Galardonado reiteradamente en cuantos festivales ha visitado, este filme sorprendente que nos descubre a un nuevo cineasta de vigoroso trazo nos presenta una historia dividida en tres segmentos, cada uno de ellos a su vez una crónica individual y autónoma, aunque concatenada con las otras, y todas ellas con el nexo común del amor de sus protagonistas hacia los chuchos.
La primera es una desgarrada historia de amor entre cuñados, el hermano del marido y la esposa, y el papel relevante de un fiero perro propiedad del primero, que hará soñar a la pareja (más bien al cuñadito) con una vida propia lejos del torvo animal bípedo del hermano, todo ello en un ambiente de marginalidad y delincuencia, en el turbio mundo de las peleas caninas; la segunda cambia radicalmente de universo y se centra en una pareja de clase media alta, ella modelo publicitaria, él adúltero que abandona a la esposa por su nuevo amor, y el deterioro de su relación a través de la desaparición del perrito faldero de ella; la tercera, quizá la más extraña, nos presenta a un viejo terrorista ahora indigente, siempre rodeado de perros a los que adora, asesino a sueldo ocasional, que encontrará la forma de redimirse buscando el amor de su hija cuasi olvidada.
Estructurada en círculos, con intersecciones entre las tres historias que ofrecen distintas y muy atractivas perspectivas, con un montaje rápido y ágil que hace que las dos horas y media largas del metraje sean muy llevaderas, Amores perros nos trae a un director solvente, con cosas que decir, en un filme ambientado en el escenario tumultuoso del México D.F., la ciudad más grande, populosa y seguramente peligrosa del mundo, una maraña humana que cobija a estos seres patéticos que se mueven al son que les marcan sus chuchos, rendidos a sus amores, siempre más auténticos que los que mantienen con esos otros animales erróneamente llamados racionales.
Con algunas secuencias espléndidas (la patética confesión del viejo criminal en el contestador de la hija casi desconocida; el enfrentamiento entre los mediohermanos, Caín y Abel hablando como Pancho Villa; la tremenda persecución en coche del comienzo del filme), la película de Iñárritu (que revela su inequívoco origen español, más concretamente vasco) supone un soplo de aire fresco en las viciadas galerías del cine comercial de hogaño, cada vez técnicamente más perfecto y. sin embargo, más vacío en sus contenidos.
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