traga por tres veces las puntas y tornillos. Los clavos tragados por Ollie tienen su precedente en la película The Noon Whistle (1923), interpretada por Laurel y Finlayson donde es, precisamente, una chincheta o tachuela el objeto tragado. Una película de 1931, Beau Hunks, interpretada por Laurel y Hardy, llevaría en España el título de Héroes de tachuela, pretendida parodia de dos films contemporáneos, Morocco, de Sternberg, y Friends and Lovers, de Stroheim.

A duras penas y con múltiples dificultades, van consiguiendo el propósito y ello con serios inconvenientes porque un policía los vigila y la enfermera del hospital vecino protesta constantemente por el excesivo ruido y por hacer caso omiso al cartel que expresamente lo solicita, de tal manera que, entre desaguisado y desastre, andan de puntillas y se colocan el dedo índice en los labios mandándose mutuamente silencio una y otra vez.

Terminada sorprendentemente la faena, cobran la cantidad estipulada, pero, en ese mismo momento, un pájaro negro se posa en la techumbre y el edificio se viene abajo. La protesta del propietario da pie para iniciar la correspondiente bronca y la consiguiente pelea. La bolsa del dinero cobrado pasa de uno a otro como si fuera una pelota mientras se burla al cliente de mil maneras; las piedras se convierten en armas arrojadizas que cruzan el espacio y, en tantas ocasiones, dan certeramente en el blanco. La que calza la rueda del camión es también utilizada para lo mismo, por lo que éste se desliza y acaba empotrado en la casa para que nada de ella quede en pie; otra, lanzada por el propietario contra Oliver parece recorrer un espacio infinito y, en acciones consecutivas, hace caer al suelo los sombreros de los dos hombres.


La batalla del siglo

The Battle of the Century (La batalla del siglo, 1927) tiene dos partes bien diferenciadas; en la primera asistimos a un combate de boxeo donde Laurel queda noqueado, como procede en un “deportista” de semejante tipo. Hardy, como buen entrenador, se preocupa de su futuro; firma una póliza de seguros para posibles accidentes y, de inmediato, quiere provocarlo para cobrar la indemnización. Una piel de plátano colocada por él sobre la acera debe ser la causante de la inmediata caída y consiguiente accidente de su pupilo; pero los hechos se producirán de otro modo.

En las reglas de la comedia una ley dice: di lo que vas a hacer (voy a poner una piel de plátano para que alguien resbale y caiga), hazlo (pongo la piel de plátano en la acera para alguien resbale y caiga), di lo que has hecho (he puesto la piel de plátano sobre la acera, alguien la ha pisado y ha caído). En este caso, se ha producido una alteración y, como consecuencia, una perturbación: las reglas se resuelven en una, pero consiguen un resultado inesperado. Oliver ha puesto la piel sobre la acera para que Stan caiga pero alguien (el repartidor de tartas) la pisa segundos antes de que él lo haga; la consecuencia: una batalla de tartas en la que se ven implicados decenas de personas. Tres minutos cómicos de alta intensidad dramática.

El desarrollo de la misma funciona de la siguiente manera: El repartidor deduce que la piel de plátano ha sido colocada por Oliver porque lleva un plátano en la mano. Coge una tarta del suelo y la planta sobre la cara de Ollie. Este le devuelve la embestida, pero impacta sobre el trasero de una señora que sube a un coche; repite la operación, pero recibiendo la misma señora el tartazo en la cara. Esta dama se lanza contra Ollie pero su tarta impacta contra los zapatos recién limpios del cliente de la betunería. Una transición temporal da lugar a que numerosos viandantes vayan arrimándose a la refriega. Entre otros, el de los zapatos manchados junto a un inesperado señor de levita. Nuevo impacto de tarta lanzado por una señora contra el de la levita, éste contra otro ciudadano de sombrero y traje negro; y este mismo contra el paciente de la clínica dental.

