Cuando en 1985 Mijail Sergeyevitch Gorbachov inicia el proceso de "perestroika" y "glasnot", el cine soviético recupera filmes que la rígida censura de Breznev y Chernenko mantuvo en el congelador. Una de esas películas es esta valiosa Adiós a Matiora, un canto ecologista y telúrico, la historia de una destrucción anunciada, tan duramente resistida pero finalmente doblegada.
Matiora es una aldea rusa, amenazada de desaparición por la construcción de una presa, un poco a la manera de lo que ocurrió en España con el famoso pantano de Riaño. El pueblo, simbolizado en una vieja "materfamilias", se resiste a dejar la tierra de sus ancestros, en esta dicotomía entre el progreso y tradición no muy del gusto de los burócratas de Moscú.
Hermosamente próxima a la tierra, dulce en su lírica defensa de lo fundamental, la película de Elem Klimov es una bella muestra de inconformismo en las angostas callejas de las dictaduras. Junto a Masacre, del mismo Klimov, Arrepentimiento, de Tengiz Abuladze, Tema, de Gleb Panfilov, y Control en los caminos, de Aleksey German, constituyó en su momento el nuevo rostro del cine soviético en el mundo.
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