A veces hay gente que parece asociarse para compartir la cuesta abajo en la que están inmersos; he aquí un caso evidente: Bruce Willis se reveló en la serie televisiva Luz de luna a mediados de los ochenta, se confirmó como valor cinematográfico con la divertida Cita a ciegas y despues ha mantenido una carrera ambivalente, con éxitos en el cine comercial (serie Jungla de cristal) y en otro más interesado en aspectos artísticos (Pulp fiction).
Pero lo cierto es que en los últimos años no da en la diana, ni comercial ni artísticamente hablando, y da la impresión de que se le ha pasado el arroz. Por su parte, Richard Donner, el director de este 16 calles (que, por cierto, debería haberse titulado más apropiadamente 16 manzanas o 16 bloques), tuvo dos momentos de gloria en su carrera, a finales de los años setenta, con la primera parte de la tetralogía de Supermán, y ya a mediados de los ochenta, con la primera entrega de Arma letal (después progresivamente descendente, en taquilla y aprecio crítico, en las tres depauperadas continuaciones hasta ahora filmadas).
A partir de ahí, mediocridades de poca monta. Pues este 16 calles parece aunar ambas carreras decrecientes, y tanto el actor, Willis, como el director, Donner, no consiguen dotar a este thriller de acción de la fuerza necesaria para que funcione, ni en la recaudación ni, mucho menos, en el arte. Willis compone el personaje de un viejo policía, trápala y alcohólico, que en un inesperado ataque de honradez decide hacer lo correcto y salvar a un pequeño delincuente de su asesinato por parte de otros policías corruptos. Ésa quizá sea la mayor virtud del filme, y su mensaje central, una apuesta decidida (tal vez demasiado bienintencionada) por la posibilidad de que las personas puedan cambiar y la honestidad ocupe el espacio hasta entonces acaparado por la indecencia y la corrupción. No seré yo, desde luego, el que se oponga a tal redención, aunque tendremos que ser realistas y reconocer que ello no es frecuente: ojalá lo fuera.
En cuanto al filme en sí mismo, en su faceta de acción, que es la que le corresponde primigeniamente, lo cierto es que Donner parece haber perdido los libros, porque, salvo alguna escena (la secuencia en el autobús secuestrado, que está realizada con solvencia), no hay tensión suficiente, al menos no la que cabría esperar en un cineasta setentón con más de sesenta películas (entre cine y televisión) en su haber. Vamos, que estas 16 calles no van a enderezar, ni de lejos, las carreras descendentes de sus dos "prima ballerina" (perdón por la metáfora, siendo los dos tan machos....).
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