Tras la magnífica Familia, un fascinante juego de espejos en el que realidad y ficción se entrecruzaban hasta ser indistinguibles, el antes sólo solvente guionista y ahora también excelente director Fernando León de Aranoa da un brusco cambio en su carrera, dejando a un lado el brillante estilo de su primer filme para internarse con Barrio en la intrincada selva urbana: tres adolescentes, un arrabal marginal, familias rotas o por romper, la cotidianidad, la nada.
Los parias de los suburbios son los protagonistas de esta película, delicada a pesar de lo duro de su tratamiento: entre las ruinas de vidas destinadas a acabar en la cárcel, la droga o el cementerio, los tres chicos desgranan sus deseos, sus miedos, sus pesadillas. Ya no son niños, pero tampoco hombres: tienen aún tics y pensamientos infantiles, pero también cuerpos y pasiones de adultos. El tratamiento de León de Aranoa no es paternalista, pero tampoco entra a saco en un tremendismo que no habría cuadrado con esta historia de íntima perplejidad: la de tres chicos que viven teóricamente dentro de un mundo de oro, pero que en la realidad sólo pueden acceder a él con la mirada: esos telediarios que hablan de la Comunidad Europea, de las pequeñas y medianas empresas, una sociedad dorada que suena en los tristes y míseros hogares del barrio lumpen como si fueran auténticas crónicas marcianas.
Aunque Barrio no termine de cuajar en la obra maestra que algunos han querido ver, es una película ciertamente magnífica, que va levantando progresivamente el vuelo conforme va avanzando su metraje, descubriéndonos con ello que, como en Familia, aquí también hay algunas claves que no conocíamos y que nos llevan de la mano hasta sorprendentes descubrimientos. Es ficción, pero es, también, la vida y nada más.
95'