Así sigue la batalla de tartas. Sin conocer la procedencia vemos los impactos causados sobre el fontanero de la alcantarilla, el cliente de la cafetería, el usuario de la peluquería, el peluquero (que acaba en el cubo de la basura y andando a cuatro patas como un animal saltarín), la señora de la ventana, el buzón del cartero, la elegante señora con anteojos, el cliente del fotógrafo. Stan y Ollie huyen de la batalla; el primero con tarta en mano; se desprende de ella, la lanza y todavía impacta sobre otra señora que resbala y cae al suelo. De todo ello tuvo la culpa una cáscara de plátano.


Un par de marinos

Al igual que su anterior, Two Tars (Un par de marinos, 1928), dispone de dos partes: la primera recoge la llegada de los marineros a una ciudad, su recorrido en coche por la misma y el encuentro con dos chicas en la puerta de una tienda invitadas a subir al automóvil. Oliver produce una avería en una máquina de golosinas y estas caen al suelo; el propietario sale con cara destemplada y la emprende contra el marinero; el Flaco y las chicas, desde el coche, observan la comprometida situación de su compañero; Stan decide intervenir y se lanza contra el tendero, aunque sus continuadas caídas resbalando con las golosinas caídas en el suelo lo convierten en el hazmerreír de unos y otros.

El fracaso de los dos marineros pone en pie de guerra a las chicas; la emprenden contra el comerciante y, resuelto el asunto, salen en el coche a toda velocidad. La juerga que se han corrido lo evidencia, no tanto el globo atado en el coche sino el cambio de sombreros que se ha producido: ellas con las gorras marineras y ellos con los coquetos sombreros femeninos; así aparecerán en el resto del film.

A partir de aquí comienza el embotellamiento, verdadera antología de la “Destrucción Mutua Asegurada”. El coche de los marinos se salta la cola y accede a primera posición junto a la máquina de obras de carretera. Protestas, discusiones y primeras agresiones. Laurel está muy activo y destructivo. Arranca un faro de un automóvil y lo lanza contra otro; el propietario, navaja en mano, arremete rasgando un neumático. El Flaco desencaja las ruedas delanteras de un vehículo, rompe el radiador de otro, arranca la puerta de un tercero; conjuntamente los dos marinos se abalanzan contra la capota del siguiente y queda materialmente inservible; y así, entre lanzamientos de piedras, frutas, objetos de todo tipo se inicia una batalla campal donde las damas también tienen su tarea. El poli, recién llegado, pregunta “¿Quién ha organizado todo esto?”. Y, a una, responden: “Ellos”. El agente les sentencia que irán a la cárcel.

Y, en presencia de la autoridad, comienza el desfile de coches malparados: unos, sin ruedas delanteras o sin habitáculo interior, otros, empotrado en una gran viga o con las ruedas arriba y el techo en el suelo, aquel, falto de amortiguación, salta como un caballo salvaje o como una cabra montesa. Por si algo faltara, un gran vehículo pesado plancha literalmente la moto del policía; en el colmo de la desesperación, y sin vehículo propio, ordena que sigan a los marineros, el rótulo dice: “Sigan a los marineros”. Y “¡Que todo el mundo siga a los marineros!”

Laurel y Hardy (las chicas huyeron a la llegada del policía), a todo gas, toman un atajo y se internan en un túnel del ferrocarril; los demás coches, hacen lo propio pero la presencia de la locomotora les obliga a volver marcha atrás. Al otro lado del túnel aparecen los dos marineros en su coche, bastante más estrecho que a la entrada y circulando por la izquierda (al igual que hicieron para evitar el embotellamiento) lo que les ha permitido esquivar el tren y librarse de los automovilistas.


Al curioso lector/espectador

El Gordo y el Flaco (Stan & Ollie), de Jon S. Baird, recupera gloriosas secuencias interpretadas por la pareja; así, el bailable paso a dos puede encontrarse en la película En el Oeste (pinche aquí) y la escena de Ollie con la pierna enyesada puede verse en el film County Hospital (pinche aquí)

Como interesantes complementos relacionados con nuestros artículos recomendamos La batalla del siglo (pinche aquí)
y Haciendo de las suyas (pinche aquí)


Ilustración: Stan Laurel y Oliver Hardy en plena ejecución de un gag cómico.