En una de las escenas del principio del filme, uno de los personajes se precipita, ya herido de muerte, por el tobogán de un parque acuático; no parece sino que Bigas Luna estuviera haciendo una impremeditada metáfora de lo que viene ocurriendo con su cine desde hace ya demasiados años, deslizándose por un tobogán hacia la nada.
Porque nada es, exactamente, lo que ofrece esta tontería que a lo más que aspira (con la premeditada connivencia de su protagonista femenina en la falaz polémica que se montó con el director en el Festival de Venecia) es a recaudar mucho dinero de un público predispuesto a caer en la insulsa trampa que supone la película del catalán, la historia de una obsesión erótica que por no ser no es ni siquiera erótica, lo que es el colmo. Sin ir más lejos, la tan cacareada escena de las anguilas lúbricas no conmueve ni al más rijoso de los mortales...
Soportada entre bostezos la inexistente historia, servida por actores que hacen lo que pueden, con un Jorge Perugorría componiendo un malo de opereta y un oxigenado Stefano Dionisi bosquejando una patética caricatura de su "Farinelli", Bigas ni siquiera saca partido al culo de Valeria Marini, "leit motiv" confeso de esta película manifiestamente prescindible que certifica el ocaso de su otrora interesante realizador
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