Enrique Colmena

Tomo prestado el título de la voluminosa (algunos dicen que también plúmbea…) novela “Vida y destino” de Vassili Grossman, en ese cierto gusto que el editor de CRITICALIA (vaya, yo mismo: no me gusta eso de hablar de uno en tercera persona…) tiene por el retruécano, para hablar de un libro recientemente editado, titulado “El cine-club Vida de Sevilla. 50 años de historia”, del que es editor el profesor Rafael Utrera Macías, historiador e investigador cinematográfico de reconocido prestigio nacional e internacional, que además (lo confieso sin ambages) me honra con su amistad, por lo que esta crónica difícilmente podrá ser objetiva, por más que hablar de los trabajos de Utrera sea, necesariamente, hablar de calidad, meticulosidad y rigor.
Hago gracia a los sevillanos de hablarles del Vida: sería como hacerlo de la Giralda. Para los que no han nacido en la vieja Híspalis, o no viven en ella como un sevillano más, sí será conveniente comentar algunas cuestiones. El cine-club Vida nació allá por el año 1957 (de ahí el cincuentenario que ahora se celebra) dentro de la congregación de los jesuitas, y pronto se convirtió en un punto de referencia cultural en la ciudad, una ciudad que, pasada ya la peor posguerra, pero aún en tiempos de férrea dictadura franquista, carecía de una vida cultural digna de tal nombre. Los jesuitas, que siempre fueron unos liberales dentro de la Iglesia Católica (aún más a partir de que el Padre Arrupe tomara en sus manos la dirección de la Compañía, a mediados de los años sesenta), supieron intuir por donde iban los tiempos, y el inminente Concilio Vaticano II, que cambió palpablemente las formas (y también parte del fondo) dentro de la religión católica, hizo el resto. En aquellos años finales de los cincuenta, cuando en Estados Unidos causaba furor (entre la muchachada) y pavor (entre los padres de la muchachada) las caderas eróticamente cimbreantes de Elvis, en España empezábamos a quitarnos las legañas con nuevas iniciativas como la que el Padre Linares puso en pie con el cine-club Vida. Aunque inspiradas, evidentemente, por un espíritu religioso, pronto se hizo patente que el Vida iba a ser punto de reunión de muy distintas visiones del mundo.
Tal vez la mayor gloria que cupo al viejo cine-club aún hoy milagrosamente vivo fuera la de alumbrar una pléyade de hombres y mujeres de inusual talento, que dieron pronto el salto a la palestra nacional: Romualdo Molina y José Manuel Fernández dirigieron la programación cinematográfica de la Segunda Cadena de TVE (así se llamaba entonces lo que ahora es La 2; aún antes sería conocida con el vetusto acrónimo UHF), y, a través del espacio “Cineclub”, ofrecieron el mejor cine que se haya visto en esa cadena nunca, con todos los maestros clásicos, pero también todos los innovadores que en aquellos tiempos luchaban por hacer otro cine; Josefina Molina inició una no demasiado larga carrera como realizadora de cine y televisión, pero con algunas joyas imprescindibles: vale decir la serie televisiva “Teresa de Jesús”, por ejemplo, o, en menor medida, la interesante aproximación histórica de “Esquilache”; Claudio Guerin Hill, reputado como el mejor de todos por los que le conocieron, ya estudiado exhaustivamente por Utrera en un volumen específico, hizo para TVE magníficos trabajos documentales y dramáticos, además de una incipiente carrera cinematográfica, con “La casa de las palomas”, abrupta, trágicamente cortada por un accidente en el rodaje de su segundo largo; Alfonso Eduardo Pérez Orozco, que durante años mantuvo en TVE un programa, “Revista de Cine”, que fue crucial en la captación de nuevos cinéfilos en la España de los años setenta; y Carlos Gortari, que llegaría a ser Director General de Cinematografía durante el gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo.
Yo no tuve la suerte de verlos y escucharlos en el cineclub, aunque sí los conocí con posterioridad; a quien sí tuve la fortuna de conocer, y de trabar amistad, fue con otros tres miembros de la generación del Vida, más jóvenes, que tomaron el testigo de sus mayores: Francisco Casado, Juan-Fabián Delgado y Rafael Utrera, y ellos tuvieron mucho que ver con que yo esté escribiendo estas líneas ahora y con que exista CRITICALIA.
Volvamos al volumen “El cine-club Vida de Sevilla. 50 años de Historia”, primorosamente editado por la Fundación Cajasol.: tras un pormenorizado estudio del propio editor, Rafael Utrera, sobre la historia de estos cincuenta años de la institución, se pasa a una amplia antología de las críticas que durante este medio siglo el cineclub ha ido editando y entregando a sus espectadores, en un trabajo tan meticuloso que incluso respeta el tamaño original, rozando el facsímil. En el tercer capítulo una serie de personas relacionadas de un modo u otro con el Vida aportan su personal punto de vista sobre el cineclub y su labor a lo largo de los años. Tras el documentado epílogo del actual director, Manuel Alcalá, el volumen se cierra con un cuidadísimo “vademécum” con todas las referencias cruzadas sobre películas proyectadas, directores de éstas y autores de los textos entregados al público en su momento.
Durante estos cincuenta años ha habido lugar para luces y sombras, más de las primeras que de las segundas, y, sorprendentemente, en los últimos años el Vida ha conocido un resurgir que, sin otorgarle el lugar preeminente que tuvo a finales de los años cincuenta y durante los sesenta y setenta (entre otras cosas, porque, afortunadamente, el momento político actual es muy distinto del asfixiante ambiente franquista en el que el cineclub vio sus primeras luces), sí que ha conseguido, de nuevo, concitar a su alrededor a un buen número de espectadores asiduos al buen cine y a una apreciable cohorte de firmas de primera línea en la ciudad.
Cincuenta años después, el Vida, ahora de la mano del Padre Alcalá (que dirigió el cineclub en dos circunstancias muy distintas, la actual y la de los años sesenta), se mantiene vivo, lo que, teniendo en cuenta lo que ha acontecido con otros eventos culturales que pasaron las de Caín durante la dictadura, para hundirse después en la democracia que debería haberlas mimado, es todo un milagro…