Arturo Ruiz Castillo, el director de este endeble filme, tuvo interesantes orígenes que no presagiaban precisamente el posterior desenvolvimiento, en caída libre, de su carrera. Licenciado en Económicas, se dedicó sin embargo al teatro, embarcándose en la hermosa aventura de La Barraca, inspirada por Federico García Lorca. Después hizo documentales experimentales y, cuando estalló la Guerra Civil, rodó varios cortos de propaganda a favor de la República.
Sin embargo, con el advenimiento del nuevo régimen autárquico de Franco, Ruiz Castillo plegó velas y pronto se encontró haciendo fervientes exaltaciones del llamado Movimiento Nacional, como El santuario no se rinde, por lo demás notable ejercicio cinematográfico. También hizo alimenticias folcloradas varias como este Bajo el cielo andaluz, que plantea una especie de Romeo y Julieta pasado por el tamiz de Miguel de Molina…
Dos familias enemistadas tienen un hijo y una hija que se quieren, pero les prohíben relacionarse. La chica emigra a la ciudad, donde sustituye a una estrella de la canción y obtiene un resonante éxito. Lo mejor de la película, como siempre en estos casos, es la actuación, estrictamente coplera, de la gran Marifé de Triana, una de las auténticamente grandes en su género. Con ella aparecen en este melodrama musical de previsibles resultados algunos sólidos actores de la época, como Antonio Casas y Roberto Camardiel.
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