Esta película se pudo ver en la Sección Oficial del Sevilla Festival de Cine Europeo 2017 (SEFF’17).
Ciertamente, existen los cuentos de hadas: si no, no se explica que una película como ésta haya tenido el respaldo del mismísimo Martin Scorsese hasta el punto de implicarse como productor ejecutivo, facilitando con ello que el director haya contado con un holgado presupuesto, para lo que se estila en Italia, y haya tenido ocasión de poderse ver en circuitos de cine independiente y festivales de todo el mundo. Otra cosa es que haya que poner en duda el buen ojo del director y productor norteamericano, porque me temo que aquí no ha estado precisamente fino.
A Ciambra es un núcleo de población de etnia gitana en el sur de Italia. En ese contexto, veremos, a modo de docudrama, algunos días en la vida de un adolescente de 14 años, Pio, y de su familia. La economía del clan la llevan fundamentalmente el padre y el hermano mayor; ambos son arrestados por alguna bellaquería, y el jovencísimo Pio, cuyos mentores no se puede decir que hayan sido Ghandi y el Dalai Lama, se ve en la obligación de, con pequeños latrocinios, contribuir al sostenimiento de la familia. Pero, claro está, las cosas no son fáciles…
Jonas Carpignano es un cineasta nacido en Nueva York al que sus ancestros italianos le han llevado a la tierra de su padre (la madre es de Barbados) para hacer cine. Es joven (cuando se escriben estas líneas tiene 33 años), y ya ha conocido cierto éxito con uno de sus cortos, titulado también A Ciambra (2014), donde tomaba a este mismo Pio Amato y lo retrataba durante un día. A partir de ahí, y tras hacer su ópera prima como director de largometrajes con Mediterranea (2015), sobre el candente tema de los refugiados africanos en su migración a Europa, del que toma a uno de sus personajes, Aviya, afronta este su nuevo proyecto, el largo A Ciambra (2017). Diremos pronto que el film tiene una envoltura formal notable: se nota el dinero americano y la formación yanqui de este cineasta que, sin embargo, también parece no haber digerido bien algunas de las enseñanzas del cine USA. Y es que a ratos pareciera que estamos ante una especie de homenaje al primerísimo cine de Scorsese, el de los años setenta, concretamente el de Malas calles (1973), por el tono embravecido de la cámara, que sigue a su personaje central, el adolescente Pio, do quiera va.
Estamos ante una especie de docudrama: la familia Amato existe como tal, en el gueto romaní de A Ciambra, y su modus vivendi es, por decirlo de forma suave, tirando a alegal. Carpignano busca hacer una especie de cinema-verité, sin llegar al extremo de documentar la realidad sino, en todo caso, versionarla, hacer ficción partiendo de una determinada verdad. Pero ni el tono es el adecuado, ni la trama ayuda demasiado a tener algún tipo de conexión con tan peculiar protagonista, ni su sendero de traición, bajando hasta el último y abyecto peldaño, contribuye a la empatía con un personaje con el que, no tardando mucho tiempo, no nos gustaría encontrarnos a la vuelta de la esquina a media noche.
Así es la realidad, parece decirnos Jonas Carpignano. Es posible, incluso probable. Un final en el que este Peter Pan (que no quería serlo) crece de golpe de la peor manera posible, tomando partido por la hez en vez de por el juego, quizá venga a decirnos que no hay futuro. Seguramente: planazo.
El jovencísimo Pio Amato simplemente se autointerpreta, aunque es cierto que tiene cierta capacidad para transmitir emociones, capacidad evidentemente no aprendida sino natural, lo que quizá (quizá) le pudiera permitir salir del agujero sin fondo al que su situación familiar, su cuna, lo condena. Ojalá, aunque en otros casos similares (cfr. los protagonistas de Deprisa, deprisa, de Saura, y de Perros callejeros, de José Antonio de la Loma, por poner dos ejemplos evidentes) el final fue precoz y atroz.
(08-11-2017)
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