Pelicula: Al igual que estaba haciendo Georges Méliès en Francia, Edwin S. Porter fue uno de los pioneros que estableció los fundamentos de lo que con el tiempo sería un arte extraordinariamente complejo (también puede ser muy simple, pero ése, generalmente, no es arte…). Como casi todos los pioneros del cine, Porter era una persona ajena al nuevo medio, y su acercamiento se produce por una de esas carambolas propias de los vasos comunicantes, al ser un gran aficionado a la fotografía, un arte que llevaba ya bastante más recorrido que el cinematógrafo.

Porter hizo, a las órdenes de Edison como productor, algunas de las películas fundamentales del inicio del cinema en Estados Unidos. Probablemente la mejor, y la que más cosas nuevas aportó, fue esta Asalto y robo al tren, que fue el primer western que se puso en pantalla, el mismo año en el que John Ford, al que se reputa como el gran consolidador del género del Oeste, cumplía nueve años, a la edad en la que en los países católicos (bueno, Ford, como buen hijo de irlandeses, lo sería) los niños hacen la Primera Comunión.

Pues Porter, en ese año de 1903, daría un paso de gigante en el cine. Hasta entonces los balbuceos en el lenguaje del nuevo arte (que no sabía aún que lo llegaría a ser) eran ininteligibles: como mucho apenas algunas teatralizaciones de elementalísima estructura, si es que se le puede denominar así a poner la cámara y dejar que los actores hicieran su papel como les pluguiera. Sólo algún genio, como el mentado Méliès, había hecho algunas cosas curiosas, como Cendrillon, y había descubierto trucos como el “stop-trick”, la supuesta desaparición en escena de un personaje o un objeto. Pero por lo demás apenas se había empezado a inventar lo que debía ser el lenguaje de una nueva forma de expresión.

La historia de Asalto y robo al tren es, por supuesto, de una sencillez casi insultante: en apenas once minutos de duración vemos como unos facinerosos, en primer lugar, asaltan y maniatan al telegrafista de la estación, para impedir que dé la alarma sobre la fechoría a cometer; después suben al tren que acaba de llegar, mientras éste reposta agua; entran en el vagón donde se custodian valores que en el mismo se transportan, matan al guardia, revientan la caja fuerte, “despluman” a los pasajeros, desenganchan los vagones y se dan a la huida en la locomotora, previa muerte a maquinista y fogonero. Después veremos como una niña descubre al telegrafista maniatado, lo libera, y cómo éste irrumpe en un baile folclórico de la comunidad para dar la alarma. Se forma la cuadrilla de persecución, que alcanza a los malhechores y los mata.

La película de Porter aportó varias innovaciones, a cual más interesante, teniendo en cuenta que el filme se hizo en 1903, apenas ocho años después de la fecha oficial de inicio del cinema. Su mayor aportación quizá sea la del montaje paralelo: vemos como hay dos líneas argumentales distintas, la de los bandidos y su latrocinio, y la de los hombres de la ley que los perseguirán y matarán. Hasta entonces los tímidos intentos de narración se habían limitado a una única línea, sin ningún otro excurso, pero Porter imaginó que en cine, como ya se hacía en novela, era posible establecer dos (o más) historias paralelas, que podían confluir o no (en aquella época, desde luego, aún tenían que confluir…). Es un salto de gigante en la narrativa cinematográfica, hasta ese momento ligada a un único espacio-tiempo. Pero es que además el genio intuitivo de Porter (porque eso no se aprende) aportó otra curiosa novedad, la profundidad de campo: en efecto, ya casi al final, cuando los bandidos están en medio del bosque repartiéndose el botín, vemos al fondo aparecer a los hombres del sheriff, acercándose a sus desprevenidos enemigos. Hasta entonces no se conocía esa forma de expresión que daba en un mismo plano, jugando con la profundidad de campo, dos escenas simultáneas de diferente significado: en primer plano, los delincuentes contando lo robado, al fondo del plano, sus persecutores acechándolos y preparando el asalto final.

Hoy día esto nos puede parecer (y lo es) de una elementalidad rayana en la majadería, pero es que nadie había hecho nada así antes: es el privilegio del inventor, del que crea “ex nihilo”.

Algunas curiosidades más: quizá se deba a este filme, y a su director, Edwin S. Porter, la primera incursión en lo que podría ser una violencia más allá de la teatralizada. Porter utiliza el truco inventado por Méliès, el ya mentado “stop-trick”, para ofrecernos una escena que a buen seguro en su momento dejó al público sin aliento: cuando los bandidos suben a la locomotora para reducir a los conductores de la misma, uno de los forajidos se enfrenta físicamente al que parece ser el fogonero, encima del vagón que va repleto de leña; cae el fogonero sobre la superficie leñosa y su adversario, situado encima de él, toma un trozo de leña, le golpea repetidamente en la cabeza y, acto seguido, agarra el cuerpo del otro por la ropa y lo lanza fuera del tren; previamente ha habido, claro está, un corte gracias al “stop-trick”, que permite sustituir al actor/fogonero por un muñeco vestido igual que él. Para los entrenados ojos del espectador de hoy el truco es más que evidente, y el lanzamiento del muñeco “canta” muchísimo, pero hay que ponerse en el lugar de los espectadores de 1903, cuando nunca se había visto nada igual en pantalla, por lo que el público, a buen seguro, debió aterrorizarse ante semejante barbaridad… que sólo estaba en su imaginación, claro.

Otra aportación de Edwin S. Porter nos la encontramos en el último plano: allí, el actor que hace de jefe de los bandidos, dispara su revólver repetidamente hacia los espectadores, provocando en ellos, con esa ingenua credulidad de la época, el terror que es imaginable, pensando que los disparos podían alcanzarles… Esa peculiar escena será el germen de una que, muchas décadas después, se convertirá en una de las señas de identidad de una serie longeva como ella sola: en los créditos de las películas de James Bond, el agente 007 siempre aparece en pantalla disparando teóricamente hacia el espectador… Y es que no hay nada nuevo bajo el sol.

Porter fue un visionario que no supo que lo era. Como todos los pioneros, acabó sepultado por el propio arte al que ayudó, y de qué forma, a crecer. Pero en filmes como este Asalto y robo al tren, consiguió que entre los balbuceos ininteligibles de aquel bebé churretoso que era el cinematógrafo de principios del siglo XX, pudiera empezar a entenderse las primeras palabras que todo niño comienza a chapurrear: ma-ma-ma, pa-pa-pa…

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Asalto y robo al tren - by , May 01, 2013
4 / 5 stars
Ma-ma-ma, pa-pa-pa…